La trama de un interés personal
En arteBA 2021, en diciembre, Malba adquirió una pieza textil de Yente: Tapiz (c. 1958), presente en la muestra, enmarcada en la cosmovisión americana con reminiscencias a los textiles de las culturas andinas antiguas a partir de su tono general en marrones y tierras y a la organización por planos de líneas delgadas. La producción textil de la artista se inició en 1956 y la pieza se exhibió en 1858. La compra, por 40.000 dólares, fue posible gracias a los fondos aportados por Christie’s, el Comité de Adquisiciones del museo y a una importante donación del Estate de la artista en conjunto con la galería Roldan Moderno.
su marido por encima de la propia, a pesar de expresar el impulso que éste le daba para que expusiera. Se convirtió en archivista, propulsora y constructora discursiva de la trayectoria de Del Prete y de la memoria artística y familiar. “A lo largo de su vida y en paralelo a su producción pictórica, escultórica y textil, Yente desarrolló un copioso conjunto de proyectos de documentación que incluye ficheros, libros de artista y álbumes ilustrados, y que muestra su interés y necesidad de constituir un archivo”, destaca la investigadora Verónica Rossi, del equipo curatorial del Malba.
La hora de Yente
“Si la historia dio prioridad a la valoración de Del Prete, el presente es Yente: entre las jóvenes generaciones se la conoce a ella primero. Se trata de una revisión contundente, no solo porque reubica a Yente como una de las artistas más versátiles y lúcidas de nuestro arte, sino porque también permite volver a mirar a Del Prete a través de sus ojos.”, cuenta Marita García. El MoMA de Nueva York compró hace dos años un objeto y un tapiz de la artista para enriquecer su patrimonio. En 2009, Malba dedicó una exposición a Yente en paralelo con Lidy Prati, en la cual se exploraban sus propuestas abstractas, en una cocuraduría de García y Adriana Lauria. Y también con investigación de Lauria, en 2018 la galería Roldán Moderno ofreció una exposición de los distintos períodos de la artista. Por último, el Malba compró un tapiz suyo en arteBA en diciembre pasado (v. recuadro).
El segundo núcleo de la muestra pone en perspectiva la voracidad artística de ambos (hasta ahora sólo se hablaba de la de Del Prete) en relación no sólo a su permanente trabajo artístico, sino en cuanto a recurrir a diversos estilos, materiales y procedimientos, aunque siempre con algún corrimiento personal, lo que deja evidencia de la lúcida libertad creativa de ambos. En los años 50 se volcaron a la experimentación informal, con sus estallidos de color, derrame de materia, chorreados en grandes dimensiones. Hay algunas fabulosas muestras de ese período de drippings.
Al mismo tiempo, Yente desarrollaba el “impresionismo abstracto” aplicando el óleo con pincel ancho y espátula. En algunos pasajes de la muestra, es difícil asegurar de quién de los dos es la obra – si no fuera por la firma– en la alternancia de las piezas propuesta por el guión curatorial, que organiza magníficamente la complejidad del universo creativo de la pareja.
A diferencia de su esposo, Yente desarrolló un interés personal por las culturas antiguas americanas desde mediados de los años 40. Ambos coincidieron en el desarrollo de la investigación textil y el interés en el collage hasta llegar al montaje de objetos –sobre todo en Del Prete–. Durante los 80, última década de producción, se concentraron en el reciclaje con materiales cotidianos: mayormente de cartón corrugado él, de telgopor ella.
Contra el corset del modernismo
En el ámbito porteño, la década del 40 estuvo signada por los debates sobre la abstracción. En 1944 se produjo el lanzamiento del único número de la revista Arturo, que marcó esa poética y estilo. Del Prete, Yente, Lucio Fontana y Emilio Pettoruti, quienes habían experimentado con la abstracción en décadas anteriores, no estuvieron incluidos. Los debates eran intensos. Incluso, García sostiene la hipótesis de que la menor participación de Yente en el medio (de cuyas modas era crítica) no era sólo por arrogarse un rol secundario respecto de su esposo, sino que también correspondería a evitar enfrentar la virulencia y la intransigencia presentes en esas polémicas, que chocaban a su personalidad pacifista y más espiritual. Y había diferencias. Mientras que los grupos de artistas abstractos y concretos buscaban vincular su práctica con la teoría a partir de una lectura evolutiva del arte moderno y de la elaboración de manifiestos, Yente y Del Prete no necesitaban explicar su producción. El concretismo quería ocultar cualquier rastro de factura humana en la obra –Tomás Maldonado, Alfredo Hlito, entre otros–, en tanto la pareja evidenciaba el trabajo manual logrando gran gestualidad y texturas diversas.
También la selección cromática difería. Yente y Del Prete apelaron al rosa, que era desestimado, e iban y venían entre la figuración y la abstracción (el último tramo de la muestra reúne obras de distintas épocas con eje en la figura humana), lo cual era mal visto por los grupos de abstractos.
“La pareja tiene su descendencia; ese amor se expande como energía creativa en el arte argentino. Del Prete ya no es aquel héroe solitario; la pareja navegó junta, las indivisibles aguas de la obra y la vida. Una soledad de a dos cuya potencia amorosa sobrevive en su legado”. Belleza y precisión. A partir del impactante conjunto de obra reunido y el espesor de lo investigado, la exposición depara algo poco frecuente en estos tiempos de limitaciones: felicidad.
En los análisis de los conflictos internacionales, especialmente los de las guerras, por útiles y necesarias que sean la evaluación de sus causas, de las responsabilidades de los países implicados y de otros factores que les conciernen, se puede omitir un problema básico, la inexistencia de un poder político superior que arbitre entre las partes, tal como lo es el Estado en cada país. A menudo parecería haberse impuesto una resignación ante el fracaso de las Naciones Unidas para cumplir ese papel y, consiguientemente, haberse abandonado la persecución de ese objetivo.
Muchos conflictos armados, o la guerra actual entre Rusia y Ucrania, por ejemplo, son partes de ese problema mayor, del que depende la seguridad internacional en los próximos tiempos: el del control de la autoridad internacional que, de haberse considerado como destinada a ser ejercida por un organismo, la ONU, al finalizar la Segunda Guerra Mundial quedó de hecho en manos de un solo país –hoy diríamos tres–, con los enormes riesgos que ello implica. Un importante politólogo del siglo XX explicó el significado de esta omisión con palabras que merecen comentarse. Se trata de Norberto Bobbio que, en su Autobiografía, resumió el problema con suma claridad, recordando el fracaso de la Sociedad de las Naciones y de su sucesora, la Organización las Naciones Unidas. “Estamos en la situación –lamentaba Bobbio– de que el supremo poder internacional es ejercido por una de las partes y las Naciones Unidas aparecen totalmente desautorizadas, y por ende privadas de su razón de existir.”
Si se repasa la historia del surgimiento de los Estados nacionales se verá que tiene similitudes con la situación a la que nos enfrentamos, pero con resultado exitoso: la construcción de un poder central capaz de imponerse a los “poderes intermedios” –ciudades, provincias, corporaciones– cuyos conflictos comprometían el orden social. Independientemente de los diversos grados de consenso y de violencia que llevaron a la formación de cada uno de esos Estados, su legitimidad –esto es, la legitimidad de su “monopolio de la violencia”– es base del orden social interno, ese orden que no existe en el plano internacional y que reclama algún tipo de solución similar a la lograda en el plano interno de cada nación. De alguna manera, la apología de la democracia, concepto vinculado estrechamente al tipo de orden social de gran parte de los Estados occidentales, hace más aberrante el actual ejercicio del poder en lo internacional.
Escribía el politólogo Norberto Bobbio que “...en el proceso iniciado a finales del XVIII para superar la soberanía del Estado nacional con una gradual intensificación de los acuerdos internacionales” se ha producido un retroceso en los últimos tiempos.
La paz entre dos contendientes, agregaba, puede obtenerse ya sea con la victoria de uno sobre el otro, o con la intervención de un tercero super partes. Y añadía que, en el plano interno de un Estado, el primer camino equivale a una solución despótica, mientras que el otro es propio de los sistemas democráticos. Y concluía que en el orden internacional esa solución democrática no se ha logrado pues el organismo que debía cumplir esa función de autoridad superior a las partes en conflicto, las Naciones Unidas, no ha podido cumplir ese objetivo.
Al continuar con el análisis de la situación internacional de las últimas décadas, Bobbio comentaba el criterio de Luigi Einaudi –el destacado político italiano, presidente de la República entre 1948 y 1955– que intentó impulsar una federación europea. Ante el fracaso de la Sociedad de las Naciones, Einaudi argüía que las relaciones del tipo confederal no eran adecuadas para afrontar los conflictos entre Estados nacionales pues el organismo superior, en ese tipo de relación entre Estados, carecía de la autoridad necesaria. La solución para la comunidad europea –sostenía Einaudi– debía lograrse al estilo de la adoptada por los Estados Unidos de Norteamérica a fines del siglo XVIII, al reemplazar el Acta de Confederación por la Constitución de Filadelfia. Esto es, una relación del tipo de Estado Federal para reunir a los Estados europeos bajo una autoridad estatal capaz de cumplir esa función de arbitraje.
El proceso de constitución de la Unión Europea parecía destinado a cumplir el objetivo deseado por Einaudi, hasta que el rechazo de algunos países al proyecto de constitución elaborado en 2004 hizo fracasar un paso decisivo en pos de ese objetivo. De tal manera, es de observar que, si bien la UE no parece asimilable a una confederación, es en cambio claramente ajena a la índole de un Estado federal, dado que sus componentes no han perdido la calidad de Estados independientes.
Pero la referencia al criterio de Einaudi cambia inadvertidamente las dimensiones del problema, pues una cosa es el problema de construcción de una autoridad supranacional en Europa y otra a escala mundial, dada la existencia de tres grandes potencias poco dispuestas a poner en otras manos su interpretación del problema de la seguridad internacional.
Sin embargo, pensar en la constitución de un poder internacional que cumpla las mismas funciones que los Estados actuales cumplen en cada país, ¿no sería una ingenua utopía? ¿Podemos imaginar a las tres grandes potencias actuales sometiéndose a tal limitación de su soberanía, compartiendo las mismas regulaciones constitucionales que cualquier otro país, sin consideración a las diferencias de tamaño y de poder?
Si recurrimos a la historia de la formación de los actuales estados nacionales encontramos también la reunión de entidades de muy diverso tamaño y poder, como lo eran en 1787 las fuertes desigualdades entre las reunidas en Filadelfia, desde Massachusetts o Virginia a Nueva Jersey y Delaware, por ejemplo. Y, en la Argentina de 1853, las de Buenos Aires con las demás provincias.
Pero, claro está, las dimensiones del poder de las actuales grandes potencias, sobre todo en armamentos, no es equiparable al de Massachusetts o Buenos Aires en el pasado. El objetivo de organizar un poder supra partes como reclamaba Bobbio parecería ilusorio. Aunque, así como el poder atómico fue contenido por el temor a sus consecuencias podría pensarse en que la magnitud de los conflictos actuales y el temor siempre presente a las consecuencias de una guerra atómica, pudiese impulsar las cosas en aquella dirección.
De tal manera, el único camino para evitar los conflictos internacionales es, en sustancia, similar al adoptado para evitar los conflictos de intereses dentro de cada país. En la filosofía política de Hobbes, recuerda Bobbio, mientras los hombres permanecían en el estado natural, estaban en guerra entre sí: homo homini lupus. Pero también los Estados, para Hobbes, en el estado natural, son los príncipes del lobo. Por lo tanto, “…no hay paz ni entre los individuos ni entre los Estados a menos que los hombres o los Estados creen una potencia tan superior a cada uno de ellos, sean individuos o Estados, que les impida vencer recíprocamente.”
Si este camino resulta inviable, son de prever la repetición de sucesos como la guerra Rusia-Ucrania, y las peores dimensiones que podrían adoptar esos conflictos solo serían evitadas, quizás, por el “terror atómico”. Por eso, como decía al comienzo, el análisis de los conflictos entre Estados no es suficiente mientras no se contemple su dimensión superior, examinando la posibilidad de que la ONU, o un nuevo organismo, adquiera esa dimensión que hasta ahora parece inalcanzable.