ENTRE EL DESAFÍO Y LA FRAGILIDAD
Entrevista con Mariano Mayer. El curador de la sección latinoamericana razona los criterios de ARCOmadrid y comenta el batacazo argentino.
Un factor decisivo en el protagonismo argentino en ARCOmadrid, el curador Mariano Mayer cuenta que el espacio Nunca lo mismo, la sección de arte latinoamericano, partió de la dinámica y el vínculo histórico de la feria con las galerías de la región. En este primer año, tuvo la curaduría conjunta de él y la curadora ecuatoriana Manuela Moscoso. Durante dos días ellos acariciaron tres nominaciones fuertes a los premios Illy, las obras de Mauricio La Chola Poblete, de galería Pasto, Eduardo Navarro, en Galería Continua, y la venezolana Sol Calero, expuesta en Chert Lüdde. Finalmente el premio fue solo para la venezolana Ana Navas, de la sección General. Quién sí distinguió Nunca lo mismo fue la reina Letizia de Borbón, que en su visita dialogó con Poblete, vestida de Chola.
Con una trayectoria en edición y periodismo cultural, con foco en arte, Mayer emigró a Madrid en 2002 y hace algunos años comenzó a trabajar en los catálogos de ARCOmadrid. En dos ocasiones relevó la colección propia de la feria; esa familiaridad con el acervo se despliega hoy en el Ca2M, el centro de arte de Móstoles, en las afueras de la capital, en la expo Táctica Sintáctica, donde el escultor Diego Bianchi intervino la colección sumando doce piezas propias.
En 2021, en el ojo de la pandemia, Mayer curó la muestra en Casa de América dedicada a Latinoamérica, una expo de la que luego surgió Remitente, en julio pasado, una sección con exhibición limitada y venta online en una anómala ARCOmadrid. “Nos propusimos continuar esa iniciativa —explicaba Mayer el viernes pasado en el bar Mallorca, del barrio de Salamanca—. En Nunca lo mismo no quisimos contar un continente, ni una geografía ni una identidad, sino una suma de contextos que comparten una historia, un presente y las incertidumbres sobre el futuro”. La categoría de lo regional, comento, no carece de campos minados: se corre el riesgo folklórico, la construcción forzada de identidad, la grilla que parte de semejanzas básicas. ¿Qué tiene en común el arte de nuestros países? Así siguió la conversación: -Tienen en común la invención, la capacidad de supervivencia y la necesidad insistente de armar una red. La labor de las galerías es muy ardua; si tienen recursos propios, deben sostener el esfuerzo en el tiempo hasta que les pueda redituar la inversión, y para quienes no los tienen es aún más difícil. En cualquier caso, supone lanzarse a una tarea que rendirá sus frutos, con suerte, cinco años después. Hoy para las galerías latinoamericanas ARCOmadrid es un esfuerzo financiero enorme. Nosotros contactamos a unas 40 galerías de la región, sabiendo que como máximo podíamos alojar a 10. Y las contactamos pensando también en los artistas, porque los formatos de galerías son muy variados. Finalmente solo 8 pudieron venir.
–De las ocho galerías argentinas presentes, solo tres accedieron a la sección General. Hache, Pasto y Piedras, en tu sección, y Constitución en la sección Opening: las galerías pequeñas, en un punto, marcaron la vitalidad del sector. –Hubo dos momentos; las galerías más jóvenes, que tienen su propio modo de expansión y espacios propios en la feria —beneficiadas por espacios de 25 m2 que valen 6 mil euros. Los stands de las siguientes en escala pueden costar hasta cinco veces más. Si los 6 mil reciben ayuda del estado, como fue el caso de Argentina, la inversión necesaria cambia por completo. Las galerías medianas ya tienen sus clientes en Europa, preparan mucho el terreno antes de decidirse. En cambio, las más jóvenes recién arman su portfolio de coleccionistas y están no solo atentas a las ventas, también ávidas de vincularse con los curadores que pasan por la feria. Es su gran oportunidad de pasar a otro nivel de profesionalismo, conseguir residencias para sus artistas, entrar en el ruedo...
–¿Cuál fue el criterio para armar la sección? –En verdad, 6 de las galerías eran latinoamericanas pero 2 eran europeas. En Nunca lo mismo, los galeristas fueron convocados por invitación, sin el filtro de un comité de selección. Y no solo quisimos galerías pequeñas y artesanales; buscamos promover obras de artistas latinoamericanos puntualmente. No hay un único modelo en el contexto latinoamericano. Algunas de ellas son de gran escala, como Galería continua, con sedes en Brasil y La Habana, por ejemplo; es una cadena pero los artistas latinoamericanos entran en esa lógica. También está Chert Lüdde, la galería berlinesa que trajo obra de Sol Calero (N. de la E.: nacida en 1982 en Caracas, hizo importantes instalaciones en museos alemanes; en 2020 esta galería expuso con repercusión las ollas y hornos de barro de Gabriel Chaile). –Hace tres años, algunas galerías asistían a diez o quince ferias. ¿Se acabó la burbuja? –Tiene de burbuja, es cierto. Y esa proliferación es inexplicable, la distorsión total. Hay que preguntarse cómo se podía sostener. Esa hiperactividad global se mantenía a base de créditos y esfuerzo, sin réditos inmediatos, apostando hacia adelante. El nuevo galerista debe trabajar con un plan de expansión y resignarse a hacer el balance dentro de cinco años, algo parecido a un restaurante. A muchos les ha funcionado mientras otros han tenido que desertar. A la vez, hay movimiento. Veo el interés en adquirir y participar.
–¿Cuál es el corolario para ARCOmadrid?
– Hubo un auténtico fenómeno de protagonismo argentino y la feria tomó nota. Fijate que dos premios grandes fueron a galerías intermedias, Rolf Art y Walden. Y la reina visitó la pequeña galería Pasto. Son formas de alentar la participación del resto de Latinoamérica y premiar a quienes se lanzaron al desafío.