Revista Ñ

TRAGEDIA BABÉLICA EN BLANCO Y NEGRO

Se estrena El país de las últimas cosas, basada en la novela de Paul Auster escrita en 1987. Alejandro Chomski, su director, habla de adaptación literaria y distopías pospandémi­cas.

- POR DIEGO MATÉ

Una mujer camina por una ciudad en ruinas esquivando personas y escombros (los dos entrañan alguna forma de peligro). A medida que prosigue la travesía por ese lugar enloquecid­o, se conocen datos fragmentar­ios a través de cartas: la mujer es Anna Blume y viajó a esta tierra en descomposi­ción buscando a su hermano. Las trayectori­as de la protagonis­ta muestran enseguida a una comunidad corroída en la que los habitantes parecen entregados únicamente a las tareas de la superviven­cia. La pesquisa de Anna es interrumpi­da por una certeza demoledora: en ese sitio, el simple existir, el mero durar requiere una actividad frenética y un aguzado sentido de la oportunida­d.

El país de las últimas cosas, de Alejandro Chomski, es el primer libro de Paul Auster que se adapta al cine argentino. Además de director, Chomski íntegra las filas de un gremio inexistent­e, el de los adaptadore­s persistent­es de novelas. Aunque adaptación sea, digámoslo, un término impreciso que empobrece el proceso dialógico que supone la transposic­ión literaria. Chomski conversó, entonces, con escritores y libros que incluyen, además de a Auster, a Bioy Casares (en dos ocasiones), a Judith Viorst y a Jorge Parrondo. La conversaci­ón que condujo a filmar El país… duró diecisiete años y se mantuvo a través de lenguas, continente­s y olas de pandemia.

La película se filmó enterament­e en República Dominicana, en su mayor parte en los estudios Pinewood. La utilizació­n del blanco y negro le imprime a las imágenes un aire atemporal, como si en las calles arrasadas por marginales, ruinas y cadáveres se yuxtapusie­ran la distopía pero también el documental, el cine catástrofe y (como él mismo dice) el neorrealis­mo italiano. La mezcla de orígenes, idiomas y estilos de los intérprete­s no hace más que reforzar la sensación de tragedia babélica, como si en el país del título lo que se derrumbara en verdad fuera el mundo entero.

Película extraña perdida en una cinematogr­afía como la argentina que se lleva poco y mal con los géneros ( y peor todavía con la ciencia-ficción), El país de las últimas cosas además quiere, como lo explica Chomski, fungir como fábula sobre el desplome de las democracia­s en el siglo XXI y sobre el rol de la especie humana en el planeta.

–¿Cómo conociste a Auster y cómo empezó el proyecto?

–Cuando vino a la Feria del Libro en 2002. Nos conocimos por un amigo en común. A medida que pasaban los días aparecían más y más ejércitos de cartoneros y gente en las calles: todo nos hacía acordar a la novela. Pensamos en adaptarla y que la historia transcurri­era en el 2050 en Argentina. Un par de años después, países como Venezuela, Haití, Grecia o Portugal, en Europa, en América o en Asia, en todas partes, atravesaro­n situacione­s así, se descalabra­ron. Resultó natural entonces que la película fuera más abstracta, en la línea de la cienciafic­ción de Stalker, de Tarkovski, donde no se sabe en qué tiempo y espacio están los personajes ni a quién representa­n. Una vez que eso estuvo claro, sorteamos la pandemia y la tentación de ponerle barbijos a los personajes y esas cosas, y al mismo tiempo pudimos aprovechar y abusar de la pandemia para promociona­r la película. La filmamos a finales de 2019 pero la posproduji­mos mucho después y nos abstuvimos de agregar efectos que aludieran a la desgracia del covid. Decidimos quedarnos al margen del todo y que la película pudiera ser vista como una parábola del siglo XX y de las sociedades que no funcionan bajo el sistema que habitualme­nte llamamos democracia.

–Ya tenés bastante experienci­a en adaptacion­es literarias. ¿Te aproximás a cada película con un mismo sistema, o vas trabajando de acuerdo a lo que pide cada proyecto?

–Lo que pide cada proyecto es que uno encuentre una forma, un método para llevar a cabo la película en armonía con la obra y el autor. Filmar Dormir al sol fue una gran experienci­a pero Bioy no estaba vivo para leer el guión y hacer comentario­s. Llegué a hablarlo con Bioy mucho tiempo antes de filmarla: hice un corto sobre un cuento suyo, “Planes para una fuga a Carmelo”, y a él le gustó mucho. Ahí empezamos a coquetear con la idea de adaptar Dormir al sol, pero murió mucho antes de que empiece el proyecto. El caso de El país… fue distinto porque Auster participó de cada reescritur­a del guión y de cada corte de montaje, me presentó a productore­s y opinó sobre todos los actores.

–A diferencia de ¡Maldito seas, Waterfall! y Dormir al sol, en El país… el relato pareciera estar como suspendido, como si la trayectori­a de Anna fuera la excusa para narrar el mundo que se descompone a su alrededor. Algo de esto ya está en la novela, por otra parte, y en la ciencia-ficción distópica: el gusto por la descripció­n de la ruina y de la caída de los habitantes de ese mundo.

–Siempre traté de que cada película respon

diera a un género y a un tono particular­es. Como me lleva tanto tiempo filmar una película no quiero repetirme. El país…, como mi primera película, Hoy y mañana, están sostenidas alrededor de un solo personaje cuyo antagonist­a es la sociedad. Y hay otras que presentan personajes con sus propios antagonist­as y que están ancladas en lugares geográfico­s existentes como el barrio Los Andes y Parque Chas. Con respecto a la ciencia-ficción distópica, nunca nos imaginamos que el término “distópico” se iba a oxidar tan rápido en los primeros veinte años del siglo. Creo que hay que reevaluar la idea de lo distópico porque ya no se sabe bien a qué aplicarla. Por ejemplo: Her, donde Joaquín Phoenix está enamorado de un programa con la voz de Scarlett Johansson, ¿ es distópica o no? Todavía no existe un software así, pero el mundo se parece al nuestro. Todas las desgracias del siglo XXI, dicen algunos filósofos, empezaron con la invención del IPhone. Algo de todo eso, de las aplicacion­es que controlan a los seres humanos, hace que la idea de lo distópico tenga un campo de definición con un rango más relativo y ambivalent­e. A mí me tocó atravesarl­o: cuando terminamos de filmar El país…, con la idea del 2050, la película se parecía al neorrealis­mo italiano. De lo distópico más que respuestas tengo preguntas.

–¿Qué lugar creés que pueda llegar a tener El país… en la Argentina? Porque es una película de un género que al cine argentino muy rara vez le interesa filmar.

–La verdad es que no tengo idea. No pienso en el público sino en las obras. Sé que por ahí está mal. La idea de la película se me ocurrió en 2002, cuando Auster estaba por irse de la Argentina, y el público de ese momento no era el mismo que el de hoy. No sé si la gente va a tener ganas de ver ahora una película que narra situacione­s sociales muy trágicas, como las de la pandemia. O tal vez se vea por curiosidad, o porque es la primera adaptación argentina sobre un libro de Paul Auster. Si tengo que elegir entre emocionar a diez personas o a cuatrocien­tas mil, elijo las dos cosas (risas).

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Paul Auster participó en el guion y la producción de El país de las últimas cosas, que tardó 17 años de conversaci­ones en convertirs­e en película.

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