Buscando que una ciudad no desafine
Literatura mexicana. Del Distrito Federal a Cuernavaca, Montreal y Madrid, crónicas de Daniel Saldaña París.
Marco Polo va a dar cuenta de la urbe llamada Olivia ante el rey de los tártaros Kublai Kan, pero antes despliega una advertencia en el inicio de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino: “No se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe. Y sin embargo, entre la una y el otro hay una relación”. De tener un señalamiento inicial, Aviones sobrevolando un monstruo, de Daniel Saldaña París, debería anticipar justo lo opuesto: las ciudades retratadas (pero también recordadas y, por qué no, imaginadas) son el discurso mismo.
El ensayo articula con atino una serie de notas que el autor –nacido en México en 1984– fue escribiendo y sobre todo reescribiendo para medios de varios países. “De la Ciudad de México a Madrid, de Cuernavaca a Montreal y de allí a La Habana, este libro dibuja un recorrido, o un derretimiento autobiográfico, por las ciudades que me han marcado”, cuenta.
Porque si cada texto tiene autonomía temática, también se enlaza en un entramado general a partir de un puñado de tensores: obras literarias que Saldaña París descubrió entre esas calles o que retratan los barrios que él mismo recorre; las gentes que habitan los rincones menos luminosos o turísticos; las vicisitudes que signaron la temporada de residencia (algunas veces pocos años; otras, períodos enteros como la infancia o la carrera universitaria).
El camino, vital y narrativo, parte en el Distrito Federal mexicano. Una megalópolis en la que el autor creció, circulando entre el distrito en el que vivía su padre (Cuernavaca) y la capital en la que residía su madre en micros en los que, para pasar el tiempo y los casi cien kilómetros, leía. Ahora, cuando el ensayo comienza, Saldaña París tiene 21 años, regresa en un avión que sobrevuela la capital mexicana: “No había estado en la Ciudad de México en los últimos doce meses y lo único que puedo pensar es que es horrible, y que la amo. Esta contradicción es perfectamente común y todos los chilangos la hemos sentido alguna vez cuando atisbamos el monstruo desde lejos”, anota.
Porque Aviones sobrevolando un monstruo no es un paseo amable y luminoso. En todo caso, si termina siéndolo no es porque ponga la mirada ni en las bondades urbanísticas ni en los lamentos de moda (poca sustentabilidad, gentrificación, y otros males siempre multisilábicos). En cada destino hay desencuentros y crisis, hay marginales, adicciones, trabajos precarios y siempre malpagos. Hay un perro al que un vecino envenena, hay otros vecinos golpistas fracasados y hay divas que fueron las mujeres más hermosas de su tiempo. Y es ahí, justo en ese magma de desgracias y ruinas, que el autor construye una belleza melancólica y duradera.
En Cuernavaca, Saldaña París sale a la caza de una ciudad que ya no existe: la que narró Malcolm Lowry en su libro Bajo el volcán. En La Habana, los apuntes que toma el joven escritor siempre están empezando de nuevo: ahí fue engendrado por sus padres cuando la revolución era un sueño (también) erótico, y de alguna manera él ‘regresa’, aunque nunca antes hubiera estado, para encontrarse con un tiempo detenido.
Más recientemente, viaja a Montreal junto a su pareja y un dolor articular lo va enredando en el consumo de drogas recreativas que casi sin notarlo van dejando la recreación para volverse un problema. Los inviernos, con -30º de temperatura, lo encuentran participando de un muestrario de reuniones de desintoxicación que comparte con ladrones de banco, mafiosos italianos, motociclistas de los Hell’s Angels y amas de casa.