Aprendiendo de su curiosidad ilimitada
A la maestra de lectores. A sus muchos objetos de estudio, Sarlo aplica la pasión interpretativa.
Fue una de mis maestras de lectura. Hay que subrayar (una y otra vez) su generosidad, su rigor, sus apasionamientos, que son los rasgos por los cuales alguien alcanza el umbral del magisterio aún cuando no lo pretenda para si.
Aprender a leer con Beatriz significó para mí aprender a valorar un horizonte democrático de la lectura (por eso se interesó por las maestras en La máquina cultural) y las perspectivas que pudieran burlarse de las hegemonías (incluso cuando ella misma contribuyó a construir perspectivas hegemónicas). Cuando intentábamos imitarla, ella ya estaba en otra parte.
Le reprocharon (¡no yo, por supuesto!) que en el libro Literatura / Sociedad que firmó con Carlos Altamirano no estuviera el italiano Antonio Gramsci. Ella contestó: “es que es un libro de vanguardia”.
Luego de entrenarnos en el más riguroso formalismo ruso (oh, decirlo hoy parece chiste) e incentivarnos a los consumos culturales más sofisticados (en cine, teatro y música), ella se entregaba a leer las novelas sentimentales de comienzos del siglo XIX (El imperio de los sentimientos) con un aparato crítico desconcertante. Nunca nadie intentó algo parecido y años después todavía se dio el lujo de intervenir en un proyecto nada menos que de Franco Moretti con Signos de pasión, un mapa de la novela sentimental del Siglo de las Luces hasta nuestros días que, cuando apareció en castellano, no recibió la atención que merecía.
¿Qué no hizo Beatriz, qué no leyó? Leyó un libro de Oscar Landi que no le gustó. Escribió, en modo polémico, Escenas de la vida posmoderna. El tema tampoco la abandonó y tiempo después publicó La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana. Pero en el medio entabló otros combates (por ejemplo en La pasión y la excepción y Tiempo pasado ).
El mundo académico (¡no yo, por supuesto!) deploró su paso por la revista Viva del diario Clarín, que puede ostentar orgullosamente uno de los más frívolos registros dominicales. Pero sus crónicas allí fueron un experimento de relación con el público que todavía merece nuestra atención.
Como cronista, publicó su extraordinario libro de viajes (Viajes. De la Amazonia a Malvinas) y luego comenzó a cubrir todas y cada una de las grandes manifestaciones políticas de la ciudad de Buenos Aires, con un empeño y una lucidez que ningún otro joven cronista de los diarios es capaz de ejercer.
En el final de La intimidad pública, probablemente un poco harta de la banalidad, Beatriz se pregunta: “¿Por qué ocuparse de estas cosas?”. Por fortuna tiene la respuesta exacta: “Por su lugar en la cultura cotidiana contemporánea y, en consecuencia, por la fuerza que ejercen sobre la sensibilidad y experiencia”.
Sensibilidad y experiencia son lo que le interesa a Beatriz, no sólo como tema sino también como predicados suyos: ser sensible, experimentar. Entregarse a la hiperconciencia y a la hiperestesia para escribir el presente. No: para reescribir o transformar el presente. Eso es una maestra. No tanto alguien que nunca se equivoca sino alguien que reconoce que el equívoco debe transitarse.
da desde hace años. UNESCO la “privatizó”.
–¿Le sacaron la placa? Porque les parece que es una escritora/escritor/escritore oligarquique/ca/co... Si me equivoco, que me quemen las manos.
-¿Qué nombres de la literatura y el ensayo de los últimos diez años te han interesado?
–Leo a un poeta como Daniel García Helder. A Juan José Becerra, con atención. Siempre hay algo de sus novelas que al principio me agarra. Con otro que me pasa eso es con Martín Caparrós; los comienzos de sus novelas me llaman la atención. He leído algunas novelas que me gustaron y que no sabía que me iban a gustar porque no conocía a su autora como en el caso de Las malas, de Camila Sosa Villada. Me gusta la locura de alguna novela de Ricardo Straface. Leo siempre con respeto a Martín Kohan por el respeto formalista que él tiene. También a un ensayista social como Pablo Stefanoni.
–¿Cómo te encuentra el amperímetro de entusiasmo o decepción política faltando, aún, dos años de gobierno de Alberto Fernández?
–Espero que termine, que el FMI no nos presione demasiado, que haya algún arreglo que no les cueste demasiado a los argentinos más pobres, punto. La Argentina es un país en decadencia, empezó el siglo XX entre los 15 países más prometedores del mundo y lo termina entre los 15 últimos. Lo que espero es que no haya más desocupación, y que los asilos de viejos funcionen, sobre todo porque me puede tocar uno en cualquier momento, y que los hospitales funcionen. No se puede esperar mucho. Digo, yo no puedo hacer un discurso esperanzador. Nunca tuve un discurso esperanzador sobre nada, excepto cuando creí que iba a venir el socialismo, que por suerte no llegó, porque si no lo tendríamos a Putin acá.
–¿No ves ninguna combinación favorable que nos pueda ayudar?
–La mitad de los chicos de 15 años están fuera de la escuela media... salvo que salgamos a hacer una búsqueda de cada uno de ellos y armemos las escuelas para que puedan quedarse y comer allí. Y que además puedan comer sus familias, porque una parte de los chicos de 15 años sale para darle de comer al hermanito de 13. En estas condiciones es muy difícil. Les habla una persona vieja, que está cerca de la muerte. Si alguien de 30 años dice “yo voy a ver un país mejor”, le diría “es posible que sí”, que cuando llegue a mi edad, dentro de 40 años, pueda ver un país mejor. No sé, que se descubra litio bajo la 9 de julio y podamos sacarlo con palita y baldecito...
–Pero los países salen de las guerras, que son peores. Un país se puede levantar, está en la historia, un país se cae, se cae mucho y se levanta. Acá es como que no se puede capitalizar lo aprendido…
–Habría que ver cuáles son los rasgos de los países que se levantan. Los que son importantes en el mundo son los grandes territoritorialmente, porque pesan en al estrategia, o grandes demográficamente. Entonces nadie le está discutiendo la importancia a Brasil, ni a México en Norteamérica, porque comparte toda su frontera con EE.UU. Argentina no tiene esa configuración ni demográfica ni territorial, ni estratégica. Tendría que pensar mejor sus virtudes, no sé. Salvo que vos seas Uruguay o Chile, que son países que han medido su política, los países de gestos grandiosos tienen que ser grandes. Y la Argentina ha vivido haciendo gestos grandiosos: invadió las Malvinas. Un país que invade las Malvinas… y hace gestos grandiosos. Y que apoyó a un dictador sangriento. Todo el pueblo argentino en Plaza de Mayo vivando a Galtieri. Un país que hace eso tiene que cambiar mucho. Para empezar no me tienen que liquidar en las redes cuando yo digo “invadió las Malvinas”... “Vendepatria, las Malvinas son argentinas”.