Tira y afloje de Estado y mercado
Martín Arboleda. Ante la condena a la planificación económica, por ineficiente, el académico colombiano propone una reformulación teórica.
En los pasillos y aulas de las escuelas de negocios porteñas cualquier mención a la planificación es acusada de ser una propuesta colectivista. Este sentido común, que Javier Milei llevó al paroxismo, fusiona la ideología de la libertad personal con la crítica radical a la planificación, que es considerada ineficiente, arbitraria y restrictiva de la misma. Sin embargo, cada vez resulta más evidente que megacorporaciones como Google o Amazon prosperan gracias a cuidadosos esquemas de planificación.
Si la planificación está de regreso de la mano de Amazon, Facebook o Walmart, ¿de qué manera se debe planificar? ¿En beneficio de quién? ¿Se puede superar el registro verticalista, tecnocrático y masculino que caracterizó a la planificación estatal en el siglo XX? Charlamos con el académico colombiano radicado en Chile Martín Arboleda, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Mánchester (Reino Unido), profesor de la Universidad Diego Portales, en Santiago de Chile, y autor de Gobernar la utopía (Caja Negra), sobre nuevas y viejas formas de intervenir la realidad para superar el cerco del realismo capitalista.
–¿Planificar es soviético?
–Esta frase no solo encarna el sentido común de los espacios de toma de decisión del Gobierno sino también la producción de conocimiento social. La teoría económica parte del presupuesto de que el mercado es el mecanismo más sofisticado para asignar recursos. Este sentido común se presenta como una máxima transhistórica. Cuando todos saben que esquemas y mecanismos de planificación se implementaron de manera exitosa en muchos lugares del mundo. No solo la economía soviética favorecía la planificación en alguna de sus manifestaciones, sino que la economía keynesiana, el desarrollismo y el estructuralismo latinoamericano también lo hacían.
–Sin embargo, es un axioma eficaz.
–Exacto. El mercado se presenta como el instrumento más sofisticado para la asignación de recursos escasos en una sociedad. La solución para cualquier tipo de problema social desde la alimentación hasta el calentamiento global. Pero con la crisis financiera en 2008, la crisis hipotecaria europea, y después la pandemia global por coronavirus, quedó claro que existe un estado intervencionista para mantener en la superficie el libre mercado. Y que el auge de las grandes corporaciones fue posible gracias a esquemas de planificación estratégica tan minuciosos que se pueden comparar con los mecanismos de planificación centralizada del siglo XX. Entonces la pregunta que surge es ¿si la planificación constituye el entorno del capitalismo porque no se puede planificar para intervenir en las crisis?
–En tus palabras resuena la oportunidad de recuperar la planificación como una herramienta para pensar y crear futuro. ¿Cómo te imaginás esa perspectiva planificadora en América Latina?
–La Argentina y México fueron pioneros en la planificación desarrollista, allí se generaron los primeros planes quinquenales en la región. Esto se ve claro en los parques y las avenidas de Buenos Aires, creados con una visión que no está meramente vinculada a la acumulación del capital. A diferencia del urbanismo de los malls que es hoy el producto más miserable del neoliberalismo, el urbanismo modernista encarnaba la aspiración de ampliar la capacidad de la vida social en múltiples direcciones. Es cierto que después de los ochentas este vector de democratización se interrumpe. ¿Cuáles fueron las visiones que inspiraron el desarrollo de estos espacios de esparcimiento, de encuentro y de acumulación? Esto es un poco lo que está en juego en la idea de Mark Fisher de prometeísmo popular. Recuperar la sensibilidad que tuvieron los grandes movimientos de masas para expandir los límites de lo posible, ampliar el espectro de los factible eprevisible e imaginable en ese momento.
–¿El modernismo está perdido?
–No. Hoy el movimiento feminista encarna la oportunidad de recuperar esa aspiración modernista de los movimientos de masas al ampliar las fronteras de lo posible. En este movimiento podemos ver un antitradicionalísimo que lo diferencia de la política identitaria actual y una sensibilidad distinta que busca pensar en clave del prometeísmo popular de Mark Fisher. En otros lugares del mundo podemos ver síntomas semejantes. Por ejemplo, en el movimiento por la justicia climática que tensa las ideas del nuevo pacto verde. O el rescate del rol del Estado para intervenir no solo en el funcionamiento económico sino también para transformar los espacios de ocio, de recreación, de encuentro. –Mencionaste el nuevo pacto verde, al cual cierto progresismo denuncia de neoextractivista. Por otro lado, las economías latinoamericanas parecen depender cada vez más de las commodities. ¿Qué posturas se desarrollaron en la región?
–Este es un problema que está a la orden del día y que desarrollé en el libro como dos tradiciones de la izquierda. Por un lado, se encuentra la izquierda neodesarrollista que se emparenta con el ciclo progresista latinoamericano, la Marea Rosa. Un desarrollismo de recursos naturales que enarboló la siguiente propuesta “implementemos mecanismos de redistribución de la riqueza. Y los financiamos con la intensificación de los recursos naturales”. Mientras que, por otro lado, existe una izquierda antiextractivista, posdesarrollista, que mira cualquier idea de crecimiento económico con desconfianza. Esta izquierda está se vincula con la tradición decrecionista europea y estadounidense. El problema es ingresar en alguno de los dos extremos. La aceptación acrítica del crecimiento desarrollista o el rechazo mecánico del crecimiento como algo que es intrínsecamente malo.