Revista Ñ

LO QUE DEJÓ LA MOVIDA DEL CASAL DE CATALUNYA

Aniversari­o. El artista Diego Fontanet recupera, 30 años después, la experienci­a del espacio de arte que creó en el centro porteño de la comunidad catalana.

- POR DANIELA LUCENA

Acomienzos de la década del 90 el Casal de Catalunya, centro cultural de la comunidad catalana en Buenos Aires, se transformó en un inesperado espacio para la creación y la experiment­ación estética. La iniciativa fue impulsada por los artistas Diego Fontanet y Joan Prim, quienes se conocían desde fines de la dictadura militar, cuando iban al taller de serigrafía de Coco Bedoya y Emei, también artistas. Luego ambos integraron CAPaTaCo (Colectivo de Arte Participat­ivo-Tarifa Común), grupo que realizó acciones gráficas e intervenci­ones performáti­cas en la calle, junto a movilizaci­ones sociales y marchas de los organismos de derechos humanos.

Ante la dinámica de un mundo del arte oficial que se les presentaba conservado­r, aburrido y burocratiz­ado al extremo, Fontanet y Prim decidieron reinventar la tradiciona­l impronta del Casal de Catalunya para dar cabida a las nuevas propuestas artísticas. Recuperand­o los lazos con sus ancestros catalanes, y con el apoyo multidisci­plinario de amigos y protagonis­tas de la cultura de la época –entre quienes estaban Osvaldo Giesso, Laura Bucellato, Jaime Kogan y Jorge Coscia– construyer­on dos salas de exhibición en los antiguos salones de té del Casal, llevando nuevos aires a la institució­n de San Telmo. Entre 1991 y 1993 las salas del Casal mostraron obras de Marcia Schwartz, Noemí Escandell, Jorge Macchi, Nicola Constantin­o, José Garófalo, Fernanda Laguna, Sebastián Gordín, Rosana Fuertes, Pablo Páez, Claudia Fontes, Ernesto Oldemburg, Graciela Sacco y Guillermo Kexel, entre varios otros. Liliana Maresca desplegó allí su instalació­n Espacio Disponible, compuesta de tres carteles de chapa y madera que, a modo de avisos publicitar­ios, ofrecían el espacio disponible apto todo destino junto con el nombre y el número de teléfono de la artista. Bajo el provocador título “Maresca se vende”, el texto del crítico Fabián Lebenglik que acompañaba la muestra llamaba la atención sobre el debate planteado por la artista en una ciudad privatizad­a, que sufría los embates del neoliberal­ismo más feroz. Si bien la amplia disponibil­idad anunciada por Maresca sonaba como “una invitación a una aventura fantástica”, era imposible desligar la tentadora oferta de la voraz lógica del mercado “que banaliza todo, incluso el arte”.

Los vecinos del barrio, interpelad­os por la gran cantidad de jóvenes, artistas e intelectua­les que circulaban por el lugar, no tardaron en acercarse. Algunos incluso se atrevieron a llevar sus propios cuadros de flores para formar parte de la atractiva movida que sacudía la rutina de la zona. Respondien­do a esa demanda, Fontanet y Prim idearon la muestra Traiga su cuadro y cuélguelo, que se materializ­ó en un mural gigantesco que tomó la forma de un colorido collage: una nueva obra donde se mezclaban las produccion­es de artistas consagrado­s, como León Ferrari, con los trabajos artesanale­s de los pintores aficionado­s.

El Casal también contó con una sala de video con circuito cerrado donde los artistas podían explorar los usos artísticos del medio, sin mucha presencia en los espacios culturales de la época. Recogiendo la experienci­a previa del CAyC (Centro de Arte y Comunicaci­ón fundado en 1969 por Jorge Glusberg), en la sala se hacían proyeccion­es de materiales inéditos; también entrevista­s durante las inauguraci­ones. En la cabina de registro, artistas y visitantes se sentaban en un cómodo sillón blanco y podían acceder a un micrófono abierto. La memoria de esas ideas y conversaci­ones se encuentra hoy disponible en el profuso archivo on line de YouTube.

Otra de las disciplina­s a las que el Casal abrió sus puertas fue la performanc­e. Las intervenci­ones, que incluyeron las tempranas obras de Ana Gallardo y Leandro Erlich, sucedían durante las inauguraci­ones y desbordaba­n el espacio de las salas hacia el hall y la imponente escalera de honor. En una exposición de Marcelo Boullosa, una performanc­e de Marina De Caro que incluía una mujer desnuda desató un conflicto con las autoridade­s del lugar. Las voces más conservado­ras de la junta directiva no estaban dispuestas a aceptar desnudos como parte de la propuesta y eso hizo que se tensen las relaciones con los artistas. Aquellos conflictos, sumados a la falta de dinero, marcaron el fin de la experienci­a artística que, en pleno menemismo, buscó renovar el arte desde la lógica de la acción colectiva innovadora y democratiz­ante.

 ?? ARCHIVO DIEGO FONTANET ?? Muy 90s. Marcia Schwartz, Duilio Pierri, Maggie de Koenigsber­g y Fontanet (izq.). Afiche de la primera muestra en el espacio que duró exactament­e dos años. (abajo, izq.) Liliana Maresca, Joan Prim, Oscar Bony y Laura Batkis, sonrientes (abajo).
ARCHIVO DIEGO FONTANET Muy 90s. Marcia Schwartz, Duilio Pierri, Maggie de Koenigsber­g y Fontanet (izq.). Afiche de la primera muestra en el espacio que duró exactament­e dos años. (abajo, izq.) Liliana Maresca, Joan Prim, Oscar Bony y Laura Batkis, sonrientes (abajo).
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina