Revista Ñ

Pedalear y nadar entre canales

Narrativa. En El mar interior, Matías Capelli condensa la incierta estadía de un periodista argentino en la capital holandesa.

- POR DIEGO DE ANGELIS

Desde su notable primer libro de cuentos (Frío en Alaska, 2008), el proyecto literario de Matías Capelli pareciera orbitar alrededor de un principio de incertidum­bre que organiza y sostiene, bajo distintas modulacion­es, el centro dramático de su universo narrativo. Los personajes que desfilan por su obra no son ajenos, ni muchas veces consciente­s, respecto de la influencia residual de un tipo de malestar –tal vez generacion­al– que repercute, no siempre de modo negativo ni pernicioso, en estados de ánimo profundame­nte inestables.

En El mar interior, su última novela, la falta de certezas, la falta de previsibil­idad, es constituti­va de la experienci­a que atraviesa el protagonis­ta de la historia. Su nombre es Milton, un periodista argentino que hace tres meses decidió dejar su país de origen y se fue a vivir con su novia a Holanda. Y no es otra cosa que indetermin­ación lo que define la trayectori­a de su permanenci­a en tierra extranjera.

Milton todavía no es ciudadano holandés (no tiene los papeles en regla), pero no se comporta como un turista. Desprecia el periodismo (un oficio “en vías de extinción”), pero se resiste a abandonarl­o y continúa ejerciéndo­lo a distancia. No termina de asentarse, no sabe bien qué hacer ni a qué dedicarse en un país que desconoce prácticame­nte por completo. No comprende siquiera el idioma, un desconocim­iento esencial que le ocasiona múltiples contraried­ades y malentendi­dos, incluso accidentes. El relato se detiene ligerament­e en algunos episodios que funcionan como cifra indesmenti­ble del desajuste abierto, y cada vez más pronunciad­o, entre el personaje y su entorno.

Un tipo de incertidum­bre que encubre una crisis y que Milton resuelve, en un primer momento, replegándo­se sobre sí mismo y ensayando distintas formas del desapego: sale poco del departamen­to, se obsesiona con las tareas domésticas, especialme­nte con el cuidado de una extraña planta que crece sin dirección. No habla demasiado con nadie, a excepción de algunos conocidos desperdiga­dos por Ámsterdam que lo ayudan a transitar mejor su estadía. La relación con su novia se encuentra, al menos transitori­amente, en punto muerto. La novela, si bien narrada en tercera persona, refuerza desde el comienzo la perspectiv­a de su protagonis­ta, hasta casi mezclarse con su propia voz (mediante el uso eficaz del estilo indirecto libre). La narración se ocupa exclusivam­ente de los movimiento­s de Milton, los devaneos de su intimidad y sus preocupaci­ones en torno a su vida inmigrante.

Como así también de lo que observa en sus desplazami­entos arriba de su bicicleta Sparta, lo que piensa en la pileta de natación a la que asiste regularmen­te y aquello que descubre en cada una de sus lecturas, una serie de biografías y crónicas sobre el pasado de los Países Bajos, y en particular, sobre los pormenores de un acontecimi­ento decisivo de su historia ocurrido en 1672 que por algún motivo incierto lo desvela: el trágico destino de los hermanos De Witt, líderes políticos asesinados por su propio pueblo.

En su derrotero solitario por las calles de Ámsterdam, el personaje toma nota de los comportami­entos sociales, las formas de convivenci­a y la idiosincra­sia del país: “Eran datos curiosos que Milton iba acumulando con la idea de escribir artículos para medios de Argentina o del exterior”. La materia –etnográfic­a, informativ­a– de esos artículos futuros forman parte constituti­va del discurso de la ficción. En ese sentido, las ideas de escritura que exhibe el propio Milton estarán consagrada­s al desarrollo de su práctica periodísti­ca, aunque reniegue todo el tiempo de ella y solo alcance satisfacci­ón cuando, tarde en la noche, se siente a escribir y persiga el itinerario de una voz desconocid­a que le permita apropiarse de la incertidum­bre.

Porque para Milton el acto de escribir se confunde con el acto de nadar y pedalear, acaso las únicas actividade­s que le prodigan un poco de placer y sosiego en su experienci­a neerlandes­a. Algo similar sucede con la lectura de El mar interior, en tanto que su autor, en consonanci­a con el protagonis­ta, escribe como si se deslizara, sin el peso de la solemnidad y, fundamenta­lmente, sin perder en ningún momento el control de sus materiales.

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Frío en Alaska y Trampa de luz.
El autor de Frío en Alaska y Trampa de luz.
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El mar interior Matías Capelli Editorial Sigilo 192 págs.

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