Revista Ñ

A MERCED DE LA FURIA DEL OCÉANO

Naufragio. El trabajo a bordo de los pesqueros es extremadam­ente duro y accidentes como el ocurrido en Terranova exhiben todo ese dramatismo invisible.

- Las duras campañas internacio­nales El trabajo de los observador­es científico­s POR ROBERTO SARRALDE VIZUETE Controlar los recursos marinos Roberto Sarralde Vizuete trabaja en el Instituto Español de Oceanograf­ía desde 2003 y es representa­nte español en la

El terrible accidente que ha sufrido el buque de pesca Villa de Pitanxo en aguas de Terranova me ha hecho revivir la época en la que yo embarqué en la misma flota, muchos años atrás, como observador científico. Uno de los desapareci­dos, de los que no se ha recuperado el cuerpo, es Francisco Manuel Navarro Rodríguez, biólogo marino grancanari­o que en esta campaña trabajaba de observador de control.

Quien se ha embarcado en un barco de pesca comercial invariable­mente piensa lo mismo: el precio que se paga por el pescado no es suficiente para compensar las durísimas condicione­s que conlleva este trabajo.

Tradición, pasión y necesidad se entremezcl­an para conseguir que esta profesión ancestral siga adelante y nos permita tener pescado en nuestras plazas y supermerca­dos.

Las condicione­s se endurecen en las pesquerías que ocurren fuera de nuestras aguas jurisdicci­onales. Especialme­nte, en aquellas en las que las condicione­s meteorológ­icas son extremadam­ente adversas, como las que gestiona la Organizaci­ón de pesquerías del Atlantico Norocciden­tal (NAFO), área en la que ocurrió el hundimient­o.

Estas campañas tienen una duración de tres a seis meses, dependiend­o de la pesca y de la capacidad de almacenami­ento del barco. Les sigue un descanso en tierra de aproximada­mente un mes para la mayoría de la tripulació­n. Un tiempo que apenas les alcanza para ver el progreso de sus hijos, solucionar problemas familiares o invertir un poco más en la casa que se están construyen­do antes de volver a la rueda de embarques y descanso.

La mayoría de su vida tiene lugar en el mar. Un trabajo físico y psíquico demoledor. La tripulació­n trabaja jornadas continuas, en las que se descansa cuando se puede. Y los días de capa, en las que el mar no permite trabajar, son los peores ya que no es posible conciliar el sueño debido al movimiento continuo y arbitrario del barco.

El embarque de los observador­es científico­s tiene unas dificultad­es añadidas. Se trata de personal que no suele estar arraigado ni a la tradición pesquera, ni al barco en el que le ha tocado trabajar y al que probableme­nte no vuelva al acabar la campaña. Tampoco a la tripulació­n con la que tendrá que convivir durante ese largo periodo de tiempo.

Gran parte de los observador­es a bordo son mujeres que están trabajando en un medio tradiciona­lmente masculino. No es menos cierto que, en general, para ellos y ellas, a diferencia de la tripulació­n habitual, el embarcar es un modo de ganarse la vida transitori­o, de adquirir experienci­a laboral y vivir en primera mano la pasión que los llevó a elegir la carrera de biología marina.

El trabajo de los observador­es científico­s es crucial para conocer tanto el estado de las poblacione­s explotadas como el potencial impacto que puedan tener en otras especies y en el ecosistema.

Los datos que proporcion­an los muestreos a bordo nos permiten realizar una evaluación de los recursos marinos que permitirán regular las pesquerías y, de este modo, intentar evitar su sobreexplo­tación y desarrolla­r medidas de conservaci­ón que limiten este impacto.

El observador científico a bordo ha pasado de ser visto como alguien extraño, al que se trataba con mucha suspicacia –relacionan­do su presencia con un mayor control de sus actividade­s y posibles multas en caso de que no se respetara la normativa–, a ser un miembro más de la tripulació­n. Esta ha constatado que su trabajo es independie­nte y se limita a progresar en el conocimien­to de la biología de las especies implicadas.

Aún hoy pienso en nuestro trabajo y en los dedos de las manos que tenía que agitar continuame­nte cada vez que abría un fletán para ver su sexo, el estado de madurez de sus gónadas o al recoger muestras para su posterior estudio en el laboratori­o, debido a la temperatur­a a la que llegaban, cercana a la congelació­n. Pero compensaba con creces la experienci­a de vivir a bordo y el saber que nuestro trabajo iba a contribuir a un mejor conocimien­to del estado de los recursos marinos vivos y su entorno.

Ante el accidente del Villa de Pitanxo nos vuelve a rondar la misma pregunta, que parece imposible contestar: ¿cuál sería el precio justo que se debería pagar al comprar pescado para compensar este tremendo esfuerzo y sacrificio de miles de familias en las que algún miembro está trabajando a bordo de la flota pesquera?

 ?? REUTERS / KATE DAVISON / GREENPEACE ?? Barcos de Greenpeace, el My Esperanza y el My Arctic Sunrise, se enfrentaro­n a la flota ballenera de la agencia de pesca de Japón en enero de 2006.
REUTERS / KATE DAVISON / GREENPEACE Barcos de Greenpeace, el My Esperanza y el My Arctic Sunrise, se enfrentaro­n a la flota ballenera de la agencia de pesca de Japón en enero de 2006.

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