El regreso de una aldeana condenada a morir de pena
Golpearán a su puerta y ella asomará desde el rincón izquierdo del escenario, alegre e ingenua. La aldeana Giselle volverá a bailar pese a las advertencias de su madre, a enamorarse del muchacho equivocado y a morir, en medio de un ataque de locura, para regresar de ese lugar del que nadie regresa. Tres de las compañías de ballet del sur de América (el Teatro Colón, el Sodre uruguayo y el de Santiago de Chile) decidieron programar la pieza más emblemática y canónica del repertorio romántico. Será un éxito, como siempre lo es. Y esa es precisamente la cuestión: ¿por qué aún conmueve esa historia de un amor trunco ideada hace 180 años? ¿Por qué estruja el corazón ese engaño a la pueblerina que volverá de la muerte para salvar al noble que le mintió? ¿No éramos ya suficientemente feministas para dejarnos llevar por todo esto?
Si alguien pensó e investigó sobre Giselle fue el historiador de la danza, crítico, teórico y editor británico Cyril W. Beaumont, autor de más de cuarenta libros sobre esta disciplina y uno de los estudiosos de las artes del movimiento más importantes del siglo XX. En su obra Un ballet llamado Giselle, explica: “El hecho de que un ballet haya perdurado durante más de cien años, sobreviviendo triunfalmente a tantas vicisitudes del gusto y la moda, es un tributo suficiente a su popularidad y amplio atractivo. No hay ningún otro ballet que, en el breve espacio de dos actos, ofrezca una gama tan inmensa de expresión a la ballerina, tanto técnica como interpretativamente. De hecho, en conjunto, Giselle fue y sigue siendo el logro supremo del ballet romántico”.
La historia fue elaborada en la primera mitad del siglo XIX por Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, que se basaron en un poema de Victor Hugo, “Fantômes”, que incluye la descripción de una muchacha española cuyo amor por la danza la lleva a la muerte, y en un pasaje de De l’Allemagne, de Heinrich Heine, sobre las Willis, novias fantasmales que se levantan de sus tumbas a medianoche para bailar seductoramente a la luz de la luna, según puntualiza la profesora emérita de música en la Universidad de Oregon (EE.UU) Marian Smith en su libro Ballet and Opera in the Age of Giselle.
Así, la trama de este ballet cuenta la historia de una adolescente llamada Giselle que, durante el primer acto, se enamora del misterioso Albrecht: aparentemente un aldeano como ella, pero que en verdad es el duque de Silesia. La mentira será revelada cuando aparezca la prometida del noble y la chica, desesperada por la traición, enloquezca de dolor y muera ante el estupor de su madre y amigos.
A esa primera parte terrenal y festiva, se le opone –como manda el canon de esta clase de piezas– un segundo acto “blanco”: un entramado de escenas fantasmagóricas, pobladas por espectros y caracterizadas por el vestuario níveo de las bailarinas, todo muy a tono con la estética romántica de ese período. Aquí, Giselle ha sido sepultada y una maldición cae sobre ella: será transformada en una de aquellas Willis, espíritus femeninos que salen de sus tumbas para vengar, cada noche, a los hombres que las han herido. Así sucede y, cuando aparece Albrecht, arrepentido ante el sepulcro de la muchacha a la que engañó, las Willis se lanzan contra él y Giselle, en lugar de vengarse, lo salva, aunque ella quedará condenada por los siglos de los siglos (no califica spoiler si lleva 180 años representándose, ¿o sí?).
Sobre esta trama, el compositor Adolphe Adam elaboró la música, y Jules Perrot y Jean Coralli la coreografía que estrenó el Ballet du Théâtre de l’Académie Royale de
Musique en el Salle Le Peletier en París, Francia, el 28 de junio de 1841.
Tanto la estructura bipartita de esa historia, así como el juego de opuestos que se plantean entre los personajes masculinos (Albrecht disputa el amor de Giselle con Hilarión, un cazador, aldeano como ella que es quien revela la mentira), se proyecta también en la representación de los roles femeninos, que en la tercera década del siglo XXI, dispara relecturas que merece la pena revisar. La antagonista de la cándida y abnegada Giselle, enamorada hasta el paroxismo, es la reina de las Willis, Myrtha: implacable y rigurosa, no está dispuesta a someterse al olvido de la muerte. Sí, está muerta. Sí, es un espectro. Pero desde esa condición disputará una permanencia en el mundo de los vivos y, en lo posible, se cobrará las afrentas en cada hombre (cualquiera, el que pase a medianoche por el bosque), que será torturado hasta la extenuación.
Frente a los roles pasivos y victimizantes de las muchachas como Giselle, Myrtha condena y no admite disculpas. Giselle le implora, pide por la vida de ese amado que lleva toda la noche bailando y que está al borde de la muerte. Pero nada conmueve a la reina de las Willis: ella ejerce el poder que tiene y no hay sentimentalismo que la haga retroceder.
La historiadora uruguaya Lucía Chilibroste lleva meses trabajando con Giselle. A los artículos que publica regularmente, se suman las clases virtuales que está dictando sobre este ballet a habitués y público general. “El éxito de Giselle se puede explicar en parte por la temática tan humana que aborda esa historia: el amor, la ilusión, la desesperación ante la traición y los condicionantes sociales que le impiden a Albrecht imaginar siquiera una pareja con la aldeana. Todos son sentimientos muy humanos”, enumera en diálogo telefónico con Ñ.
Para la especialista, formada en Uruguay y en la Universidad Autónoma de México y la Nacional de la Plata en Argentina, las relecturas de esta clase de obras es permanente: “Originalmente, no había cuestionamientos a la mentira del duque para enamorar a una pueblerina. A fin de cuentas, es lo que hacían los nobles, incluso el propio autor de este ballet Théophile Gautier, que tenía amoríos en la Ópera de París con las bailarinas y que luego harían los zares. Es posterior, bien entrado el siglo XX, que eso cambia y Giselle pasa a ser victimizada. Otra relectura es la que aplica al personaje de Hilarión: antes era visto como el responsable de la muerte de la chica por haberle revelado la mentira y los soviéticos primero y los cubanos luego lo rescatan de ese lugar de culpabilidad”.
Aunque la historiadora uruguaya ha visto decenas de presentaciones, se declara enamorada de esta obra: “Me encanta ir descubriendo en las versiones que están bien estructuradas los hilos que van trenzando la historia, así como las pequeñas pinceladas y detalles significativos. En cada función sigo viendo elementos nuevos”, comparte.
Un ingrediente especial tendrán las funciones del 6 y del 19 de abril en el Teatro Colón ya que serán las últimas de la bailarina argentina Nadia Muzyca, hermosa y dotada intérprete, que cerrará un camino pleno e íntegramente construído en el máximo coliseo argentino.
Su trayectoria profesional como primera bailarina comenzó con Giselle y cerrará con esa misma obra: “Tuve una carrera que sobrepasó mis sueños, pude representar a nuestro país en muchísimas oportunidades por todo el mundo. Bailé todos los grandes clásicos, me han ofrecido trabajar en el exterior, pero yo siempre soñé con cumplir mi sueño en mi país, cerca de mi familia. Giselle fue mi primer protagónico, me dió importantes oportunidades y por eso elijo a esta querida aldeana que me acompañará a cerrar el telón en el comienzo de temporada 2022”, explicó en redes sociales. Cierres y continuidades para una historia que parece no envejecer.
Durante más de medio siglo fueron pareja y crearon obras. Él hace tiempo logró un lugar destacado en la historia del arte argentino, como protagonista de las primeras muestras de arte no figurativo en el país. Ella fue la primera artista mujer que experimentó con la abstracción. Sin embargo, las vicisitudes de la época en torno al rol de la mujer y a su lugar muchas veces en las fronteras del canon, entre otros obstáculos, hicieron que su obra cobrara la relevancia y dimensión que merece recién en la última década. Ahora Yente (seudónimo de Eugenia Crenovich) y Juan Del Prete ven enaltecidas sus trayectorias en común con una muestra que los reúne por primera vez, a través de 150 de sus obras, engendradas entre 1930 y 1980: pinturas, esculturas, tapices, dibujos y libros de artista.
Yente-Del Prete. Vida Venturosa, la muestra en el Malba, despliega y desarrolla la variedad de aristas que resultan al reunirlos para observar el intercambio de sus propias miradas y volver a pensar sus producciones individuales en relación a los contextos históricos y lecturas historiográficas, tanto del pasado como del presente. Con eje en su sinergia creativa, la exposición a cargo de María Amalia García, curadora en Jefe del museo, en todo momento rinde fidelidad a la libertad artística de la pareja, a la vez que amplía el núcleo de su producción legitimada hasta el momento. La pareja no tuvo hijos, un hecho singular para la época. La recorrida nos deja toda su obra, además de la leyenda de Onofrio y Fragilina, sus dos alter egos.
“El planteo sostiene la existencia de un éxtasis productivo en común, que deviene en modos particulares de hacer. Consciente de las tensiones entre obra, afectos, amor y matrimonio, la exposición aborda su trabajo, por un lado, a través del hilo conductor del uso compartido de recursos plásticos (modos de representación, estilos, formatos, materiales)”, sostiene García.
“Por otro lado -puntualiza en su texto curatorial-, se rescatan las particularidades de cada producción, la impronta personal de cada artista: él, volcánico; ella, reflexiva. Si bien la abstracción es un centro
de unión para la pareja, la exposición no se limita a este aspecto de la obra, ya consagrado por su pionerismo”.
En 1935, en una exposición de Del Prete en Amigos del Arte se conocieron con Yente, cuando él acumulaba todos los modos de ser un artista moderno iniciado en París. Allí había ensayado sus primeros collages y óleos abstractos y participó con dos piezas del segundo número del cuaderno Abstraction-Creation Art non Figuratif (1932). Dos exposiciones en Amigos del Arte, en 1933 y 1934, lo situaron en la historia del arte argentino como el primer artista en exponer obras no figurativas, aunque no tuvieron entonces una buena recepción crítica. Al ingresar en la muestra, encontramos las obras de ambos de este período a manera de preludio amoroso al dar cuenta de la época en que su relación se forjó.
Por demás elocuente resulta el conmovedor libro de artista de Yente, La vida venturosa de Onofrio Terra d´Ombra, que origina el título de la muestra y ha sido investigado en profundidad. Se trata de una saga (¿biografía novelada, una telenovela en cuadros?) desarrollada en seis libros entre 1949 y 1978. Allí están sus alter egos: Onofrio Terra d´Ombra, un pintor incansable y apasionado por colores y formas en constante transformación, y Fragilina, “maestra de labores (que) bordaba por vocación”. A través de esta obra artístico/literaria –no exenta de ironía y humor–, se conocen momentos fundamentales de su relación como el encuentro, viajes y mudanzas, las obras. La pareja viajó en varias oportunidades, a Italia y a Francia –en 1953 y 1954 y luego de 1963 al 1967–, en pos de la carrera internacional de Del Prete, que redundaron en miradas actualizadas del arte contemporáneo. También está el piolín, material presente en sus obras que “anuda” metafóricamente la historia de ese amor.
Yente había nacido en Buenos Aires en 1905 (murió en la misma ciudad en 1990). Era la menor de cinco hijos de una familia judía de origen ruso, y se había recibido de licenciada en filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Pintora, escultora e ilustradora, asistió al taller de Vicente Puig en Buenos Aires y, a partir de 1932, a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Santiago de Chile. Realizó en vida varias muestras en la Argentina y una en Roma.
Del Prete había nacido en Vasto, Italia, en 1897 (murió en Buenos Aires, en 1987) y era un inmigrante italiano asentado en La Boca desde su infancia. Autodidacta, en 1925 hizo un primer envío al Salón Nacional y al año siguiente presentó su primera exposición individual en la Asociación Amigos del Arte, la institución que en 1929 lo becó para viajar a París. En 1957 fue invitado a la IV Bienal Internacional de San Pablo y, dos años más tarde, participó con un envío especial en el mismo evento. Al año siguiente integró los envíos a las bienales internacionales de Venecia y México. Obtuvo premios en la Argentina y en el exterior.
Quemar la vida previa
La exposición se estructura en dos grandes núcleos que son “La Unión en la abstracción” y la “Voracidad”; estos a su vez presentan las obras de ambos intercaladas y por series de trabajos, estilo y materiales.
Cuando Yente conoce a Del Prete decide destruir su obra previa: dibujos de líneas incisivas (perduraron dos, exhibidos), caricaturas y retratos familiares expuestos y premiados. Esta acción terminante inicia su camino por la abstracción, siendo la primera artista mujer en jugarse por esta corriente, a partir de 1937, y emula, posiblemente, las destrucciones de obras de Del Prete, en su caso debido a la falta de espacio para resguardar su vasta producción. Sin embargo, la obra de Del Prete había sido documentada en fotos y luego sería publicada en el libro Obras destruidas de Del
Prete, editado por Yente, mientras que la de ella quedó sin registro.
“Aun así, esta destrucción fue consecuencia del contacto entre dos artistas en diálogo; no hubo una relación de maestro y discípula, como con la que frecuentemente se ha catalogado a las mujeres en vínculos con artistas varones.”, sostiene Ayelén Pagnanelli en su texto para el catálogo de la muestra, que aporta una mirada feminista sobre la pareja.
Retrato cortado al medio
Pagnanelli da cuenta de un hallazgo propio reciente. En el libro de 1971 sobre las obras destruidas de Del Prete, aparece una imagen del artista junto a una obra en una galería de arte. En la imagen original, hallada en la fototeca del Centro de Estudios Espigas, se observa que a la derecha del artista, junto con su obra, se encontraba también Yente.
La artista puso la carrera profesional de