Revista Ñ

Una reserva privada en la Costa Atlántica

Narrativa. Una meditación sobre el tiempo y la resolución de un misterio familiar ofrece Miramar, de Gloria Peirano.

- POR MAURO LIBERTELLA

“Pensé mucho en ellos en estos últimos años, en especial en la época inmediatam­ente anterior a la muerte de mi padre”, anota la narradora de este libro en el segundo párrafo y así delimita, en un mismo movimiento, los ejes desde los que luego va a desplegar el relato: el temático –la muerte del padre, que es apenas el botón que abre la caja negra– pero también el temporal: alguien evoca un pasado que lleva mucho tiempo indaganen silencio. Porque Miramar, de Gloria Peirano, es una novela sobre el tiempo en varios de los sentidos en que lo puede ser: narra episodios de diversos años (de la década del setenta hasta el presente) pero también el paso del tiempo es un tono, una manera de escribir.

Estructura­do en tres partes, el libro alterna el pasado y el presente y lo que podrían ser dos recursos lingüístic­os como cualquier otro, son acá dos texturas que definen la sensibilid­ad de aquello que se está contando. El pasado está más estancado: algo pasó en un momento puntual de la historia de su familia, en las horas previas a la muerte del padre, cuando él pidió que le alcanzaran un teléfono y le cerraran la puerta de la habitación donde se estaba muriendo para un llamado final con alguien que nadie supo quién era.

El presente se mueve: la narradora habla con su hermano, le pregunta si recuerda algo, visita a su madre, cuida a su hija, vuelve a la casa de Miramar donde pasaron los veranos de la infancia y se convierte en la detective de su propia historia familiar. (Ricardo Piglia dijo alguna vez que toda novela narra un viaje o la resolución de un misterio. Esta también).

Luego la narración produce algunos pliegues ocasionale­s, pequeños saltos mortales donde aparecen otros tiempos verbales –un futuro ya en el pasado de la niña que fue la narradora– y la paleta de colores de la sintaxis alumbra un nuevo destello: “Todavía no lo sé, pero nunca más podré ver a los muertos. Me quedaré en la puerta de los velatorios, hablando de cualquier cosa, fingiendo la nueva naturalida­d, mientras adentro relampague­an los rayos helados del cajón”.

Pero hay otros tiempos, como capas geológicas bajo las aguas de esta novela. Miramar se publicó por primera vez hace 10 años en El fin de la noche, un sello de vida breve que apostaba a imprimir libros por dedo manda. Pero el libro estaba terminado, al menos, cinco años antes, cuando en 2007 recibió una mención en el único Premio de Novela de Página/12, que ganó Aurora Venturini: a su modo, el derrotero editorial de este relato es también una historia de cosas que ya no existen.

Para la edición que ahora llega a librerías, Peirano corrigió, según consignó en una entrevista, problemas de puntuación, pronombres, adverbios terminados en “mente”. Así, la escritora hizo una reconstruc­ción de una novela de su pasado que habla sobre una narradora que reconstruy­e su pasado.

En 2019 Gloria Peirano publicó La ruta de los hospitales, una bellísima novela sobre una hija y una madre que recorren los hospitales suburbanos donde ella trabaja. La ruta de los hospitales puede ser, así, un espejo invertido de Miramar: el libro de la madre y el libro del padre, dos relatos sobre esa tierra incógnita que es el paso de la infancia a lo que viene después. ¿Novelas de educación? También. Libros territoria­les, como reservorio­s privados de espacios que son parte de un imaginario colectivo y personal: el conurbano, la Costa Atlántica.

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Miramar Gloria Peirano Alfaguara 200 págs.

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