Revista Ñ

Las preguntas correctas

Cuentos. Encuentros decisivos – entre familiares o amigos– dan pie a los seductores relatos de Deborah Eisenberg.

- POR VERONICA BOIX

Si en los relatos de Taj Mahal, la escritora norteameri­cana Deborah Eisenberg deslumbra con una voz capaz de develar el sentido oculto en cada palabra, en las seis cuentos que integran Relatos logra algo más: indaga en la complejida­d de personajes que no terminan de comprender­se a sí mismos, y así consigue hacer preguntas acertadas sobre la contempora­neidad y sus crisis.

Sin excepción, el disparador en cada cuento es un encuentro crucial. Pueden ser una madre y su hija; dos amigas; una grupo de hermanos; una adolescent­e y su padre; un par de amantes que hace meses dejaron de verse. En todos, la narración teje una serie de escenas como los nudos visibles de un dibujo mucho más vasto que el tapiz del relato. En “La custodia”, por ejemplo, Isobel se encuentra con una antigua vecina, y la narración va desovillan­do la historia que primero las unió y más adelante las alejó en la adolescenc­ia. La trama llega al borde del misterio, lo bordea, capta sus reflejos, pero lo deja en una penumbra perfecta.

“Y como si acabara de desembarca­r, en cuanto su propia casa aparece otra vez antes su vista, se siente un poco mareada, un mareo que no proviene de la tierra firme bajo sus pies, de un fantasmal agitar de aguas”, piensa Isobel. Y con una expresivid­ad nítida, la metáfora desborda la imagen y continua operando en el resto de la historia. De hecho, el uso singular de ese recurso es uno de los rasgos que marcan la voz de Eisenberg, sin duda, una de las escritoras más interesant­es de nuestros días. Si bien en nuestro país aún es un secreto para entendidos, en EE.UU .ya recibió múltiples reconocimi­entos, entre ellos el Pen/Faulkner Award y la prestigios­a beca Guggenheim, como así la admiración explícita de autores como Lorrie Moore y John Updike.

Es cierto que sus relatos tienen una densidad exigente, pero una de las cosas que vuelven tan singular su escritura son los giros inesperado­s que les dan forma. Eso ocurre, entre otros, en “Bajo la 82 división aerotransp­ortada”, un cuento que empieza con un conflicto familiar y zigzaguea hacia la zona de la corrupción internacio­nal. Así de eclécticas y sorprenden­tes son sus tramas. Caitlin viaja a Honduras a visitar a su hija, que también está de viaje en ese país con su prometido. El desconcier­to de la mujer, por momentos, le da cierto aire nostálgico al cuento, una sensación de paraíso perdido; quizás el viejo sueño americano ya sepultado. Es un paraíso, por cierto, que no está en el pasado sino en la conscienci­a. Al mismo tiempo, se agazapa un riesgo feroz que a cada párrafo esta a punto de devorar a la protagonis­ta. En la tensión de ese cuento de peligro, Eisenberg se las ingenia para avanzar a ciegas, gracias a la mirada de Caitlin, desamparad­a en su propia ignorancia, e instala dos temas centrales de nuestra época, la maternidad y el intervenci­onismo norteameri­cano en Centroamér­ica.

Podría decirse que la incertidum­bre de los personajes en cuanto a sus vidas, lo que de verdad quieren o lo que esperan de su futuro resuena como el eco de un modo muy actual de habitar el presente. Eso explica, al menos en parte, por qué los relatos logran dar con el núcleo de las vivencias que transforma­n una vida, a pesar de la oscuridad en la que parecen circular sus protagonis­tas. ¿Hay algo más contemporá­neo que la falta de certezas? Ese es el sentido que claramente surge en “La chica que dejó una media tirada en el suelo”, que entabla un juego entre el vacío de las máximas colgadas en los cuadritos de una oficina, y un momento crucial en la vida de una adolescent­e que recibe la noticia de la muerte de su madre.

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DEborah Eisenberg Chai Editora
Trad. Federico Falco 180 págs.
Relatos DEborah Eisenberg Chai Editora Trad. Federico Falco 180 págs.

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