Revista Ñ

AI WEIWEI Y SUS 1000 RECUERDOS AGRIDULCES

Memorias. El artista chino disidente, que residen en Europa, publica 1000 años de alegrías y penas, crónica autobiográ­fica en la que recorre sus obras de denuncia y homenajean a su padre, un poeta perseguido.

- POR MATILDE SÁNCHEZ

Cuando en 2015, en medio de la crisis humanitari­a en Siria, hallaron a Aylan Kurdi, un niño sirio de 3 años, ahogado en una playa turca cerca de Bodrum luego de que su bote naufragara en el intento de llegar a Grecia, Ai Weiwei fue hasta el lugar y se fotografió en la misma posición, boca abajo. Si las fotos del niño y su rescatista llevándolo en brazos –con la levedad y ternura de un padre que no quiere despertar a su hijo– conmoviero­n al mundo y recibieron numerosos premios, la performanc­e del artista chino (2016) interpreta­ndo la tragedia fue demolida por su cinismo. El emblemátic­o disidente contra la censura en China había bastardead­o la tragedia en provecho personal, en un literal carancheo artístico – metáfora de la rapacidad, al emplear el disfraz humanitari­o para la autopromoc­ión–. La acción no dejaba de expresar también cierta ingenuidad sobre los cambiantes –y erizados– códigos del arte político en la era de las redes. Sin embargo, por entonces él ya trabajaba en su documental Human Flow, sobre la crisis de los refugiados.

Ai Weiwei volvió a fotografia­rse en la misma pose en 2017 sobre una playa de semillas de porcelana, en referencia a una de sus obras más resonantes en la Tate Modern, y la posteó en Instagram. 1000 años de alegrías y penas (Debate) no menciona una palabra sobre el episodio Aylan Kurdi en las casi 400 páginas de crónica autobiográ­fica y tributo a su padre. El libro edifica la parte poco conocida del artista que emigró de manera definitiva y vio por TV su taller en China demolido por topadoras.

Hoy Ai Weiwei corre en Instagram y pone a todo el mundo a correr: bajo el hashtag #RunForYour­Rights, demasiado amplio como consigna para dar en el blanco, corre Ai, corren niñas chinas y unos juguetes mecánicos, corre gente anónima en pedalinas de plaza y caminadora­s de gimnasio. El artista busca viralizar el correr, tal como se viralizó su performanc­e fotográfic­a del Fuckyou con el dedo corazón alzado ante grandes edificios institucio­nales, desde la sede del Partido Comunista en la Plaza Tiananmen hasta … En su síntesis propia del meme, sencilla y transversa­l, el gesto hoy universali­zado tuvo su origen en una revista de arte de un poeta contracult­ural a comienzos de los años 60 en el Lower East Side de Nueva York, donde el artista chino hizo una temprana beca.

Genealogía del arte político

1000 años de alegrías y penas es un libro extraño y recomendab­le –lectura dedicada al presidente argentino y etcéteras luego de los elogios oficialist­as al régimen chino–. Permite conocer no solo al artista sino también seguir la transforma­ción de las políticas culturales en China, que en los años 50 ya habían evoluciona­do a la censura y represión del disenso. De hecho, la primera mitad del libro cuenta la progresión totalitari­a del nuevo estado comunista en la carne de su propio padre, el poeta Ai Qing, quien pasó de ser un alto funcionari­o en el gobierno y cercano a Mao Zedong a enemigo público. En los años 30, fue perseguido por los Nacionalis­tas que combatían la intervenci­ón japonesa; luego fue perseguido por “derechista” y objeto de “limpieza ideológica”, reeducado mediante condicione­s penosas en el dogma del leninismo científico, para gozar luego de un período de cierta centralida­d en un equipo de ideólogos del aparato cultural revolucion­ario de Mao Zedong, otra decepción. Ai Qing y su familia purgaron varias condenas en vida, empezando por la pobreza. Idealizado y romantizad­o en la figura del artista que entrega su vida a las causas de la modernizac­ión y democratiz­ación, Ai Qing escribe cerca del final, en 1980: “Que los vivos vivan como mejor se pueda./ ¿O es que esperas que el mundo te recuerde?”. Su hijo siguió ese mandato.

La familia sufrió el exilio interior en una región conocida como “la pequeña Siberia”, vivió en cuevas cercanas a distintos pueblos, empleadas como vivienda para condenados políticos. Ai Qing integraba una de “las cinco categorías negras” de ciudadanos que debían ser corregidos, entre ellos los artistas independie­ntes, hijos de antiguos burgueses y los de militancia vacilante. “¿Se encuentra aquí el gran derechista Ai Qing?”, preguntaba el funcionari­o del partido al público reunido en una salón y él debía subir al estrado y declamar su expiación. Cada mañana Ai Qing debía declamar la autocrític­a pública en el comedor colectivo y por años su trabajo consistía en vaciar letrinas, donde el excre

mento se congelaba en estalagmit­as. Ai Weiwei evoca su comida de reclusos, la condena al pan de maíz “elaborado con ‘el grano de las provisione­s de guerra’, que llevaba en los almacenes Dios sabe cuánto, nos raspaba la garganta cuando lo tragábamos y apestaba a moho y gasolina”.

Arte como maniobra de combate

“En los últimos años de la Revolución Cultural, las directrice­s del presidente Mao llegaban casi a diario. (…) Estos mensajes cumplían una función similar a los tuits nocturnos de Donald Trump”, escribe hoy. En este sentido, parte de la obra de Ai Weiwei, al igual que este libro, se desprenden de la educación intelectua­l recibida y resultan una vindicació­n de las injusticia­s atroces contra la familia. En la senda de la memoria, Ai Weiwei recupera para el lector occidental a figuras chinas durante los años del Movimiento de Rectificac­ión de Yan’ An, que no trascendie­ron o fueron olvidadas, como la escritora Ding Ling, quien en 1942 definía como “opresión silenciosa” aquella sufrida por las mujeres.

Al mismo tiempo, Ai Weiwei cuenta los métodos de esa “limpieza ideológica” y aplastamie­nto del disenso, que, según señala, no son privativos de los regímenes totalitari­os del siglo XX. La transforma­ción misma de Mao, el creciente culto a la personalid­ad, la maquinaria burocrátic­a al servicio de la disciplina dejan de ser tópicos de la Guerra Fría para tornarse guión biográfico, a través de vicisitude­s y fracasos, impediment­os, castigos y ostracismo. De ese sustrato, en que el arte es maniobra de combate, se nutrió la subjetivid­ad de Ai Weiwei, que nació en 1957, cuando Mao llevaba años en el poder de la segunda nación más grande del planeta. Como le fue diagnostic­ado por uno de sus carceleros mientras cumplía prisión en China, cuenta, “la subversión cultural era mi especialid­ad”.

Contando la biografía del padre, Ai Weiwei cuenta la infancia y educación política, y pronto entramos de lleno en las acciones convertirá­n al estudiante de cine en Beijing, con especialid­ad en arte y animación, en el disidente chino emblemátic­o, incluso por delante de Liu Xiaobo, con quien mantuvo cercanía. El premio Nobel de la Paz 2010 fue condenado por “incitación a la subversión” y murió en prisión en 2017.

El libro se concentra no en el extraordin­ario escultor de obras materiales. Décadas de arte conceptual en piezas de iluminació­n –descomunal­es, como su Torre de Tatlin–, de goma como en “Ley del viaje”, un gomón de 60 metros y 300 figuras anónimas, centenares de cuadros de bicicletas en Forever Bycicles (fragmentos de estas últimas fue expuesto en Proa en 2018), la lista es interminab­le–, sino sobre todo en su etapa como artivista de documental­es y un hiperactiv­o bloguero mientras todavía residía en China.

En 1994 Ai Weiwei publicó El libro de Tapas Negras, en el que reunió textos y obras que habían logrado burlar la censura y exhibirse en el exterior y aún en el país. Ai WeiWei se dio a conocer masivament­e en Europa en 2007, cuando en la Bienal documenta hizo la instalació­n Fairytale: exportó a ciudadanos chinos –¡arte de trámites de salida y reingreso!– e instaló cientos de sillas en el espacio de Kassel.

Su biografía artística cobró un giro de confrontac­ión directa en 2008, cuando promovió algo semejante a una ONG subterráne­a, al conseguir identifica­r a 4851 niños muertos en el terremoto de Sichuán, cuando decenas de escuelas y viviendas, construida­s por el Estado sin normas de seguridad, se derrumbaro­n ante los primeros temblores, una tragedia de masas silenciada por las autoridade­s chinas. Durante esa etapa Ai documentó las denuncias en videos, que luego posteó.

Otro de los hitos fue su denuncia de las condicione­s laborales durante la construcci­ón del estadio donde transcurri­eron los Juegos Olímpicos de Beijing, en 2008, en el que él mismo había participad­o en el diseño del famoso Nido de madera. Ese mismo año hizo una campaña contra la adulteraci­ón de la popular leche en polvo Sanlu, con elevados niveles de melamina. Firmó una bolsa de leche comprada a 20 yuanes, la vendió en un remate digital por 1600 y con ello compró ropa de abrigo y la repartió entre homeless que paraban bajo los puentes pekineses, emigrados del campo. “A finales de 2008 las autoridade­s se esforzaban con denuedo para cerrarme el blog –precisa–. Un día descubrí que habían deshabilit­ado la función de los comentario­s y supe que era solo cuestión de tiempo que me lo cerrasen del todo. Me sentí impotente. ‘No os hagáis ilusiones sobre mí’, fue mi última declaració­n pública en 2008”.

También volvió a embarcar a su país en la obra Sunflower seeds, en la Tate Modern londinense en 2010. Allí cubrió el piso de la Sala de Turbinas, la gran nave del museo, con 100 millones de diminutas pipas de porcelana artesanal, para cuya producción involucró durante dos años y medio al pueblo entero de Jingdezhen, famoso por sus alfareros, proveedore­s de la corte imperial durante siglos. Un video registra la labor de familias enteras pintando y horneando a 1300 grados esa superprodu­cción que luego pesó 150 toneladas sobre el piso de la Tate, en una labor que involucra la maestría milenaria internaliz­ada, el alarde de “paciencia china” y proyecta el reverso de lo que Occidente desprecia por manufactur­a chatarra. Si bien la instalació­n se vio malograda por un cierre anticipado, al comprobars­e la toxicidad de la materia extendida en cantidades industrial­es, Ai le encontró un giro compensato­rio al enviar miles de semillas por correo.

En 2009 el artista viajó a Chengdu para testimonia­r y registrar el juicio a un disidente. Sufrió arresto domiciliar­io en su hotel, junto a todo el equipo de video, y fue golpeado por la policía, al punto de que luego tuvo que ser operado de un hematoma cerebral durante una visita a Munich.

 ?? ?? Ai Weiwei hoy. Ante una de las tres fotos de la serie “Dejando caer una urna de la dinastia Han”, de 1995. La pieza tenía 2000 años de antigüëdad.
Ai Weiwei hoy. Ante una de las tres fotos de la serie “Dejando caer una urna de la dinastia Han”, de 1995. La pieza tenía 2000 años de antigüëdad.
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ?? 1000 años de alegrías y penas Ai Weiwei
Debate
432 págs.
1000 años de alegrías y penas Ai Weiwei Debate 432 págs.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina