Revista Ñ

TESTIGOS DE LA DESDICHA FAMILIAR

Colectiva. A contramano del academicis­mo y con ironía, la muestra Melodramas pone foco en bodegones contemporá­neos como piezas sanadoras.

- POR NICOLE GISER

La naturaleza muerta como paisaje del almuerzo. “En la casa de mi abuela, en Córdoba, comíamos mirando una naturaleza muerta de Egidio Cerrito. Las cuestiones domésticas de este género me llaman la atención desde que soy chico”, cuenta el cordobés Joaquín Barrera, curador de Melodramas. En la muestra colectiva, abierta en la Fundación el Mirador, las frutas y flores propias del estilo popular del bodegón, que suelen adornar con elegancia cocinas y comedores de familia, son planteadas como testigos silencioso­s de los dramas con los que conviven. Hasta fines de abril, 20 obras en las que aparecen reflejados los vínculos rotos, el vacío de las ausencias o hasta la cuestión de estatus en el arte, habitarán la galería de la Fundación que preside Martín Bersten. “Las naturaleza­s muertas contemplan lo mejor y lo peor de nuestras vidas”, sugiere Barrera.

Más que simples objetos de decoración, estos elementos de la naturaleza retratados en desuso son actores mudos que se cargan de todo lo no dicho. O de aquello que fue dicho a los gritos y luego sepultado debajo de la alfombra. Esos secretos o palabras casi involuntar­iamente vomitadas, que solo se guardan unos pocos pero que, lejos de haber “muerto” permanecen en las conciencia­s y componen los melodramas familiares. “Mi generación es la de los padres divorciado­s, las mudanzas y las familias compuestas”, dice el cordobés de 36 años, cuyo primer acercamien­to al arte fue a través de un bodegón de Cándido López.

La galería vecina del Parque Lezama supo ser pub nocturno en los años 80, donde llegaron a tocar bandas como Virus, y luego también funcionó como sede de la revista Cerdos y Peces. En su origen había sido El Mirador, un bar notable como lo son El Británico o El Hipopótamo, que hoy conservan su auténtico nombre.

Boleros como “Bésame mucho” de Los Panchos o “Esperame en el cielo” de Celia Cruz, musicaliza­n este recorrido que cruza dos salas. “Algo de la muestra recrea un escenario familiar, y a él se integran los recuerdos que vayan a invadir a los espectador­es cuando vengan a verla. Las imágenes remiten a esas casas de la infancia, o esos lugares aspiracion­ales de una burguesía un poco venida a menos, que pretenden ser otra cosa a través del arte”, reflexiona el curador. La naturaleza muerta es aquí interpreta­da desde la perspectiv­a de 13 artistas diversos.

Las pinturas de la rosarina Inés Beninca registran escenas cotidianas de la soledad y, con colores que remiten a lo diurno, condensan el clima de toda la primera sala: un “living al mediodía”, según el cordobés. “Muchas veces, las obras que se incorporan en las casas de familia, lo hacen dependiend­o de los colores de las paredes. Con esto pienso en la función decorativa del arte, que está muy subestimad­a y a mí me parece maravillos­o cuando las obras se convierten

en la compañía de uno”, dice Barrera. Acumulando joyas, pipas y otros tesoros familiares, Lael Servizentr­o crea esculturas que sanan sus vínculos. Mientras que en la obra de Laura Ojeda Bär, las naturaleza­s muertas son libretas, lápices o gajos de mandarina dispersado­s sobre su escritorio. La segunda sala, con paredes barrocas, simula un escenario nocturno y fue inspirada en la sala guerrico del Museo Nacional de Bellas Artes; que alberga la colección de arte de Manuel José de Guerrico y su hijo.

“Melodramas se hace cargo de esos fondos familiares horrorosos”, escribe en el texto curatorial. Las obras de Jazmín Giordano recrean un set de limpieza donde brotan flores de los detergente­s. La artista hace hincapié, con su trabajo, en las imposicion­es sociales sobre el rol de las mujeres: cómo estas, además de tener que ser bonitas y cumplir con las tareas domésticas, debían encargarse también de embellecer­lo todo. A su lado y en diálogo directo, la obra de Martín Kazanietz indaga sobre los estándares pero en su caso en torno a la masculinid­ad: recreando la escena de un asado entre amigos cerca del río, donde la comida y los utensilios están acumulados y desordenad­os sobre una mesa de la que comen también insectos y animales. Estas piezas podrían encarnar a todos esos hijos rebeldes que se animaron a cuestionar los diferentes mandatos que sus familias replicaban de generación en generación.

“La escena del arte hoy está muy cruzada por temas que vienen de afuera, bastante eurocéntri­cos. Quise cambiar por un rato de tema y abordar uno que no estuviera tan presente en la agenda pública”, explica el curador. Por esa razón decisión resignific­ar con la impronta de múltiples artistas jóvenes un género rechazado por el academicis­mo, de obras que suelen poblar espacios mundanos: restaurant­es, hoteles, oficinas, consultori­os médicos y más. Y que muchas veces, además de testigos del drama, son el motivo de disputas familiares interminab­les entre sucesores, que se pelean por heredarlos. “Mientras desarrolla­ba la muestra pensaba en mis propios asuntos familiares y me preguntaba, ¿cómo se heredan estas obras?, ¿quién se hace cargo de ellas?, ¿por qué van a parar a otras casas y cómo eso modifica sus sentidos?”.

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Obra de Tobías Mao, emblema del bodegón vegano actual.
 ?? ?? Vista de las salas de El Mirador; a la derecha, obra de Laura Ojeda Bär.
Vista de las salas de El Mirador; a la derecha, obra de Laura Ojeda Bär.
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En diálogo con la sala anterior, una indagación sobre la masculinid­ad de Martín Kazanietz.
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Con joyas y otros tesoros familiares, una de las esculturas de Lael Servizentr­o.

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