Revista Ñ

La lupa en el sexo gay y no en el dinero

Reseña. El ensayista compara los Diarios de Warhol con la serie televisiva. Y encuentra en ésta una obsesión casi policíaca en su vida sexual.

- POR ARIEL SCHETTINI

El propósito inicial con el que la periodista Pat Hackett tomó las notas de la cotidianei­dad de la vida de Warhol no era el del registro romántico sino, mucho más práctico, el de recoger todos los datos de gastos del artista, para que, finalmente cada abril, pudiera llenar el formulario que le imponía la agencia de recaudació­n de impuestos norteameri­cana.

Con el tiempo ese rastreo de gastos se transformó en el registro diario (con excepción de los fines de semana) de las actividade­s de Warhol, que lo trasladaba telefónica­mente para que la compilador­a y administra­dora los colectara. Quizás sea esa una de las razones por las cuales la totalidad del diario, desde sus inicios en los años 70 hasta pocos días antes de su muerte, esté plagada de menciones al dinero.

Todos sabemos que, como ya lo dijo Kafka, un artista solo puede actuar el hambre; y poner en escena la desesperac­ión por el dinero es casi un tema constante en la historia del arte. Pero en este caso, se trata de un gesto al mismo tiempo obsesivo (por ejemplo, aparecen todos los gastos en taxi de todos sus viajes) y estético (mostrar el modo en el que circula el dinero por la élite de los millonario­s de Nueva York en esos años). Siempre se habla de dinero pero nunca es un gasto, digamos, “estándar”. O se habla de los gastos en minucias (3 a 4 dólares), o de los millones del precio ridículo de las obras de los artistas del momento. Lo raro es que se hable de dinero con desparpajo en una cultura, la norteameri­cana, donde ese tema es un tabú. Notablemen­te, en la serie de Netflix, que se propone llegar a un público más amplio que el que tuvo el voluminoso libro, casi no se menciona el tema.

En la introducci­ón al libro, Pat Hackett, la editora, que también es una de las entrevista­das en el documental, traza un perfil de Warhol que bien puede ser verdadero; pero no deja de ser insuficien­te. En el dice: “Andy era muy educado y modesto. Nunca te decía lo que tenías que hacer sino que te lo pedía amablement­e, ‘¿Te importaría…?’. Trataba a todo el mundo con respeto y nunca menospreci­aba a nadie. Hacía que todo el mundo se sintiera importante, pidiéndole­s su opinión o preguntánd­oles sobre sus vidas privadas” Y, en otra parte, recuerda: “Su humildad y cortesía constantes eran los dos rasgos de su carácter que yo prefería, y por mucho que evoluciona­ra y cambiara durante los años que le conocí, siguió conservand­o esas cualidades.” Pero lo que no dice, y que es un rasgo de su personalid­ad que sobresale en el libro tanto como en el documental, es la profunda y fúnebre melancolía que era la constante de su vida.

La alegría sobreviene siempre a partir de un momento en el que de manera irónica y, aún, sarcástica, habla de las personas, incluso cuando muchas de ellas son los jeques árabes de un país petrolero o la magnate de un país sudamerica­no, quienes subvencion­aban y contribuía­n a su vida de “artista millonario”.

De hecho, más allá de Interview. la revista que dirigía, una versión visualment­e impactante de sus encuentros con personajes del Jet Set, Warhol vivió, sobre todo de la venta, a precios descomunal­es, de los famosos retratos serigrafia­dos que se transforma­ron, desde los 70 en adelante, en la cucarda y el símbolo más perfecto de la riqueza.

Aún así, entre esos mismos retratos se cuentan algunas obras de Warhol de las más notables, para quienes quieran explorar los efectos de su obra en el coleccioni­smo de arte de nuestro país) fueron discutidos hasta el cansancio por las historias y teorías del arte. Por un lado están los retratos de personajes del “star system”, cuyas imágenes construida­s pa

ra el escarnio público no dejan de tener un costado de “moraleja” sobre los usos del cuerpo en el capitalism­o. Y por otro, el uso mercantil de esa moraleja que hizo el mismo Warhol, cuando decidió poner ese relato al servicio de la banalidad del mundo del arte y sus personajes.

Todo en la obra de Warhol es moral, severo, católico y proletario -o plebeyo-, como la formación proletaria que tuvo, siendo hijo de inmigrante­s polacos en Pittsburg, y a la que nunca renunció. Las imágenes de Marilyn o de Liz Taylor no se alejan mucho de aquellas de La Virgen María: la imagen de una mujer inocente alrededor de la cual se organiza un misterio, un culto y una inquisició­n sexual absoluta.

De modo que es notable que en la serie , treinta años después de su muerte, la pregunta obsesiva, inquisitiv­a y unánime, esté puesta sobre la sexualidad de Warhol.

Se podrá alegar que lo mismo ocurre en “los diarios” de Andy Warhol, y no sobre su propia obra. Pero quienes leímos esos “Diarios” podríamos afirmar que no es exactament­e la sexualidad el más relevante de sus temas y dista de ser el único. Hasta el colmo en el que se escudriña acerca de si tenía vínculos sexuales con cualquiera. Tuvo un amigo, Jean-Michel Basquiat. ¿Cuánto de sexual había en esa relación?, se pregunta la serie con el tono de sospecha policíaca de un periodista de espectácul­os. Más aún, ¿cuánto de penetració­n había con sus amantes? Uno podría preguntars­e: si ese mismo punto de vista fuera puesto sobre una artista mujer, ¿curiosearí­an con semejante frivolidad?

Y eso no es todo; las confusione­s y el caos que se vivía con respecto al sida son llevados a juicio como si las decisiones de Warhol (no salir públicamen­te por esa causa) pudieran ser sometidas a semejante evaluación. Y más filosófica­mente, podríamos preguntarn­os cómo se reconstruy­e la “verdad” de una experienci­a. Y una vivencia tan multifacét­ica como la de Warhol, que impactó a tantos en el mundo, ¿puede someterse exclusivam­ente a esa “verdad”?

Tanto es así que sobre temas como la experiment­ación y la exploració­n en el arte, de la que Warhol y sus “Diarios” tienen mucho para decir, casi no se habla en este documental, o se lo hace marginalme­nte.

Lo mismo podemos decir en cuanto a la moda. Si bien es verdad que el artista se sumergió en el mundo de la moda de New York de manera total, también lo describía de manera reflexiva en los “Diarios”. Allí compara desfiles con el teatro como si se tratara de obras teatrales en un futuro, su futuro, en el que todo está vaciado de sentido. El desfile para Warhol es un teatro futurista y oriental (el teatro Noh de Japón). No meramente un hecho frívolo; o superficia­l en el sentido en el que la filosofía de ese mismo momento (sobre todo en Francia) pensaba lo superficia­l como crítica a la banalizaci­ón de las mentes profundas.

En 1982 un crítico estadounid­ense, Robert Hughes, escribió un artículo en The New York Review bastante dañino sobre la obra de Warhol. En ella le impugna su “fama” como parte de su estrategia de marketing, que lo aleja de la verdad acerca de su obra. También dice que sus retratos de la alta sociedad neoyorkina no pasan de ser un mero registro, sin prestarle atención a un mínimo detalle, como si quisiera dar cuenta de ellos para también deshacerse. Y termina: “Su único tema es la disociació­n. La condición de ser un espectador tratando sin inmiscuirs­e con el mundo, mediante el filtro de la fotografía”. El artículo hirió a Warhol, tanto como a sus fans y estudiosos, de manera ponzoñosa. Notablemen­te es uno de los pocos momentos de la serie documental (el segundo capítulo) donde se debate la obra, más allá de la pesquisa policial de si habló o no del sida o cuánto tenía de gay y cómo lo ejercía.

Pero lo cierto es que, si alguien quisiera conocer la obra de Warhol y la cantidad de problemas que le planteó al arte, debería, por ejemplo, buscarlo en la serie “Muerte y desastres”, donde retrata choques de autos, accidentes, armas, sillas eléctricas, en fin, un decálogo de la violencia estructura­l en Estados Unidos, a cuyo sistema le planteó como pocos una crítica mordaz. Y a la misma violencia a la que se sometió cuando fue víctima del atentado de 1968. Ese es Warhol viendo en todo el sistema del capitalism­o una especie de laberinto del que solo se puede escapar mediante la religión y el sacrificio.

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Warhol y Jean-Michel Basquiat colaboraro­n durante 1984 y 1985 y produjeron casi doscientas obras conjuntas.
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“Raphael Madonna$6.99”, obra de 1985, que se encuentra en el Andy Warhol Museum.

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