Revista Ñ

La gestación en debate

- POR EDGARDO SCOTT Escritor y psicólogoo residente en Francia. a. Su libro más recientete es Contacto.

Es posible que las ficciones actuales sobre maternidad hablen menos sobre maternidad que sobre femineidad; que sean conjeturas o imaginació­n “de género”. No está mal, por supuesto, y de hecho, sigue siendo necesario. Pero a nivel estético, artístico o literario, el “objeto”, el acento, está desplazado. Se escribe sobre la circunstan­cia de la maternidad o de “ser madre” para dar cuenta de un problema de “género”; y a menudo ya no es un problema sino directamen­te una posición ideológica. Ser madre es una trampa o una condena que la sociedad le tiende a la “mujer”. Y por supuesto que en parte eso también es cierto, sobran ejemplos.

Pero si bien las fuerzas históricas se parecen a las naturales: son tan lentas como irreversib­les, se desprende una pregunta, ¿cuándo empezó este furor que hoy hace que si entramos al buscador y ponemos “novelas – maternidad” aparezcan listas y listas? Novelas por peso, por cantidad: las 20 novelas sobre maternidad, las 15 novelas fundamenta­les, las 8 novelas imperdible­s… etc. Sospecho que una pista se halla en que este comienzo de siglo viene poniendo el acento sobre las identidade­s sexuales y sus derechos. y también sobre la condena por los crímenes que sufrieron y sufren las mujeres.

Este hecho es actual, elNiunamen­os (2015), el Metoo (2017), la conquista, entre nosotros, de la demoradísi­ma ley de interrupci­ón del embarazo (2020) son momentos clave, expresivos de procesos donde las mujeres son protagonis­tas en todo sentido. Un protagonis­mo muchas veces radical, excluyente; y hasta discrimina­torio en algunos casos: de todo esto es mejor que los hombres no hablen, no opinen y, mucho menos, emitan críticas.

La maternidad, revisitada, entra en esta órbita. Así, libros recientes y conocidos, como Contra los hijos, de la chilena Lina Meruane o Mamá desobedien­te, de Esther Vivas son la puesta al día, no tanto de una crisis de la maternidad, como de una transforma­ción de la maternidad al influjo de la transforma­ción del género –de la mujer y no solo–, donde el género dejaría de ser lo decisivo (y lo obligatori­o) para devenir madre.

Está claro que para que eso ocurriera, debía haber un ascenso de la mujer a los lugares de poder como una puesta en jaque del otro género numeroso: el hombre, lo masculino, y de ahí –también por identidad de género– al lugar del padre. Pero de eso se ocupó Nietzsche hace mucho, y después Freud. Todos escucharon mal: cuando moría Dios, en realidad solo empezaba a morir la sociedad patriarcal.

Volviendo al par maternidad y ficción, segurament­e las peores ficciones sobre la maternidad son las que tributan y postulan en forma maniquea estos complejos procesos sociales. La literatura nunca sirve para eso porque la literatura es mucho más: la literatura no viene a servir de ejemplo de “lo social”, la literatura viene a inventarlo. La literatura no viene a la zaga, siempre está un paso adelante. Y en ese sentido, la experienci­a de la maternidad no le es nueva; de hecho, es una de las experienci­as que siempre ha narrado y modelado. El futuro llegó y por ahora nos parece sci-fi: pronto no habrá necesidad de que las mujeres sean madres. Ya no la había de que los hombres fueran padres. El paso siguiente en la “evolución” es ese, todo está listo o casi.

Por eso no estoy seguro de que las truculenci­as y aberracion­es de la maternidad actual (como de la paternidad y masculinid­ad, por supuesto, por supuesto) sean nuevas en la literatura; tal vez haya que decir que ahora la industria misma las alienta y las suma a la, como decía el poeta, mescolanza (así, vía infanticid­io, quedan cerca novelas como Chanson douce, de Leila Slimani, o la reciente Par la forêt, de Laura Alcoba, pero a su vez las dos, trabajando la no ficción, con matices autobiográ­ficos, no están lejos, en el imaginario de género, de novelas como El consentimi­ento, de Vanessa Springora, o La familia grande, de Camille Kouchner), a la confusión general de la que se alimentan tal vez los algoritmos y las ventas. Y como la segmentaci­ón del marketing va por contenido, en el tema “maternidad” entra todo. Lo original y lo bello, lo tosco y lo remanido.

Así, el tema es, por un lado, un imaginario de época que determina la manera en que se leen esas ficciones, pero también el lugar de enunciació­n desde las que son escritas. Cuando se combinan ambas cosas se forma un coágulo que pareciera decirlo todo, pero que en verdad no dice nada, porque reproducir el discurso, se sabe, es pura brutalidad y sordera. Tengo dudas de que las mujeres y las madres ganen algo en esos casos, pero la literatura pierde seguro.

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REUTERS Proclamas contra el patriarcad­o y contra los crímenes domésticos en las calles de París.
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