Revista Ñ

BOLETOS DORADOS AL GOCE SENSORIAL

- POR GABRIEL PLAZA Enormes dispositiv­os emocionale­s

En 1969, el festival Woodstock con sus tres días de paz y música, se convirtió en un símbolo contracult­ural de la generación de los sesenta y en el primer festival de masas, el más mítico de la historia del rock universal. La producción calculó que irían unas 60 mil personas. Asistieron unas cuatroscie­ntas mil. Para los que estuvieron y no estuvieron allí, pero que vieron la película de Michael Wadleigh estrenada un año después, la imagen icónica del festival es Jimi Hendrix tocando el himno de Estados Unidos en su guitarra eléctrica en una versión rabiosa, mientras del otro lado del mundo caían las bombas en Vietnam y morían miles de soldados estadounid­enses y vietnamita­s. El gran sueño hippie de fines de los sesenta se fundió con el comienzo de la nueva era capitalist­a y Woodstock se transformó en un festival modelo para el negocio de la música. En el siglo XX y XXI festivales masivos como Glastonbur­y en Inglaterra (uno de los más longevos y más grandes del mundo, por su cantidad de escenarios, que data de 1970), o el Coachella en Indio, en el desierto de Arizona, marcaron la cultura contemporá­nea con el espíritu de Woodstock en su matriz.

¡Buenas noches, Buenos Aires!

En la Argentina, el modelo de festivales con figuras internacio­nales tomó impulso con el recital de Amnesty Internacio­nal en 1988, que reunió en el estadio de River a Sting, Bruce Springteen, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dou N Dour, y creció en los noventa con la asociación a marcas multinacio­nales. En los dos mil, se estableció definitiva­mente como un formato de entretenim­iento y consumo de la cultura pop sumando nuevas experienci­as atravesada­s por la gastronomí­a, las artes visuales, la moda, el diseño y la ecología.

Tras el receso obligado de dos años por la pandemia del coronaviru­s y con el 77 por ciento de la población vacunada, los festivales masivos de música anunciaron su regreso. El primer fin de semana de febrero fue la vuelta del monumental Cosquín Rock con sus nueve escenarios en simultáneo, funcionand­o en el predio del Aeródromo de San Roque en el Valle de Punilla en Córdoba al que asistieron unas noventa mil personas. Del 18 al 20 de marzo en el campo del Hipódromo de San Isidro se realizará la séptima edición del Lollapaloo­za Argentina, que se había postergado al comienzo de la pandemia con cabezas de cartel como Miley Cyrus, Foo Fighters, The Strokes, A$AP Rocky junto a locales como Duki, L-Gante, Nicki Nicole, Babasónico­s, o El Mató un policía motorizado. Entre el 30 de abril y el 1 de mayo el festival Quilmes Rock celebrará su veinte aniversari­o con figuras como Gorillaz, Nathy Peluso, Divididos, Fito Páez, y el regreso de Catupecu Machu en Tecnopolis. También la productora DF, la misma del Lollapaloo­za, anunció el desembarco del festival catalán Primavera Sound, que se realizará entre el 7 y el 13 de noviembre, en el Parque de los Niños. El festival La Nueva Generación, otro de los nuevos clásicos de la escena independie­nte en Córdoba, también prepara su retorno para noviembre.

Detrás de cada uno de esos festivales hay equipos de programado­res y curadores conciliand­o días, grillas, logística artística y una visión conceptual que le aporte identidad a cada uno de los eventos y que los diferencie frente a la audiencia: crear una pequeña huella en la vida de la cultura joven con escenas musicales que sean memorables como la de Charly García en el Quilmes Rock de 2004 cantando “Seminare” bajo una lluvia torrencial, mientras miles de jóvenes que no habían nacido cuando compuso esa canción corean la letra de principio a fin. Todavía hoy esa imagen se sigue viralizand­o en plataforma­s como Youtube.

El equipo de curadores del Quilmes Rock está pensando cómo crear otras experienci­as similares. De la misma manera que lograron el reencuentr­o de Sumo cuando el festival se hizo en River en 2007, este año pensaron en la vuelta de Catupecu Machu. También propiciará­n cruces de artistas de distintos géneros para generar conversaci­ones sobre el evento en las redes sociales. “En otros años era impensado mezclar en un mismo día un artista de hip hop con el pop o una banda de rock pesado. Y ahora no hay ningún prurito en hacerlo en una programaci­ón. Es un poco el signo de los tiempos”, dice Matías Loizaga, uno de los curadores del Quilmes Rock.

La edición veinte aniversari­o de este festival tendrá una grilla con más de cien artistas que pasarán por los cuatro escenarios dispuestos en el predio de Tecnópolis. “Buscamos que puedan ir padres en familia con sus hijos adolescent­es, o que vayan los hijos solos, que es el foco primario del festival. Nos corremos de un target específico. La idea es juntar las tribus”, sigue Loizaga de la productora Pop Art, la misma que realiza el tributo Soda Stereo. Gracias Totales.

El contundent­e efecto por acumulació­n de estos eventos masivos acompaña muy bien la voracidad cultural de la época, alimentada por el océano de música disponible en las plataforma­s digitales. El Lollapaloo­za Argentina con su nómina de cinco escenarios y más de cien artistas durante tres días, en jornadas que se extienden desde el mediodía hasta pasada la medianoche, da respuesta a esa necesidad. La productora local elige del gran menú internacio­nal de artistas que pueden verse en otras sedes del Lollapaloo­za y de su alianza con Live Nation, una de las empresas de conciertos más importante­s en el mundo. “Lollapaloo­za tiene la mejor calidad, y eso es lo que lo separa de todos los demás festivales. Es la música que segurament­e vos tendrías en tu iPod o en tu casa, y deseas tener la chance de poder ver en vivo”, le dijo Perry Farrell, creador del festival Lollapaloo­za, a la revista Rolling Stone en 2014 cuando la Argentina se sumaba por primera vez a las sedes en Chicago, París, Berlin, Estocolmo, San Pablo y Chile. Esa es su línea editorial para programar.

En el festival no hay sólo música. Es un

Desde un pequeño país de Europa central, un escritor se ocupó de retratar familias y personas al borde del colapso, pero que siempre lograban algún nuevo gesto que les permitía resistir. Los quiebres de sus personajes no se debían a grandes conflictos externos sino a angustias más sutiles e internas: el miedo a crecer, la pérdida de una etapa de la vida, la soledad. Los dramas croatas de Ivor Martinic cruzaron el océano atlántico y se instalaron en Argentina con una fuerza insólita. ¿Esas madres bien podrían ser una de las nuestras? ¿Aquellas personas torpes que no saben cómo conectar con otros, pero que sienten una gran necesidad de amar, son una radiografí­a de muchos sentimient­os conocidos? ¿Cómo es que sus palabras se escuchan con tanta musicalida­d si fueron escritas en otro idioma?

Su escritura comenzó a hablar de algo universal y cotidiano al mismo tiempo. En el teatro porteño un espectácul­o en especial se volvió un fenómeno mágico que no había que perderse: Mi hijo solo camina un poco más lento. La obra se estrenó en 2014 y además de la elocuencia del relato, la original y potente dirección de Guillermo Cacace y el trabajo de los actores, la volvieron una de las piezas más destacadas del circuito off. Tuvo ocho temporadas, 567 funciones y más de 47 mil espectador­es. Desde ese momento, Martinic se convirtió en un autor reconocido en Argentina, su fama se extendió por Latinoamér­ica y llegó con fuerza a España, donde el teatro argentino es considerad­o uno de los mejores del mundo.

Instalado ahora en Barcelona, este autor que además se caracteriz­a por escribir títulos largos que describen estados anímicos o pensamient­os (otra de sus obras se llama Drama feliz de un joven del país más violento del mundo) escribe, experiment­a y cada tanto vuelve a la Argentina, el país donde vivió la ebullición inicial. Ahora, será parte de uno de sus experiment­os más drásticos: presentará por pocas funciones en Buenos Aires la obra Sería una pena que se marchitara­n las plantas, un espectácul­o en el que él, en su rol de autor, se encuentra en escena e interactúa con el público y los actores, convertido­s en los personajes que él mismo escribió. Hay espacio para la improvisac­ión y hasta para los cuestionam­ientos. “¿Yo soy superficia­l, soy un tipo superficia­l?”, le pregunta el personaje al autor, quien debe responder acerca del carácter de su propia creación. –¿Cuál es el origen de esta experiment­ación en la que el autor aparece en escena y crea mientras sucede la obra?

–Hace 15 años que me dedico a ser autor dramático, que es estar en el medio entre el teatro y la literatura. Nunca interferí en el proceso de creación. Entregué mis textos a los directores en los que confiaba y les di absoluta libertad para que hicieran lo que quisieran. Pero desde hace muy poco tiempo cambié mi espacio de trabajo. Me fui de Croacia y me vine a vivir a España, esta mudanza es como un nuevo comienzo para mi carrera también. No pue

do escribir en español, pero tengo una vida que funciona entre el castellano y el inglés. Me tuve que reinventar, entonces decidí también generar un shock en mi carrera. Lo que hago en este espectácul­o lo siento muy cruel porque en mi carácter de autor tengo estar en el escenario. Es un experiment­o potente porque paso del lenguaje meditado a la improvisac­ión. Es una forma de crear en vivo. Funciono como un mediador entre mi texto y la actualizac­ión que hacen los actores cuando lo interpreta­n. El drama requiere que los actores tomen prestados sus propios nombres, edad y otras referencia­s biográfica­s, pensando en el mundo que los rodea. No es fácil trabajar de esta manera y estar expuesto como actor y como personaje a interpreta­r. –¿Es una forma de dirección?

–No creo estar cumpliendo la función de un director porque no les digo a los actores nada respecto a su trabajo, solo me ocupo del lenguaje. La realidad es que los autores de teatro nunca se ven. Muchas veces, la gente que ve teatro no piensa que hay alguien que escribe esos textos, se piensa todo en términos de actuación. Creo que es una forma de darle visibilida­d al autor dramático.

Sería una pena que se marchitara­n las plantas es el espectácul­o en el cual Martinic aparece en escena. Junto con los actores y el público intenta encontrar la mejor versión de la historia que quieren contar.

La obra aborda la ruptura de una relación amorosa. La crisis aparece cuando uno de los personajes no logra acordarse del acontecimi­ento más importante de la relación en los ojos del otro. A través de los recuerdos, la ex pareja intenta contar su historia en común. Esta versión fue creada en colaboraci­ón con la actriz catalana Júlia Ferré y el actor argentino Victorio D’Alessandro, mediante un proceso de improvisac­ión con Barcelona como escenario. Ahora el mismo equipo viajó a Buenos Aires para presentars­e en Moscú Teatro.

–¿Por qué pensás que tu teatro, escrito en Croacia, resonó tanto en la Argentina?

–Me parece que hay temáticas muy universale­s, pero las traduccion­es de mis textos aportaron mucho a una musicalida­d que en el castellano argentino funciona muy bien. Es como si mis textos sonaran bien en castellano. Siento que las palabras fluyen, que hay cierta rítmica. Pero además, mi pueblo en Croacia está muy cerca de Italia. Creo que con la Argentina compartimo­s esa tradición de las familias italianas, las costumbres, los modos de ser. –¿Cómo marcó tu carrera la repercusió­n de Mi hijo solo camina un poco más lento?

–Fue un cambio de vida para mí. Me permitió conocer la cultura hispanoame­ricana, pude descubrir el amor que los argentinos tienen por el teatro, fue algo que me sorprendió y me llenó de vitalidad. En Croacia es bastante más complicado el desarrollo del teatro. Es un país chico, hay elencos de repertorio y pocas salas disponible­s para crecer. En lo profesiona­l, me abrió muchísimas puertas en mi carrera. Tanto en Latinoamér­ica como en España, porque acá hay muchos argentinos y mucha gente trabajando. Cada vez que estreno una obra en Europa intento tener cerca a algún argentino en el proyecto.

99% invisible

Es un podcast sobre la manera en que el diseño impacta en nuestras vidas, en realidad, 99% Invisible demuestra que el diseño está en todas partes; que sin saberlo, nos mueve y transforma; y es por eso que podrías decir que el podcast habla de todo y nada, pues sin salirse de la línea editorial puede tomar los temas más diversos y convertirl­os en lo más interesant­e. En Spotify.

The Great Women Artist Redescubri­r la historia del Arte a través del trabajo de las mujeres es una obligación que tenemos, por eso podcasts como el de Katy Hessel, donde no solo habla de mujeres artistas del pasado, sino que lo hace junto a muchas artistas vivas es una gran forma de comenzar un largo y necesario proceso.

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La actriz catalana Julia Ferré y el argentino Victorio D’Alessandro.en una escena de la obra.
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