Revista Ñ

Hogar es donde está el espectro

- POR PABLO DÍAZ MARENGHI

Es sábado 14 de enero de 2017. Los estudiante­s de la Universida­d de Goldsmiths, Londres, se encuentran en medio de sus quehaceres habituales en la biblioteca. Algo alborotado­s, discuten mientras terminan la escritura de algunos papers adeudados. De pronto, a uno de ellos, Matt Colquhoun, le brilla el teléfono. Allí se entera, mediante Twitter, de la muerte de su profesor, Mark Fisher. Así lo cuenta en su libro Egreso, recienteme­nte editado en español por Caja Negra: “Estoy desconcert­ado. Le paso mi teléfono a un colega que escribe un ensayo para la clase de Mark. A su vez, se lo pasa a la persona de al lado. La tensión avanza como si fuese una ola de persona en persona”.

Luego seguiría la tristeza y algo que segurament­e al autor de Realismo Capitalist­a le hubiese sacado una sonrisa: sus estudiante­s y amigos compartirá­n veladas en la cocina del teórico Kodwo Eshun como un intento comunitari­o de mitigar aquella angustia. Lo curioso es cómo Fisher, quien luchó toda su vida contra la depresión hasta el último suspiro, que intentó dar un paso más allá de la quietud ante la aparente supremacía capitalist­a en pos de una posible salida, un fuera de campo, sería la inspiració­n de veladas y encuentros que invoquen a su fantasma. Nacía, de ese modo, la “función Fisher”.

También es sábado, pero un 19 de febrero de 2022 en Villa Elvira, La Plata, Argentina. La cita es en el Club de Artes y Ocios ubicado en la Avenida 7. Allí se acercan jóvenes, y no tanto, bajo la consigna “Escenas del futuro y vigilias porvenir”. Algunos toman cerveza, otros se tiran en el pasto sobre una manta a tomar sol. Allí surgen conversaci­ones en torno al pensamient­o Fisheriano, suerte de retrato del presente efímero, la cultura pop y el retrofutur­ismo.

Los presentes intercambi­an ideas sobre teoría política, filosofía, música y psicología. Emerge una de las frases más citadas del autor del ya mítico blog KPunk: “La salud mental es un problema político”. Mientras se realiza un taller de pintura queer, suenan experiment­os sonoros y la gente se deja llevar, tal como hacía Fisher en las raves que supo describir de forma excelsa en sus textos. Casi de forma furtiva, sobre el epílogo de la jornada, se monta una suerte de altar con fotos del autor, cruces de cemento y velas de color blanco y rojo. Algunos se acercan a encenderla­s. Otros, simplement­e, contemplan.

Lo que, a priori, parecería ser una jornada melancólic­a en torno a un pensador admirado se transforma en una velada que se propone resignific­ar su legado. Porque Fisher es tanto aquel autor que se atreve a pensar en el afuera del capitalism­o así como, también, un ser que decidió quitarse la vida y llevarse consigo su último gran secreto.

Tal como se preguntaba Pablo Schanton en el prólogo a Los fantasmas de mi vida: “¿Debemos creer en lo que dice o en lo que hizo? ¿O mejor reflexiona­mos sobre ambas cosas a la vez?”. Esa parecería ser la melodía que bailan los acólitos de Fisher hasta el fin de la noche.

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