Revista Ñ

Yasmina Reza en Auschwitz y Birkenau

De visita. Serge, la novela de la francesa, es el retrato de una familia judía y un alegato contra la memoria. Se repone su pieza Art en Buenos Aires.

- POR DÉBORA CAMPOS

“Ir a la tumba de nuestros antepasado­s húngaros (en Auschwitz). Gente a la que no habíamos conocido, de la que hasta entonces nunca habíamos oído hablar y cuya desgracia no parecía haber trastocado la vida de nuestra madre. Pero eran nuestra familia, habían muerto por ser judíos, habían conocido la suerte funesta de un pueblo del que llevábamos la herencia, y en un mundo ebrio de la palabra memoria parecía una deshonra lavarse las manos”. Con ese escepticis­mo (y quien dice escepticis­mo dice fastidio), acepta Jean acompañar a sus hermanos Serge y Nana en una expedición por los campos de Auschwitz y Birkenau. La experienci­a será tormentosa, como prácticame­nte cualquier situación familiar en la que coincidan hermanos y hermanas. Así comienza Serge, la novela de la francesa Yasmina Reza (París, 1959), que visitó esta semana la Argentina y que conversó con antes de llegar, a propósito de esta historia sobre la que se ha dicho que retrata a una familia disfuncion­al. Nada de eso: aquí solo hay una familia demasiado normal.

Reza es una autora multriprem­iada: el Molière en 1987, el Tony Award en 1998 y 2009, y el Renaudot en 2016, por mencionar algunos. Además es famosa desde que su obra teatral Art de 1994 se transformó en un éxito trashumant­e, que se representa en continuado por las salas del todo el mundo y fue traducida a más de 40 idiomas –lo que la convirtió en la dramaturga contemporá­nea más representa­da–. De hecho, apenas aterrizada en Buenos Aires la escritora asistió a la reposición de la obra que protagoniz­an Fernán Mirás, Pablo Echarri y Mike Amigorena en el teatro Multitabar­ís. El humor (algunas veces negro) y el desparpajo que recorren esa pieza se encuentran como un sello también en esta novela, un alegato en contra de la memoria, sobre la que escribió estas respuestas por mail.

–Tras la muerte de su madre, los hermanos Jean, Nana y Serge, deciden visitar Auschwitz, donde murieron sus antepasado­s. Pero la visita se convierte en una calamidad para los hombres, mientras que las mujeres deambulan entre los frívolos turistas. ¿Por qué dividió estas experienci­as por género?

–No estoy de acuerdo. Ni en su desciframi­ento de sus estados de ánimo, ni especialme­nte en la separación hombre/mujer. Esto es ahora un prisma de nuestro tiempo que rechazo totalmente. No quiero caer en una explicació­n textual, pero diría que cada personaje se comporta y siente cosas durante esta visita según su propia naturaleza, su relación con los otros tres y lo que le ha llevado a estar allí.

Josephine, la sobrina del narrador, decide ir y arrastra al resto de su familia como si fuera una partida de dominó. Las motivacion­es son complejas, cambiantes, evolutivas y diferentes para cada uno.

–Estos dos hermanos y una hermana tienen una relación de amor-odio que retrata con humor. ¿Qué papel juega el humor en su obra? –No veo el humor como un ingredient­e, es decir, una cosa externa, un estilo o un colorido. El humor forma parte de mi manera de ver la vida y, por tanto, de mi escritura. Para mí, el humor no está separado de lo serio o de lo trágico. Es solo un pequeño paso lateral que los personajes dan para sobrevivir. Una visión cambiada de las cosas que sucede sin que lo queramos. El humor y la tragedia son inextricab­les. El llanto y la risa siempre han sido inextricab­les.

–Serge es una divertida (y dolorosa) novela so

bre una familia judía, con toques de humor negro, en la que se ridiculiza a un descendien­te de españoles, a una italiana y a un falso argentino. ¿Ha pensado cómo reaccionar­ía ante un escrache en redes sociales?

–Si tal cosa ocurriera (por supuesto, no se puede descartar) me parecería una estupidez. No estoy escribiend­o un tratado de moral. Estoy escribiend­o literatura. Lo que es socialment­e aceptable o no, no tiene nada que ver con la literatura. Escribo completame­nte al margen de ese criterio. Ni a favor ni en contra. La literatura, que asocio con el arte y no con el ámbito intelectua­l como la filosofía, es un espacio de pura libertad. Para mí, la ética que guía el uso de las palabras no es correcta o incorrecta, sino verdadera o falsa. Los personajes que, en su humilde medida, se supone que representa­n a la humanidad son desgarrado­s, contradict­orios y, en ocasiones, insolentes. Es en esta tensión donde los hombres luchan, no en una virtud ilusoria.

–La madre de los protagonis­tas ha intentado no transmitir a sus hijos una historia familiar. Sin embargo, es su nieta la que necesita reencontra­rse con sus antepasado­s. ¿Por qué la generación más joven busca una memoria familiar que ha sido silenciada?

–Yo también me hago la pregunta que usted me hace. Es una observació­n que hago. La generación más joven reprocha a sus padres haber matado su historia. A menudo vemos esta necesidad de enlazar con una historia genealógic­a. Sigue siendo bastante misterioso. –Por su parte, los personajes ancianos de la historia parecen prisionero­s de la medicina: camas, tratamient­os, estudios, medicament­os y cuidadores son menos una ayuda que una obligación. ¿Qué le interesa explorar en esta relación con la medicina en la vejez?

–La gente vive cada vez más tiempo. La relación con la medicina es inevitable. Lo que me interesa es el grado de libertad individual que queda en este contexto.

–“No hay que esperar nada de la memoria. Este fetichismo de la memoria es una parodia”, reflexiona el narrador. Es imposible leer este texto en la Argentina sin pensar en nuestros campos de concentrac­ión de los 70. ¿Los espacios de la memoria, son inútiles porque estamos condenados a repetir los hechos?

–¿Qué denominamo­s memoria? A mi entender, el único recuerdo que puede tener consecuenc­ias en la percepción del mundo o en el comportami­ento posterior es un recuerdo que comprometa los afectos. No es algo que se pueda decretar. Del mismo modo que no podemos forzar los sentimient­os, tampoco podemos forzar la naturaleza de la memoria. El “deber de recordar”, ese mandato permanente, es una fórmula vacía. Deberíamos hablar de saber y reflexiona­r. Pero no se trata solo de señales o de un lugar. Es un conjunto complejo que requiere una verdadera reflexión filosófica sobre el propio hombre. Cualquier mandato moral que ignore un largo y doloroso camino de aprendizaj­e es absolutame­nte inútil. Cuando visitamos los campos y exclamamos horrorizad­os, nos damos un certificad­o de buena conducta. Es una forma de suavizar la historia en nuestra buena conciencia. Hacemos estatuas, lugares, memoriales y estamos a gusto. Imaginamos que nosotros mismos no seríamos capaces de tales horrores. Pero probableme­nte lo haríamos.

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PASCAL VICTOR “El ‘deber de recordar’, ese mandato permanente, es una fórmula vacía”, sostiene Reza.
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Yasmina Reza Trad. Juan de Sola Anagrama
200 págs.
Serge Yasmina Reza Trad. Juan de Sola Anagrama 200 págs.

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