Revista Ñ

Sublevarse contra la honda tristeza

Poesía. Estas semanas de cruenta ofensiva rusa, es difícil no recordar la obra y el destino de Ósip Mándelstam, nacido en Varsovia, muerto en Vladivosto­k, perseguido por el estalinism­o.

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Yo regresé a mi ciudad, que conozco...

Yo regresé a mi ciudad, que conozco hasta las lágrimas, hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas de los niños.

Tú regresaste también, así que bébete deprisa el aceite de los faros fluviales de Leningrado. Reconoce pronto el pequeño día decembrino, cuando la yema se mezcla a la brea funesta.

Petersburg­o, todavía no quiero morir. Tú tienes mis números telefónico­s.

Petersburg­o, yo aún tengo las direccione­s en las que podré hallar las voces de los muertos.

Vivo en la escalera falsa, y en la sien me golpea profunda una campanilla agitada.

Y toda la noche, sin descanso, espero la visita anhelada moviendo los picaportes de las puertas.

Leer sólo libros infantiles...

Leer sólo libros infantiles, acariciar sólo pensamient­os incautos, disipar todo lo que huela a solemne, sublevarse contra la honda tristeza.

Yo estoy mortalment­e cansado de la vida, no admito nada de ella, pero aún así amo esta pobre tierra porque no conozco otra.

De niño, en un jardín remoto, solía mecerme sobre un columpio de madera sencilla, y recuerdo los altos y oscuros abetos en medio de un delirio brumoso.

XLVII

Estoy solo y miro a la helada a la cara: no va ella a ningún sitio ni vengo yo de parte alguna, y se plancha, se pliega sin arrugas todo el milagro que alienta en la llanura.

Y parpadea el sol en una miseria almidonada. Su parpadeo es tranquilo y alegre.

Hectáreas de bosque, casi como aquellas… Y cruje en los ojos la nieve como un pan limpio, inocente.

La tristeza inexpresiv­a...

La tristeza inexpresiv­a abrió sus dos ojos enormes, el florero al despertar del cristal arrojó las flores.

Todo el cuarto se invadió de una lánguida, ¡dulce medicina! Este reino tan pequeño tanto sueño ha devorado.

Un poco de vino rojo

–otro poco de sol de mayo– y rompiendo un delgado bizcocho la blancura de dedos finos.

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