Un pensar poético para Heidegger
Reseña. El escritor Hugo Mujica hace confluir el ensayo, la literatura, la teología y el arte en una lectura de la obra del filósofo alemán.
Lo poético nace del asombro y la proximidad al ser. La poesía de Hugo Mujica es la palabra en la evocación de lo originario y el misterio. Clarividencia poética que, en ocasiones, brota de la interpretación atenta de la honda andadura filosófica de Martin Heidegger. Es el caso de su último libro Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger, de la editorial El hilo de Ariadna y la Biblioteca Internacional Martin Heidegger.
La resonancia poética y ensayística de Mujica se expande en numerosos géneros y obras. Fue explorador de la palabra en un largo viaje de senderos trascendentes. Sus estudios en bellas artes, antropología, filosofía y teología; su experiencia en los tiempos contraculturales del Greenwich Village de los sesenta; su conocimiento del poeta beat Allen Ginsberg y del escritor entusiasta de las sustancias psicodélicas Timothy Leary; sus siete años como monje de la orden trapense (un grupo monástico católico reformado) entre Estados Unidos, Francia y la Argentina, en una disciplina de silencio y deslizamientos hacia la escritura.
Devenir de la escritura que, en Señas de lo abierto, construye un pensar poético desde la interpretación constante de la voz heideggeriana, que conduce al poeta por “el sendero existencial que va desde la angustia a la serenidad, desde la angostura de un pecho oprimido a la inmensidad de un corazón serenado”. Palabra que se desliza desde “el pensamiento a la veneración”; actitud en la que germina “el misterio de lo abierto”, y el “silencio que se da a escuchar”.
Propone el poeta que el resplandor del faro que anuncia a Heidegger como pensador es su esencial referencia al misterio, de modo que, al comentar a Hölderlin, “el poeta del poeta”, aquel que escucha al ser en su cercanía, el filósofo de Ser y tiempo manifiesta que “el misterio no es una barrera que está más allá de la verdad, sino que el misterio mismo es la suprema verdad”.
Alumbramiento por el misterio que acontece cuando el poeta o el filósofo respiran en el asombro, con los ojos abiertos, en la vecindad del origen. Por eso el poeta agrega que la mirada heideggeriana se demora en la certeza de que en “la filosofía el progreso no es esencial. Lo decisivo sigue siendo solo el comienzo”, y “el origen permanece siempre futuro”.
Asombro, apertura al misterio y el origen, y por esa senda al ser. Pero en la crítica heideggeriana de la historia de la filosofía, la metafísica es “olvido del ser”; olvido afín a una manera del lenguaje “representativo”, “instrumental”, que se ciñe a lo dado, lo inmediato, lo fabricado, y que no deja aparecer lo que es.
Pensar el ser es lo más simple y a la vez lo más difícil. Este pensar no demanda la erudición sobrecargada, o el arrobamiento místico. Así “la pregunta por el sentido del ser fue el pensamiento único con el que Heidegger meditó lo pensado u omitido por los filósofos que lo precedieron…”, afirma Mujica.
Esa pregunta es proa hacia lo abierto, hacia la esencia del hombre, el Dasein, el “serahí” del hombre que se dona a sí mismo, en un “ir siendo”, sin ser fijado por la noción inmóvil de un yo; el “ser-ahí” no como animal rationale, el ego sum de Descartes, o el sujeto del Espíritu absoluto hegeliano, o la apercepción trascendental kantiana. El “ser-ahí” que, como negación de lo cerrado e inmóvil, es apertura, salida, lo que se abre hacia el ser.
Peldaños en la interpretación del poeta, del pensador del ser que fluye en los sucesivos momentos de una “partida” (parte I), una “Vía purgativa (parte II), una “Vía iluminativa ( parte III), y una “Vía unitiva” (parte IV). El temple anímico es determinante en el camino heideggeriano a lo abierto, a la apertura.
Búsqueda del ser a partir del ser arrojado, como un “ser-ahí” que deviene hacia “lo que todavía no es”. Y nunca se “va siendo” desde una verdad-fundamento sólida, dada, desde la cual remitirse. Porque el fundamento para Heidegger ya no es lo que todo lo soporta y que es presencia y trasparencia para la conciencia (como en la llamada “metafísica de la subjetividad”). A esa noción el pensador alemán le da “un vuelvo radical”, en tanto que, para Heidegger, “el fundamento es nada de lo que es, no es, y desde ese no ser existimos, desde lo inexistente que es que vamos siendo”.
Y el humano “va siendo” porque es “llamado para que salga de la caída en el uno”, medita Heidegger; el uno (das man), el lugar de lo inauténtico, la mundanidad, la impersonalidad, el perderse en el “se dice”. Y para el filósofo la “perfectio del hombre” está en “el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilidades, la proyección que él es, es obra del cuidado”. Por el cuidado el “ser-ahí” de la existencia humana se proyecta en “el ser-en-el-mundo” como un preocuparse, un velar por ser. El hombre así deviene, busca el ser.
El pensar que medita va más allá del pensar racional del sujeto del humanismo moderno. Y el asombro como temple anímico es lo que abre, saca de lo cerrado.
Camino poético, meditación filosófica, entonces, que conducen a la serenidad que se abre al misterio, al desapego, a la actitud de veneración, hacia la búsqueda de cierta sabiduría, ajena a todo pensamiento que solo clasifica, controla y ordena. Libro en el que por el encuentro entre la filosofía que medita y lo poético que piensa, el ser y el misterio coinciden en la escucha de lo más esencial.