Ante esas risibles mieles del éxito
Diego Meret x 3. Dos nuevas novelas y una reedición se internan con destreza en los vericuetos de la autobiografía.
Cansado de no ser reconocido como escritor, en un medio donde la literatura del yo dejó de ser bien recibida, el narrador de Baká quiere publicar un libro de poesía y fantasea con alcanzar así el éxito económico y social. “Las expectativas son enormes, y los resultados deformes”, decía Leónidas Lamborghini sobre las esperanzas que los autores depositan en sus textos. Pero las ilusiones que se hace el personaje de Diego Meret, y su convencimiento al respecto, patentizan más bien representaciones convencionales acerca de la literatura.
Baká presenta lugares y personajes extraños: en particular, “el universo literario de Bakáevka”, la ciudad de Groselia, la isla Cadorcha y el poeta Amancio Fonembaum, a quien el narrador acude para aprender la técnica de los versos cortos.
También está el Riachuelo, quizá para advertir que los nombres no son encubridores de los referentes en que piensa Meret: al contrario, por el modo en que enfatizan su misma irrealidad y como sugieren las alusiones al género autobiográfico, bien pueden aludir al aquí y ahora de la literatura argentina.
La búsqueda del narrador replantea a la vez la situación de En la pausa, el primer libro de Meret, cuyo protagonista también quiere ser reconocido como escritor aunque ignora qué consagraría como literatura a los textos que redacta en un cuaderno y mientras tanto escribe poemas con tiza en los baños de la fábrica textil donde trabaja.
En la pausa ganó en 2008 un concurso dedicado a libros autobiográficos pero antes que un ejemplo del género expone su dificultad y en el límite la imposibilidad de relatar la propia vida: los recuerdos son aburridos, resultan menos verosímiles que la ficción y su abundancia equivale a un vacío porque no hay ninguna certeza al hacer un recorte.
“No doy con mi costado narrable”, confiesa el protagonista, que a falta de obra exhibe los gestos que identifican socialmente a un escritor: alquila un cuarto de hotel para escribir, se relaciona con colegas, habla de sus textos con un lenguaje pretencioso y sin sentido.
En los montes, el libro con el que se reedita En la pausa, continúa esa peripecia y refuerza la paradoja: el autor premiado viaja a una feria del libro para participar en una charla abierta sobre autobiografía y juventud.
Lo que podrían ser las mieles del éxito, sin embargo, lo enfrentan a un periodista cargoso, ante el cual es incapaz de explicar cómo produce sus textos, y a un escritor en el que ve “a un enemigo en el escenario de la literatura argentina, en esa bolsa de gatos que se conocía como literatura argentina, donde abundaban los chismes y las burlas y la socarronería”.
El escritor de Diego Meret no puede decir nada sobre la literatura, o en todo caso asume teorías que no comprende y frases estereotipadas. Más que avances, la búsqueda creativa provoca retrocesos extremos: en las sucesivas figuraciones que asume en primera persona a través de los tres libros, el alter ego del autor no encuentra nada rescatable en su pasado, es incapaz de escribir su propio nombre (“me salió un signo parecido a un pato”) y la iniciación literaria se consuma en un nivel preverbal, para componer un poema con gruñidos.
Pero esos percances no exponen una incapacidad personal sino un estado de cosas respecto a la literatura y a los discursos que la rodean. Con el absurdo como via regia, el otro yo de Meret recoge las ideas corrientes y las vuelve risibles, y descubre el comienzo de la escritura en la ruptura del sentido común.
También como Leónidas Lamborghini, podría decir que su procedimiento consiste en asimilar la distorsión y devolverla multiplicada. En un esbozo de linaje literario, de hecho, el narrador de En la pausa se piensa en relación con Lamborghini y con Andrés Rivera porque los tres fueron obreros textiles.
La vida misma, como la literatura, aparece suspendida en un estado de pausa: “Sólo siento movimiento cuando escribo”, dice el narrador. Esa verdad, la única de la que finalmente puede dar cuenta, sostiene con intensidad y gracia la muy recomendable trilogía virtual de Diego Meret.