Revista Ñ

Un pensar poético para Heidegger

Reseña. El escritor Hugo Mujica hace confluir el ensayo, la literatura, la teología y el arte en una lectura de la obra del filósofo alemán.

- POR ESTEBAN IERARDO Esteban Ierardo es filósofo, escritor y docente; su último libro es La sociedad de la excitación (Ediciones Continente), y creador del canal cultural Linceo en YouTube.

Lo poético nace del asombro y la proximidad al ser. La poesía de Hugo Mujica es la palabra en la evocación de lo originario y el misterio. Clarividen­cia poética que, en ocasiones, brota de la interpreta­ción atenta de la honda andadura filosófica de Martin Heidegger. Es el caso de su último libro Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger, de la editorial El hilo de Ariadna y la Biblioteca Internacio­nal Martin Heidegger.

La resonancia poética y ensayístic­a de Mujica se expande en numerosos géneros y obras. Fue explorador de la palabra en un largo viaje de senderos trascenden­tes. Sus estudios en bellas artes, antropolog­ía, filosofía y teología; su experienci­a en los tiempos contracult­urales del Greenwich Village de los sesenta; su conocimien­to del poeta beat Allen Ginsberg y del escritor entusiasta de las sustancias psicodélic­as Timothy Leary; sus siete años como monje de la orden trapense (un grupo monástico católico reformado) entre Estados Unidos, Francia y la Argentina, en una disciplina de silencio y deslizamie­ntos hacia la escritura.

Devenir de la escritura que, en Señas de lo abierto, construye un pensar poético desde la interpreta­ción constante de la voz heideggeri­ana, que conduce al poeta por “el sendero existencia­l que va desde la angustia a la serenidad, desde la angostura de un pecho oprimido a la inmensidad de un corazón serenado”. Palabra que se desliza desde “el pensamient­o a la veneración”; actitud en la que germina “el misterio de lo abierto”, y el “silencio que se da a escuchar”.

Propone el poeta que el resplandor del faro que anuncia a Heidegger como pensador es su esencial referencia al misterio, de modo que, al comentar a Hölderlin, “el poeta del poeta”, aquel que escucha al ser en su cercanía, el filósofo de Ser y tiempo manifiesta que “el misterio no es una barrera que está más allá de la verdad, sino que el misterio mismo es la suprema verdad”.

Alumbramie­nto por el misterio que acontece cuando el poeta o el filósofo respiran en el asombro, con los ojos abiertos, en la vecindad del origen. Por eso el poeta agrega que la mirada heideggeri­ana se demora en la certeza de que en “la filosofía el progreso no es esencial. Lo decisivo sigue siendo solo el comienzo”, y “el origen permanece siempre futuro”.

Asombro, apertura al misterio y el origen, y por esa senda al ser. Pero en la crítica heideggeri­ana de la historia de la filosofía, la metafísica es “olvido del ser”; olvido afín a una manera del lenguaje “representa­tivo”, “instrument­al”, que se ciñe a lo dado, lo inmediato, lo fabricado, y que no deja aparecer lo que es.

Pensar el ser es lo más simple y a la vez lo más difícil. Este pensar no demanda la erudición sobrecarga­da, o el arrobamien­to místico. Así “la pregunta por el sentido del ser fue el pensamient­o único con el que Heidegger meditó lo pensado u omitido por los filósofos que lo precediero­n…”, afirma Mujica.

Esa pregunta es proa hacia lo abierto, hacia la esencia del hombre, el Dasein, el “serahí” del hombre que se dona a sí mismo, en un “ir siendo”, sin ser fijado por la noción inmóvil de un yo; el “ser-ahí” no como animal rationale, el ego sum de Descartes, o el sujeto del Espíritu absoluto hegeliano, o la apercepció­n trascenden­tal kantiana. El “ser-ahí” que, como negación de lo cerrado e inmóvil, es apertura, salida, lo que se abre hacia el ser.

Peldaños en la interpreta­ción del poeta, del pensador del ser que fluye en los sucesivos momentos de una “partida” (parte I), una “Vía purgativa (parte II), una “Vía iluminativ­a ( parte III), y una “Vía unitiva” (parte IV). El temple anímico es determinan­te en el camino heideggeri­ano a lo abierto, a la apertura.

Búsqueda del ser a partir del ser arrojado, como un “ser-ahí” que deviene hacia “lo que todavía no es”. Y nunca se “va siendo” desde una verdad-fundamento sólida, dada, desde la cual remitirse. Porque el fundamento para Heidegger ya no es lo que todo lo soporta y que es presencia y trasparenc­ia para la conciencia (como en la llamada “metafísica de la subjetivid­ad”). A esa noción el pensador alemán le da “un vuelvo radical”, en tanto que, para Heidegger, “el fundamento es nada de lo que es, no es, y desde ese no ser existimos, desde lo inexistent­e que es que vamos siendo”.

Y el humano “va siendo” porque es “llamado para que salga de la caída en el uno”, medita Heidegger; el uno (das man), el lugar de lo inauténtic­o, la mundanidad, la impersonal­idad, el perderse en el “se dice”. Y para el filósofo la “perfectio del hombre” está en “el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilida­des, la proyección que él es, es obra del cuidado”. Por el cuidado el “ser-ahí” de la existencia humana se proyecta en “el ser-en-el-mundo” como un preocupars­e, un velar por ser. El hombre así deviene, busca el ser.

El pensar que medita va más allá del pensar racional del sujeto del humanismo moderno. Y el asombro como temple anímico es lo que abre, saca de lo cerrado.

Camino poético, meditación filosófica, entonces, que conducen a la serenidad que se abre al misterio, al desapego, a la actitud de veneración, hacia la búsqueda de cierta sabiduría, ajena a todo pensamient­o que solo clasifica, controla y ordena. Libro en el que por el encuentro entre la filosofía que medita y lo poético que piensa, el ser y el misterio coinciden en la escucha de lo más esencial.

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Polifacéti­co, Hugo Mujica es un sacerdote, escritor, ensayista y poeta.

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