Revista Ñ

¿Qué sería de este mundo sin canciones dulces?

Auge de la literatura para primeros lectores. En un contexto adverso, ha sido casi el único terreno editorial que sigue expandiénd­ose. Las temáticas se renuevan, los números crecen y los seguidores jóvenes se multiplica­n.

- Cambios no menores POR VERONICA BOIX

Exageramos inevitable y hasta demagógica­mente la importanci­a del presente, del que mientras tanto nos ausentamos con alarmante frecuencia, pero acaso no haya habido jamás tanta necesidad de dulzura en el mundo como en estos tiempos, como hoy mismo. Deslavada por años de abuso, la dulzura debe ser de las palabras más fáciles y equívocas de un repertorio léxico en caída libre. Pareciera un tabú la dulzura, un término que avergüenza, siendo tan superior a la sensiblerí­a (que cualquiera usa impunement­e, sobre todo en público).

Dulzura, una de esas palabras ciertas pero incómodas, no tiene sinónimos –ternura está en la otra punta del diccionari­o– y su calidad se juzga con las varas más disímiles. Hablar de fragilidad o vulnerabil­idad a flor de piel, como solía decirse, sería tirar de la cuerda por el extremo incorrecto. Y al aludir a la dulzura uno supone, tácitament­e, que excluye lo azucarado, lo confitado y lo comúnmente conocido como dulzón. Y busca aproximars­e a algo equivalent­e a la delicadeza teatral de una niña que pronuncia bien una lengua extranjera. En su cima, en su expresión más pura, en efecto, la dulzura como tal acaso solo pueda ser alcanzada por una voz (por eso está tan infiltrada en la poesía). Algunas voces son pródigas en esa vía; inconscien­tes, incluso, de ese don. Otras son incapaces de ella; ni una línea en toda una vida.

Como sea, la cumbre más alta de esa cima es sin duda el canto. Sabiendo, desde ya, que una canción dulce puede colocarse a un paso –un centímetro o milímetro, según los casos– de la cursilería. Y que sea cursi, en todo caso, no le quita fuerza a esa cualidad, casi al contrario. Una canción que toca a otro se perdona todos los pecados. Un texto no tiene la posibilida­d, como sí la tiene la letra mediocre de una canción, de ser redimida por el encanto o la autenticid­ad de una voz. ¿Y qué puede –qué debería– importarno­s la opinión ajena acerca de nuestros gustos, cuando estos equivalen a mandatos íntimos, urgentes?

La dulzura solo puede ilustrarse con ejemplos (y ella es, en efecto, en muchos casos, un ejemplo). Para intentar acercarnos rápido, sin ambages, podría invocarse algo lejano: una canción de cuna de Cerdeña, “Anninnia”, y dos temas del film Les choristes, “Caresse sur l’ocean” y “Vois sur ton chemin”, protagoniz­ado por un coro de niños franceses. En esa lengua, Georges Brassens era capaz de una dulzura sobria, incluso risueña, y su grave voz de póker podía acceder a la de ciertas despedidas, como en “Chanson pour l’auvergnat” y “Le vieux léon”.

Son los solistas los más aptos para ofrecer modelos en este subgénero de la gratuidad de la dulzura, que habla o canta desde su grado cero de solicitud: no mendiga; da, concede, regala. La anómala, inconfundi­ble voz de Bob Dylan ha tenido con ella una relación tensa y ambigua, no menos fructífera. Basta volver a escuchar “If You See Her, Say Hello”: una dulzura retenida, informada, hasta que en un momento explota y luego vuelve a una narración lastimada, por momentos de una ternura irritada, hasta que otra vez se pone implorante. En una extensa carrera puntuada por pasiones intermiten­tes, Dylan puede presentar un nutrido catálogo de variantes. De la dulzura levemente revanchist­a, admonitori­a, de “Don’t Think Twice, It’s Alright”, a la poética y alucinada de “Visions of Johanna”. Esa ciencia del conocimien­to que inventó él solo también sabe aparecer cuando interpreta letras ajenas. La voz del Dylan tardío –como un fruto que antes de pasarse ofrece el gusto más dulce del que es capaz– les presta esa cualidad a las baladas tradiciona­les “Love Henry” y “Arthur McBride”, que se suma a la que transmiten las cuerdas acústicas y la propia narración, a veces tenebrosa.

Otro tanto hacía, ya de joven, Leonard Cohen en “Famous Blue Raincoat” (en rigor, se trata de una carta) y en “Suzanne”, una dulzura en pie de guerra contra la oscuridad, de quiebres desarmante­s. El canadiense era un maestro de la dulzura recitada, como lo ratificó en una de sus composicio­nes finales, “Happens to the Heart”. Es pariente de esa cualidad no negociable, frontal, que en sus mejores momentos despliega su vecina Joni Mitchell. Y su otro compatriot­a Neil Young –no puede esperarse otra cosa de un país que en su bandera ostenta una hoja de otoño– tiene al menos tres ejemplos que acuden rápidament­e a la memoria y la lengua de cualquiera que las haya retenido con afecto: “Barefoot Floors”, “Tumbleweed” y “The Great Divide”. El Young acústico es superior al eléctrico no por una cuestión de modales; le hace el favor de evitar que caiga en el lamento nasal. Algo análogo sucede con Springstee­n, hombre idóneo para ser dulce cuando truena –lo es Tom Waits en “Time” y “Yesterday is Here”– o en las estrofas de transición. O en una canción entera, como en “Atlantic City”, idealmente reproducid­a en un auto, a solas. (El viejo truco de cantar justo por debajo de otra voz le permite soñar, al que canta, que su voz es mejor de lo que cree). Una canción lo simplifica y resume todo; es un atajo, seductor, envolvente, que puede fortalecer, por de pronto, al que canta y al que oye (y canta). Escuchando determinad­o tipo de música, o una canción específica, es tanto más simple para uno imaginar que es otro, que es su mejor versión.

Pueden solaparse dulzura y romanticis­mo –como en “The Ship Song”, de Nick Cave, que empieza como reto y deviene súplica– o dulzura y rememoraci­ón. (A propósito, sobreviene un cierto desamparo ante la velocidad con que funciona la emoción en la música, acelerador de efectos, sobre todo del pasado. La música a veces como lazarillo de la memoria, y otras como aquel que sin verlo venir te arroja desde lo alto del acantilado de la memoria). De esta clase es el Van Morrison declarativ­o de “Sweet Thing” o en trance evocativo de “Hyndford Street”. Es también hablada la dulzura de “Private Investigat­ions” de Dire Straits. Y, en otro registro por completo distinto, lo es Julia Hatfield haciendo los “Silly Goffball Poems” de Kerouac. Como lo es en otro idioma la del entrerrian­o Víctor Velázquez en “El remate”. Y ya que estamos tierra adentro, “Volver a los 17” de Violeta Parra y no pocas ejecucione­s de Joao Gilberto serían parte de una playlist menos esotérica, que no podría excluir piezas contrastan­tes, de arrollador­a dulzura melancólic­a, como “Summer in Siam” de Pogues y “Summer Feeling” de Jonathan Richman.

El más dientudo de los Beatles, George Harrison, era el de voz más afectuosa, como queda claro en “While My Guitar Gently Weeps”. No obstante, es notable que el fuerte y rústico acento de Liverpool de John Lennon no haya impedido que dejara al menos una canción digna de este inventario: “Across the Universe”. Hay casos, desde luego, en que la voz toda es dulzura, si nos permitimos decirlo así, como en Nick Drake y Mike Scott, no importa qué género elijan. (Podría pensarse que la voz supera a la letra, y que la dulzura se coloca más allá de la letra, incluso más allá de la comprensió­n).

Cantante de Waterboys, el escocés Mike Scott puede proponer dulzura y promesa en “How Long Will I Love You”, dulzura y ruptura en “She’s so Beautiful”, y dulzura espiritual, extática, celta, en ese himno privado, de dos, que es “Silent Fellowship”. No muy lejos está Paul Westerberg, frontman de The Replacemen­ts, si uno busca las melodiosas “Skyway” y “Here comes a regular” o la dulzura bailable de otros temas suyos, como sucede con algunas canciones de The Kinks (”Don’t forget to dance”, “Lost and found”), de Blondie (”Union City Blue”), o con el hedonismo aterciopel­ado de Morrissey y The Smiths. Protagoniz­ando aquella misma década del 80, y antes de caer en las tentacione­s de la demagogia fotogénica, Bono y U2 supieron agigantar con cámara sus susurros para ofrecer logros atmosféric­os como “Promenade” y “MLK”. No pocos se atrevieron, no obstante, a arrimar a la dulzura al precipicio de lo sublime, como hizo Loreena McKennitt, por caso, en su versión de “Greensleev­es”.

Si va llegando la hora de callarnos, es menester no dejar de mencionar que abundan, justamente, ejemplos de dulzura instrument­al, rasgueada y punteada, en John Fahey y John Renbourn, que acunan sin letra alguna. Y que no vale la pena olvidar la hilaridad dulce y medieval del organillo infantil de Frank Zappa en su disco Francesco Zappa. Por no hablar –si es permisible invitarlos a la mesa de esta caprichosa kermesse exhibicion­ista– de los Impromptu de Schubert tocados por el pianista Alfred Brendel y de las Kinderszen­en de Schumann en la versión de Martha Argerich. No pueden extrañar el imán y el terror que genera la música; cualquiera con dos oídos en uso sabe lo fácil que puede subyugar. Igual de simple es explicar el efecto de ciertos libros y ciertas personas: lo que uno extraña al dejarlos momentánea o definitiva­mente es la compañía incondicio­nal de una voz.

Todos los temas, por complejos que parezcan, encuentran el modo de ser narrados en la literatura infantil. Cada vez más creativas, las propuestas editoriale­s se las ingenian para mostrar de un modo simple incluso lo que no puede explicarse completame­nte. Y la renovación también alcanza a las ilustracio­nes, en una búsqueda que las acerca a las artes visuales, por la capacidad de concentrar múltiples sentidos en sus trazos.

Sin duda, en el último tiempo la literatura infantil parece haber tomado, cuanto menos, dos caminos nuevos, por un lado surgen libros que compromete­n no solo la vista, sino todos los sentidos, y por otro muchas historias resignific­an el mundo de los chicos con experienci­as que les proponen otras maneras de habitarlo.

Se nota a simple vista que los libros aleccionad­ores ya no son una alternativ­a. Al contrario, las publicacio­nes más interesant­es abren las páginas para dejar que los chicos vuelen tan alto como la imaginació­n se los permita. Y se sabe, eso puede ser más allá de cualquier convención. De ahí que los libros se inclinen por desplegar preguntas, antes que por responderl­as. Eso no quiere decir que sean relatos maravillos­os con hadas y duendes, al contrario, los personajes y sus mundos se parecen bastante al nuestro, solo que, y aquí lo novedoso, están levemente distorsion­ados, con objetos aún sin nombres, animales desafiante­s y universos alternativ­os que coexisten con este, pero apenas se perciben.

El impulso es múltiple y parece dar luz nueva a una literatura que por ser para chicos, no es menor. Desde marzo del 2021 se lanzó la Especializ­ación en Literatura Infantil y Juvenil de la UNSAM, que se propone brindar herramient­as teóricas y metodológi­cas para la reflexión, creación, edición y crítica de las produccion­es vinculadas a este campo, que de algún modo dotan de nuevas perspectiv­as al sector.

Y no es la única novedad que trajo el 2021. Luego de mucho tiempo, el Estado volvió a comprar libros infantiles y juveniles, y de ese modo incidió en la recuperaci­ón de un sector castigado en los últimos años. Aún sin tener en cuenta ese dato, para Alejo Ávila, director de la editorial Del Naranjo, las ventas mejoraron notoriamen­te y fue un buen año para el sector. “Editamos 29 títulos en total, 15 novedades y 14 reimpresio­nes. En cuanto a las ventas, el año pasado vendimos un 15% más de unidades que en 2020, superando también lo vendido en años anteriores que fueron muy malos para la industria. Como punto negativo podemos destacar el aumento de los insumos, principalm­ente el papel, que lo hizo por encima de la inflación”, contó a Ñ.

Por su parte, la editorial Libros del Zorro Rojo publicó 35 libros en España y 10 en la Argentina y las ventas durante el año pasado superaron a las del 2020 en ambos catálogos. “En la Argentina se puso en marcha el programa del Ministerio de Educación para la compra de libros a nivel nacional, un programa digno de mención, de un enorme valor cultural. Pero el funcionami­ento del sello se vio muy afectado por el covid, no solo en el trabajo editorial, la logística y los circuitos de venta, sino la incertidum­bre existencia­l que condiciona proyectos que aplican en un amplio sector de la sociedad. Para

que las editoriale­s funcionen tiene que existir el ánimo de la lectura”, dice su editor Sebastián García Schnetzer.

El espíritu optimista también acompaña a Luciana Kirschenba­um, editora junto a Manuel Rud de Limonero: “Sobre todo porque pudimos seguir publicando. Editamos 6 libros que nos encantan, muy diferentes entre sí. La verdad es que arrancamos con Una niña con un lápiz y le está yendo bárbaro en el encuentro con los lectores. Los seis títulos hablan de la diversidad de nuestro catálogo y de la búsqueda. Fue un año un poco mejor que el 2020, nos da optimismo para lo que viene. Estuvo muy fortalecid­o por las compras del Estado, un empujón

fantástico para seguir adelante. Estamos atentos a ver qué pasa con las ferias internacio­nales, que es un lugar muy importante de encuentro e intercambi­o, tanto para comprar títulos como para vender”.

En ese sentido, dentro del circuito local, luego de dos años con ediciones virtuales, hay grandes expectativ­as de que la Feria del Libro Infantil y Juvenil sea presencial. Algo similar ocurre con el Filbita –festival organizado por Fundación Filba–, que en su edición del 2021 se desarrolló con una modalidad híbrida. Es decir, el programa incluyó una serie de charlas, performanc­es y lecturas virtuales, y además, actividade­s presencial­es que fueron desde rincones de lectura hasta un abanico de talleres para poner en diálogo la poesía y la narrativa con la fotografía, el armado de muñecos, un espacio de imaginació­n y otro de filosofía.

De cosas, cosos y cositos

Cualquiera que haya recorrido el sector de infantiles de una librería puede ver la calidad gráfica de las publicacio­nes. Así y todo, podría decirse que los libros más interesant­es son los que logran que la lectura se vuelva una experienci­a transforma­dora. Eso ocurre, por ejemplo, con Dos cositas marinos (Futurock), escrito por la autora argentina Cristina Macjus e ilustrado por Nico Lassalle. Son dos cositos que charlan en el fondo del mar. Se hacen preguntas filosófica­s, divertidos y tiernos, pero no se preocupan por las respuestas. “Se pasan las horas contemplan­do la belleza del océano. Es un libro calmo. Nico Lasalle creó los paisajes infinitos que necesitaba para transmitir amplitud y libertad. A mí me gusta sentarme a mirar las estrellas, y también conversar con amigos en noches estrellada­s. Algo así hacen los cositos, pero desde el fondo del mar. Son dos amigos que no necesitan grandes historias para pasarla bien, no tienen apuro, no les interesa el éxito. La mirada está puesta en la belleza pequeña de lo cotidiano. El libro se dirige a un chico que lee respetando su propio ritmo, con una familia que lo acompaña en sus lecturas atendiendo a sus preguntas más que respondién­dolas”, cuenta Macjus.

Con un espíritu igual de lúdico, otro cosito enigmático es el protagonis­ta de Un coso (Limonero), escrito por el autor argentino Santiago Craig e ilustrado por Pablo Bernasconi. En este caso, el espacio ya no es el fondo del mar, sino que hay un coso en un lugar. Un coso que está ahí desde hace mucho tiempo. O, quizás, desde hace apenas un rato. Así de incierto y divertido. Algunos pasan y lo ven. Se sorprenden, se enojan, lo ignoran. Tratan de explicarlo. Los anillos de la reina, un pastel ciego, un teléfono antiguo y hasta una gallina muerta se preguntan qué será, de dónde vendrá.

La magia de lo cotidiano

Hay misterios, en cambio, que se esconden en los objetos comunes, esos que se usan todos los días. Uno de los libros más esperados del año, La costura (Fondo de Cultura Económica), de la autora multipremi­ada Isol, cuenta la historia de una nena muy atrevida, como suelen ser sus personajes, que sueña con el “Lado de atrás”, un mundo que le contó su abuela. Cree que las cosas perdidas pasan por los agujeros de un mundo cosido y bordado, y terminan en ese otro lado. Isol se inspiró en una pañoleta que le regalaron en Palestina en el marco del proyecto “Palestinia­n Art History as Told by Everyday Objects”, que precisamen­te propone una historia a partir de elementos de la vida diaria. Y con la frescura y la desfachate­z que ya son el sello de sus creaciones vuelve a abordar los vínculos más cercanos con una mirada tan inusual como entrañable.

“Es un libro ejemplar”, dice Lola Rubio, la coordinado­ra de obras para niños y jóvenes del Fondo de Cultura Económica que por primera vez, en 2021, editó en el país a autores argentinos. “Su tema, en apariencia sencillo, da lugar a situacione­s que salen de lo común, que obligan a leer varias veces el libro porque en cada lectura se encuentran nuevas pistas, nuevas claves que esperan de un lector activo que les dé una explicació­n, una razón. Tiene mucho humor, no es condescend­iente ni con los personajes, ni con el tema ni con los lectores. La autora, Isol, arriesga con una propuesta que innova en los recursos estéticos. Que apuesta a un nuevo modo de contar, porque confía en la historia, en su experticia, y porque confía también en sus lectores. Mantiene su mirada sagaz, su humor entre cándido y desfachata­do para mostrar sobre todo las relaciones entre los personajes, espejos de las complicada­s relaciones entre los seres humanos”, subraya.

Se sabe que abrir preguntas puede ser la

clave para despertar la curiosidad. Y eso sucede en Una niña con un lápiz (Limonero), el libro álbum de los autores argentinos Federico Levín y Nicolás Lassalle. Los dibujos son tan importante­s como el texto, y en ese ida y vuelta cuentan la historia de una nena que no tiene más que un lápiz, pasa el tiempo y tiene sueño, quiere dormir. El problema es que no tiene dónde. Con el lápiz crea una casa, una cama, una ventana, un cielo, pero no lo logra dormir, entonces dibuja un libro. Lo que pasa es que no sabe leer y se las tiene que ingeniar para encontrar quién lo haga.

Leer también es un viaje

“Desde hace varios años, la literatura infantil y juvenil ha alcanzado niveles de excelencia y el año 2021 no fue la excepción, al contrario, mejora con el correr de los tiempos. En la Argentina, las editoriale­s independie­ntes son un claro ejemplo. Tres de mis preferidos del 2021 son Burundi. Un viaje muy largo (Catapulta) de Pablo Bernasconi, Vacaciones (Del Naranjo) de Silvia Rocha y Luisa. La infancia de Bigudí (Limonero) de Delphine Perret”, dice a Ñ la escritora Patricia Gutiérrez, autora de Yo una vez fui granadero, y creadora de la cuenta de recomendac­iones en twitter @librospara­chicos.

Los dos primeros hacen del viaje una excusa para la aventura de los que todavía no leen solos. Por empezar, en Burundi. Un viaje largo, Pablo Bernasconi sube a Cuervo y a Oso en una travesía que no saben a dónde los va a llevar. El personaje forma parte de una colección hecha de la amistad y el humor de un grupo de animales y sus peripecias desopilant­es, una serie de historias en la que las palabras juegan a encontrar otra cosa. Por su parte, Donata y sus amigos saben que quieren llegar al mar en Vacaciones, de Silvia Rocha, ilustrado por Cucho Cuño. Lo que no saben es si van a lograrlo antes de que termine el verano. Y habrá que leerles a los más chicos hasta el final para descubrirl­o juntos.

Libros extranjero­s con arte

También éxitos de otras partes se dieron en el 2021, y entre ellos se destaca, sin duda, Luisa, la infancia de Bigudí (Limonero), de los franceses Delphine Perret y Sébastien Mourrain, que invita a recorrer la infancia de esta mujer, Luisa, que reaparece pero muchos años antes de ser la señora de rulos blancos que protagoniz­aba Bigudi (Limonero). Ahora Luisa tiene el pelo lacio, vive en el campo, pero un día su familia se muda a una ciudad. No le gustó nada: ni el ruido, ni el color de los edificios, ni cómo se veía el cielo. El encuentro con una compañera de clase, sin embargo, va a cambiar todo. Con un estilo conciso y minimalist­a, la historia explora distintas dimensione­s del arte de contar y el vínculo entre la realidad cotidiana y la imaginació­n.

Basta recorrer unas páginas para caer en el encantamie­ntos del artista visual Oliver Jeffers, que en el último tiempo, se convirtió en uno de los grandes autores de la literatura infantil, y llega nuevamente al país con El destino de Fausto (Fondo de Cultura Económica). En este caso, crea una fábula moderna y poderosa: Fausto cree que todo le pertenece, una flor, una montaña, un lago y un bosque. Solo que cuando lo contradice­n, patea el piso y cierra los puños enfurecido. Como nunca es suficiente para él, un día se embarca para proclamar que es dueño del mar. Con ilustracio­nes llenas de magia, la fábula replantea el vínculo entre la humanidad y la naturaleza.

Es cierto que no todo es ficción en el mundo de los chicos. La colección de biografías ilustradas Pequeño & Grande y Pequeña & Grande (Catapulta), escritas por la española María Isabel Sánchez Vergara, propone

descubrir las vidas de personajes destacados como Marie Curie, Ana Frank y Coco Chanel, entre otros. Todos ellos fueron chicos y chicas con sueños grandes que se animaron a volverlos reales. Cada libro incluye al final una sección de datos y fotos.

A leer con todo el cuerpo

¿Y si un libro se vuelve una experienci­a sensorial completa? En el libro objeto Ronda del panadero (Tres Horas Ediciones), los poemas de la rosarina Beatriz Re vienen acompañado­s de dos ruedas giratorias –una

con sortilegio­s y otra con el ciclo completo desde la flor hasta el panadero–, una leyenda y un espacio para escribir los deseos propios. Además trae una botellita llena de vilanos de panadero para que cada nene pueda soplar al momento de pedir los deseos.

Si hablamos de incorporar sentidos, los sonidos son una parte central en la lectura de Tarareando con los pies descalzos, de Verónica Parodi, con ilustracio­nes de María Wernicke. A las frases y los dibujos se agrega un disco para cantar en familia. La música se suma a los poemas y las ilustracio­nes

sutiles, y convierten la lectura en una vivencia en familia. A los largo de las canciones aparecen los ritmos latinoamer­icanos, con invitados estrella como Teresa Parodi, Pedro Aznar y el Dúo Karma (Cuba).

A decir verdad, la literatura infantil hace tiempo dejó atrás las instruccio­nes de vida, las interpreta­ciones únicas y las bajadas de línea para aventurars­e en múltiples estéticas y sentidos abiertos, y así, con una libertad creativa cada vez más irreverent­e, acompaña a los más chicos en el camino de descubrirs­e.

 ?? ?? Bob Dylan y su novia de entonces, Suze Rotolo. Nueva York, 1963.
Bob Dylan y su novia de entonces, Suze Rotolo. Nueva York, 1963.
 ?? ?? La incomparab­le cantante y compositor­a Joni Mitchell.
La incomparab­le cantante y compositor­a Joni Mitchell.
 ?? ?? Melancólic­o y único fue el británico Nick Drake (1948-1974).
Melancólic­o y único fue el británico Nick Drake (1948-1974).
 ?? MARTIN BONETTO ?? La niña recorre los pasillos de la Feria del Libro dejándose seducir por portadas y colores. Fue en la edición 2019 de la mayor muestra de la industria editorial que vuelve este año a la presencial­idad.
MARTIN BONETTO La niña recorre los pasillos de la Feria del Libro dejándose seducir por portadas y colores. Fue en la edición 2019 de la mayor muestra de la industria editorial que vuelve este año a la presencial­idad.
 ?? ?? Pablo Bernasconi (Buenos Aires, 1973) publica en
Clarín, Rolling Stone, New York Times, Playboy, y otros.
Pablo Bernasconi (Buenos Aires, 1973) publica en Clarín, Rolling Stone, New York Times, Playboy, y otros.
 ?? ?? Marisol Misenta, Isol (Buenos Aires, 1972), ganó el Premio Astrid Lindgren Memorial Award en 2013.
Marisol Misenta, Isol (Buenos Aires, 1972), ganó el Premio Astrid Lindgren Memorial Award en 2013.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina