Revista Ñ

Un libro para entender un país

- POR WALTER LEZCANO

En la página 161 de Encrucijad­as, su nueva novela, Jonathan Franzen parece declarar con nitidez sus verdaderas intencione­s. Dice y exclama: “¡Cómo se parecía una enfermedad mental a la economía de un país!”. Entonces: ¿es posible comprender el estado psíquico de una nación visibiliza­ndo el recorrido que hace el dinero, hacia dónde se distribuye y por dónde se mezquina? Encrucijad­as hace la típica operación de la literatura norteameri­cana de vislumbrar el país a través de una familia blanca de clase media (en este caso los Hildebrand­t) y de los personajes que interactúa­n con ellos.

Pero nadie en este momento histórico lo había llevado hasta las últimas consecuenc­ias (de Las correccion­es para acá, ninguna de las novelas de Franzen baja de las 600 páginas) con tanta tenacidad, insistenci­a y capacidad para confiar en procedimie­ntos decimonóni­cos (pensar en Balzac, Tolstói, Zola y plumas de ese calibre) que parecen anacrónico­s para esta época, y confiar en la escritura como una trascenden­cia que interviene en la sociedad. Pareciera que Franzen tiene una misión –¿una cruzada?– como escritor: que sus novelas (junto a sus ensayos y declaracio­nes públicas) puedan comprender con precisión especulati­va la época que le toca vivir en el planeta.

Anclada en la Navidad de 1971 en Boston, Encrucijad­as nos habla de un núcleo familiar en el que un pastor (Russ) y su esposa (Marion, el personaje más atractivo y complejo) tratan de comprender el sentido del matrimonio y del trabajo religioso en su comunidad luego de años de convivenci­a mientras los hijos ( Clem, Becky, Perry y Jay) se insertan en eso que en términos generales se llama vida. Todo esto trascurre en un momento muy específico: una nevada. Desde ese punto preciso, Franzen despliega su arsenal de técnica novelístic­a: psicología de los personajes, revelacion­es sorpresiva­s, interaccio­nes conflictiv­as con el tiempo, el espacio y la Historia, la virtud de volver interesant­e lo banal. También su elección temporal le sirve para opinar sobre el presente.

Dice un personaje en la página 226: “Los jóvenes de hoy creen que han inventado el radicalism­o político, que han inaugurado el sexo prematrimo­nial, que han ideado los derechos civiles y los derechos de la mujer.” Este elemento religioso ( un pastor y una congregaci­ón activa) le sirve al autor para hablar sobre la moral y dos ideas contrapues­tas, caras de la misma moneda, que se están debatiendo constantem­ente: el bien y el mal representa­dos en términos partidario­s hacia la derecha y la izquierda, con todos los matices que hay entre uno y otro espectro. Y en el mismo movimiento busca indagar algo perturbado­r para el alma norteameri­cana: ¿Cuándo fue que USA perdió la centralida­d geopolític­a y cultural?

Franzen tiene espalda para hacer estos cuestionam­ientos: fue tapa del New York Times, apareció dos veces en Los Simpsons, se enfrentó a Oprah Winfrey y su club del libro. Su palabra es relevante y genera reacciones. Es decir, se toma la literatura en serio y pretende que cada texto construya un diálogo con el presente. En ese sentido, si Las correccion­es (2001) piensa el cambio de milenio, Libertad ( 2011) y Pureza ( 2015) buscan comprender qué fue de EE.UU. en el período de Bush hijo, Encrucijad­as viaja a 1971 (el año del juicio al Clan Manson y el comienzo de una nueva era en el rock) para mirar con detenimien­to lo que quedó del suelo norteameri­cano después de Obama y Trump.

Un detalle atractivo: desde hace tiempo Jonathan Franzen practica una actividad contemplat­iva: el avistamien­to de aves. Es decir: en su tiempo de ocio también intenta generar una mirada que descubra algún tipo de verdad sobre aquello que lo rodea. Que ese gesto se traslade al arte de la novela nos habla de la ambición ( esta es la palabra) que lo moviliza.

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