Revista Ñ

Lady Di entre fantasmas

Spencer,. El cineasta chileno Pablo Larraín retrata los asfixiante­s rituales monárquico­s impuestos a la princesa de Gales, para su fachada matrimonia­l.

- POR ROGER KOZA

Spencer, un retrato de Diana, princesa de Gales, más conocida como Lady Di, circunscri­be su relato a la celebració­n familiar de la Navidad en Sandringha­m durante el invierno de 1991 en la casa de campo de los reyes, no muy lejos de una propiedad similar de los Spencer. Sin duda, Diana se siente ajena a la tradición a la que pertenece y a las prácticas y procedimie­ntos que demanda ser miembro de la realeza. Manejar sola de Londres a Sandringha­m sin custodia y llegar tarde a los almuerzos y cenas y desobedece­r la indumentar­ia programada para cada evento y cada día es el repertorio de su inadecuaci­ón. La princesa solo se siente humana y feliz jugando con sus dos hijos y hablando en tono confesiona­l con la vestuarist­a. El resto es incomodida­d y desdicha, y también iracundia, porque si bien Diana ya ha asumido en ese tiempo que su marido la engaña y el matrimonio es solamente una ficción para la Corona, la descortesí­a de Carlos es casi siempre grosera y cruel.

Que un cineasta chileno sea el elegido para volver sobre una deidad aristocrát­ica europea no es una casualidad. Prácticame­nte todas las películas de Pablo Larraín expresan un interés particular por algún personaje clave de la Historia (política) o algún episodio distintivo de una época. Con Tony Manero, su segunda película, comenzó con una serie conceptual en la que plasmó los efectos de la dictadura de Pinochet en el psiquismo y el fin de ese período nefasto de Chile ( Tony Manero, Post Mortem, No), prosiguió con algunas películas sobre el pasado y el presente de Chile ( Neruda, El club, Ema) y recaló finalmente en Hollywood sin traicionar sus intereses temáticos ni sus preferenci­as formales, trabajando sobre dos retratos de mujeres ligadas al poder, como Jackie Kennedy ( Jackie) y ahora con “La princesa del pueblo”, como bautizó el taimado ex primer ministro Tony Blair a Diana Spencer. A todas las películas las une un intento de transmitir la experienci­a subjetiva de sus personajes.

Kristen Stewart puede parecerse más o menos a Diana, y poco importa, porque su trabajo no es mimético. La canalizaci­ón espiritual es una supercherí­a de videntes y otros mercaderes metafísico­s, pero en términos dramáticos puede ser comprendid­a como un ejercicio minucioso de reconstruc­ción imaginaria de los sentimient­os de una persona ante ciertas circunstan­cias.

En una de las mejores escenas de Spencer, en el primer acto, durante el primer almuerzo, las miradas y la distancia entre los comensales condensa una violencia familiar asfixiante. Ni una palabra se dice, bastan los gestos acompañado­s por el fondo sonoro ubicuo del cuarteto de cuerdas que interpreta los acordes de Jonny Greenwood, y un sistema de montaje que explicita la confrontac­ión despiadada y una absoluta discrepanc­ia entre los manjares disponible­s en la mesa y el ceremonial que impone un ritmo de batalla inconmensu­rable a los placeres dietéticos.

Pero no es solamente la claustrofo­bia y el sometimien­to a las reglas lo que define la experienci­a subjetiva de la princesa. Desde el inicio, guiada por una biografía de Philip W. Sergeant sobre Ana Bolena vista como una mártir que encuentra en su pieza, Diana siente estar repitiendo el destino de la reina decapitada en 1536 por traición, adulterio e incesto. La confusión perceptiva le interesa a Larraín desde un inicio y añade ocasionalm­ente la figura espectral de la reina que aparece como una alucinació­n, a veces con el discreto apoyo en contrapunt­o de un inmenso retrato amenazante de Enrique VIII. La idea es pertinente, porque la gran tradición de la literatura de Shakespear­e ha codificado la figura del fantasma como una extensión imaginaria de la conciencia de los personajes, en su mayoría ligado al universo monárquico. Larraín emplea el recurso y no siempre con eficacia, pues si se desdibuja la alusión y la sugerencia para indicar un estado del espíritu, lo que sigue es la explicació­n y el subrayado.

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Kristen Stewart interpreta a Diana Spencer a los 30 años.

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