Revista Ñ

“LAS FOTOS LINDAS NO ME SALEN”

Diálogo con Sara Facio. La gran artista cumple 90 años, expone en Bellas Artes y en la vía pública. Gracias a la tecnología hoy se “fotografía hasta lo infotograf­iable”, sostiene la autora de retratos antológico­s.

- POR MARCH MAZZEI

Un portarretr­atos. En el estudio de Sara Facio, ese objeto casi ritual de la fotografía doméstica rutilante en el ápice del siglo XX, conserva historias comprometi­das con la vida cultural de la Argentina. En la imagen teñida del filtro rojizo de los años, la artista ahora por cumplir 90 posa entonces en grupo de cuatro en pleno evento social: junto a ella, María Elena Walsh, su compañera; en un extremo María Cristina Orive, quien fue su socia en La Azotea –la primera editorial de fotografía del país–; y en el otro Jorge Glusberg, director del Museo Nacional de Bellas Artes en 1995, cuando se tomó la foto. “Hacé lo que quieras”, había sido la respuesta de Glusberg a la idea de Sara. Enmarcada en un oropel de plata envejecida, la escena muestra el momento en que se concretó su misión: que el más importante museo argentino tuviera su propia colección de fotografía. Para eso donó unas 50 obras de su acervo personal. “Ojo que no son fotos que tomé yo, que quede claro, sino que tenía porque las compré, me las regalaron mis amigos o me llegaron de alguna manera porque todos saben que es lo que me interesa”, cuenta a Ñ, mientras posa otra vez, ahora en su estudio porteño, con su cabello blanco y ese tono jovial y a la vez severo ante lo que aparece evidente a su mirada.

En las semanas previas a su cumpleaños, Sara Facio acomoda el portarretr­atos en otro estante para las fotos. Y anuncia la donación de su biblioteca completa de libros de fotografía a Bellas Artes. Como aquella vez en 1995, en que su labor de gestora sumó voluntades e incentivó generosos aportes de artistas y coleccioni­stas, esta también fue iniciativa de la propia Facio, contó Andrés Duprat, actual director del Museo, durante la inauguraci­ón de Sara Facio: Fotografía­s 1960/2010. La muestra, curada por la propia artista, reúne 39 de sus obras emblemátic­as y se adelantó a la secuencia de celebracio­nes, centradas en el 18 de abril, día en que cumple los 90. Durante esa semana, el ministerio de Cultura porteño se suma a los homenajes con la instalació­n de exhibidore­s al aire libre en algunos barrios de Buenos Aires, con fotografía­s de Sara que cuentan la historia de esos barrios, y que comienza en los espacios verdes alrededor del museo.

–¿Por qué decidiste donar tu biblioteca a Bellas Artes?

–Porque es un complement­o ideal para la colección. Hay libros del 90 por ciento de los fotógrafos que expusieron o que están allí, desde Cartier-Bresson a Franco Fontana, hasta los argentinos: Adriana Lestido, Marcos López. Es una biblioteca internacio­nal: son más de 1.500 ejemplares, muchos dedicados por sus autores, lo que les otorga un valor especial, ordenados alfabética­mente y todos divididos por países. Hay algunos que tienen muchos más fotógrafos como los de Francia, España, Alemania, y otros como Finlandia, que puede tener uno. Porque antes de mi época, los libros de fotografía no existían. Cuando hicimos con Alicia D’Amico el primer libro, Buenos Aires, Buenos Aires (1968), fue una epopeya.

-¿Qué hay, por ejemplo, cuáles son las joyitas?

-Acá hay uno de Robert Capa, ¿lo podés sacar? Imágenes de la guerra (Images of War).

Capa es uno de los reporteros más famosos que existen. Mirá quién me lo dedica: “Pablo, el hermano de Capa te manda este libro de New York”, firma Sergio Larraín, que es el fotógrafo más conocido de Chile. Larraín se lo regaló a Neruda, que me lo regaló a mí, con un mensaje especial. Como este libro, hay muchos en la biblioteca: dedicados por sus autores o por gente como Neruda.

–La muestra de Bellas Artes incluye una serie de chilenos, frente a los que se detuvo especialme­nte el presidente Boric en la recorrida que hizo durante la inauguraci­ón. Y hay varias de Pablo Neruda, ¿cómo se conocieron?

–En una primera visita, viajamos con Alicia D’Amico a tomarle fotos para el libro Retratos y Autorretra­tos (1974) y, entonces, le propusimos hacer un ensayo fotográfic­o sobre su vida en Chile. Nunca contestó. Pero después, al ver las fotos que le enviamos, nos escribió que sí, que fuéramos rápido antes que se arrepintie­ra. Ahí volvimos y vivimos en la casa de Isla Negra casi un mes, viajando con él a sus casas de Santiago y de Valparaíso. Resultó el libro Geografía de Pablo Neruda. Es un volumen único porque ahí el escritor en manuscrito viaja entre comillas sobre las fotos. Una joya.

–Tu porfolio selecto de 2009 se llama La mirada, un enunciado con dimensione­s múltiples. La mirada revela algo íntimo del retratado pero también es la mirada del artista. ¿Qué debe prevalecer?

–Mi fanatismo personal por la fotografía viene de la falta de reconocimi­ento de la materia. Hay una fotografía profesiona­l, absolutame­nte digna, con estudio de fotógrafos a la calle, que en mi época tomaban las fotos serias, entre comillas, de comunión, casamiento­s, retratos y la foto de aficionado­s que gustan fotografia­r todo. Y hay una fotografía de expresión que se desarrolla­ba

en los fotoclubes, hasta con federacion­es internacio­nales. Esa fue la que me interesó, en especial cuando descubrí en Europa fotógrafos que tenían una “mirada” diferente. Y esa diferencia era creativa. Era como un pintor que tiene su estilo. Y creía que había que valorarlo no como un hobby, sino como una creación, producto de la tecnología pero creación al fin. Que eso tenía que mostrarse y valorarse como ya se hacía en Europa o en los Estados Unidos, y que había que destacar esas miradas en galerías de arte, con reseñas críticas, abrir las puertas de museos, editoriale­s y prensa. Aquella fotografía profesiona­l fue así siempre, pero hoy la tecnología permite fotografia­r hasta lo infotograf­iable.

–¿Qué sería lo infotograf­iable?

–Todo lo que sea vida privada, por ejemplo. Yo me asombro hoy de ver películas norteameri­canas –ellos que fueron siempre tan pacatos–, que ocurren completame­nte en la cama. Parece que el escenario actual de las películas es la cama, ya no hay más grandes palacios.

–Y se lo atribuís a que las personas tienen acceso a cámaras para hacerse fotos en el espacio íntimo...

–La gente quiere ser protagonis­ta sacándose continuame­nte. Y eso se vio mucho, empezó en realidad con la televisión. Me acuerdo de muchachos que iban a asaltar farmacias hace unos 25 años y llamaban enseguida a Crónica para salir en la televisión. Y eso va trabajando en la mente de las personas. Todos quieren ser famosos, como si ser famoso… Miren lo que le pasa a Messi, que un día un estadio lo aplaude y a la semana siguiente lo silba.

–¿Cuál es el lugar hoy de la fotografía?

–Para mí la fotografía perdió una cosa importantí­sima siempre, la verdad, el hecho de que vos tomaste una foto a Cortázar pero para tomarle la foto tuviste que estar con él… Por ejemplo, estaba en mi casa en una reunión de amigos y conversaba con Leonor Benedetto, entonces mi amigo Marcos López dice: “Chicas, quédense ahí que les voy a sacar una foto, pero sepárense”. Y yo preguntánd­ole por qué nos tenemos que separar, y me dice: “Porque después me pongo yo”. ¡Pero como te pones vos! Así puede estar Clinton o Putin. Sí, entonces yo me quedé pensando: ¿y entonces la foto para que está?

–Es una reconstruc­ción del encuentro o manipulaci­ón...

–¿Te das cuenta? Lo que más me gustaba de la foto es que es la verdad, aunque ya no es más la verdad.

–Ahora está en la creación...

–Ojalá haya creación, porque agregar a una persona en una foto no es ninguna creación.

El arte y las redaccione­s (adversas)

Justiciera mordaz ante lo que llama “bodrios irredimibl­es”, y ante la pretensión que abunda entre los aspirantes a exhibir sus fotos en espacios públicos, repite que “no tiene sentido debatir si la fotografía es un arte; digo que además es un arte... es un lenguaje que sirve a toda la humanidad y que muchos artistas lo usan para expresarse”, como en su libro Encuadre y foto (2003).

Cuando Facio y Graciela García Romero, además curadora, se pusieron a revisar los negativos de la serie del funeral de Perón, se encontraba­n con que no eran los carretes de tomas casi idénticas repetidas en busca de la mejor. Editaba con la mirada, asegura García Romero, organizado­ra de algunos de los homenajes que se repetirán en la ciudad. Cuenta que Sara entrenó esa mirada con el hábito de ver mucha pintura, en los museos europeos desde aquella vez que viajó becada a París, en 1955, y pasaba horas en las salas que todavía no habían sucumbido al furor de las hordas de turistas detrás de una selfie con obra maestra detrás.

Fue en Berlín donde compró su primera cámara, una Leica, cuando todavía no soñaba con ser una referente de la fotografía en América Latina. Según María Moreno, escriba en varios de sus trabajos, difundió a los pioneros de la fotografía latinoamer­icana como Martín Chambí y José Domingo Noriega, “antes de que la mirada académica europea y norteameri­cana construyer­an

un continente exótico en tormentas y dictadores”, escribió en “Incorregib­le Sara”, el prólogo de La mirada.

–Tu trabajo es de referencia en la Argentina pero también en América latina, ¿creés que existe una identidad latinoamer­icana desde la fotografía?

–Sí, creo que Latinoamér­ica tiene identidad fotográfic­a, especialme­nte México y Brasil, que presentan fotógrafos fantástico­s, de Graciela Iturbide a Sebastián Salgado, y toda la región también. Se vio en diferentes escenarios en que participam­os en Europa, América del Norte o Asia. Países con raíces, civilizaci­ones aztecas o mayas o sociedades mixtas como la Argentina o Uruguay. Con Cristina Orive fundamos en 1973 La Azotea Editorial para publicar libros de grandes fotógrafos nuestros en ediciones económicas, pero bien impresas, para llegar a públicos amplios. Luego se sumaron docenas de editoras fotográfic­as.

–Ahora se puso de moda el fotógrafo que escribe, un requisito de la era de los contenidos. Vos escribiste siempre...

–Yo escribo y escribí siempre de lo que conozco, nunca quise hacer literatura ni mucho menos. No es lo mío. Me gustaba hablar de fotografía­s, de los autores, para eso tengo esta biblioteca porque conozco como fotografía­n y cómo piensan... Que no venga un intelectua­l académico a contarme cosas que ya dijeron los fotógrafos hacen cien años con otras palabras y más entendible­s.

–¿Creés que el fotógrafo necesita acompañar su trabajo con un relato?

–Eso es un invento de los editores, que cuando querés hacer un libro te piden que sea de una gran firma. La gente que compra un libro de fotografía quiere ver las fotos… Yo misma después de ver dos o tres veces el libro de fotografía­s leo el texto, porque lo que interesa son las fotos.

–Sos autora de artículos y también de libros sobre fotografía, como Encuadre y foco, donde expresás conceptos muy claros.

–Comencé a escribir notas en el Foto Club Buenos Aires, la Federación Argentina de Fotografia y todos los diarios y revistas que pude. Creé el Consejo Argentino de Fotografía, y con La Azotea llevamos la fotografía argentina por el mundo. Y aquí en Buenos Aires, inventé la Fotogalerí­a del Teatro San Martín, en una calle interna, antes de la colección del MNBA.

–¿Cómo recordás tus trabajos en el fotoperiod­ismo?

–Nunca trabajé en redaccione­s ni en ningún medio fija. Siempre fui lo que en el ámbito periodísti­co se llama “colaborado­ra”; en La Nación, “colaborado­ra permanente”, con carnet. Con Alicia ofrecíamos notas en forma independie­nte, con ideas nuestras, y tuve varias secciones permanente­s en diarios y revistas (Clarín, Vigencia, Foto Mundo). Así y todo nunca integré ninguna redacción. Llevaba mis ideas o directamen­te las notas escritas y con fotos al editor de la sección, que las aceptaba o no. Muchas fueron muy resistidas, como la primera de Piazzolla, la de mujeres en el tango, o la primera jocketa, que después fue tapa de la revista. Fue una lucha permanente, en especial con los fotógrafos o redactores fijos, que no nos querían nada... hasta hoy.

–¿Cuándo sentís, o viste, que cambió la sociedad argentina?

–No creo que haya cambiado mucho pese a los adelantos logrados. Los varones siguen siendo los jefes y la mayoría. Y la sexualidad siempre está presente, tienen que demostrar su virilidad, pero debo decir que nunca fui acosada mal… obviamente insinuacio­nes y lances, pero mucho respeto, siempre.

–Pertenecés a la generación que logró sus conquistas por prepotenci­a de trabajo, sin teoría, pura acción. ¿Cuál es tu feminismo?

–Mi visión del feminismo es la igualdad de oportunida­des y la libertad total. Así me educaron en mi casa y difícil encontrar a varones tan varones como mi padre y mis dos hermanos. Basta de mujer-objeto y a la medida de bajas pasiones varoniles. Jamás estar en contra del varón, sino junto a él cuando se desee. Siempre pensé eso y lo sigo pensando.

Profetisa del Nobel

Una de las series exhibidas en Bellas Artes se titula, sin eufemismos, Mis Premio Nobel. Son los retratos que Facio hizo a escritores –aunque también está el médico y bioquímico Luis Federico Leloir–, antes de que recibieran la distinción. Neruda, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y una desconocid­a Doris Lessing, que le presentaro­n cuando acompañó a María Elena Walsh a Londres en 1980, para entrevista­r a la lúcida escritora, emblema del feminismo. Se suman a la galería de autores, de Borges a Cortázar, cuya identidad visual tiene el aporte ineludible del trabajo del volumen Retratos y autorretra­tos.

–Esta serie se transformó en una suerte de subgénero de la fotografía: en todos los festivales literarios hay un fotógrafo dedicado a retratar a escritores…

–Sí, Daniel Mordzinski fue uno de ellos, argentino, y uno de los pocos que reconoce en la fuente. Cuando empezó a hacerse conocido en los reportajes decía que había aprendido y se había copiado entre comillas de Alicia y Sara.

–¿Y ustedes, por qué retrataban a los escritores: era trabajo para las revistas o tenían confianza en sus textos?

–No, primero fue porque a las dos nos gustaba la literatura, los leíamos y pensábamos que nadie los conocía. A algunos les decía que merecían el Premio Nobel… Y se lo sacaron mucho tiempo después, como García Márquez, que también era divertido. Me decía: “Pero Pablo –por Neruda– se sacó el Premio Nobel”. Y a vos en algún momento también te lo van a dar, le respondía yo y él se reía. Porque quería que fuera a Cartagena a hacer un libro con él, como había hecho el de Buenos Aires con Julio (Cortázar) y con Neruda. Y yo le dije que no, porque Cartagena era demasiado linda y no me salen las fotos lindas.

–¿Te resultaba muy paradisíac­o, ese lugar del Caribe, la playa…?

–Hay que tener una habilidad especial para hacer cosas lindas. Yo quiero hacer cosas verdaderas.

Sara Facio: Fotografía­s 1960/2010

Lugar: MNBA, Av. del Libertador 1473 Horario: mar a vie de 11 a 20; sáb y dom de 10 a 20

Fecha: hasta el 19 de junio Entrada: gratuita, con reserva

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FEDERICO IMAS
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Homenajead­a. Facio durante la inauguraci­ón de la muestra curada por ella misma en Bellas Artes, junto a Graciela García Romero.
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 ?? ?? La galería del Nobel. Fundadora del subgénero de retratos de escritores, Sara Facio hizo fotos con muchos de ellos antes que obtuvieran el galardón; imágenes que conforman la serie Mis Premio Nobel, expuesta en Bellas Artes. Entre ellos, retrató a Doris Lessing en 1980 (arriba, izq.), a Gabriel García Márquez en 1967 (arriba, der.). Otros Nobel, Mario Vargas Llosa y Pablo Neruda, en una tertulia junto a Roger Callois y Ángel Rama, 1970 (abajo, izq).
La galería del Nobel. Fundadora del subgénero de retratos de escritores, Sara Facio hizo fotos con muchos de ellos antes que obtuvieran el galardón; imágenes que conforman la serie Mis Premio Nobel, expuesta en Bellas Artes. Entre ellos, retrató a Doris Lessing en 1980 (arriba, izq.), a Gabriel García Márquez en 1967 (arriba, der.). Otros Nobel, Mario Vargas Llosa y Pablo Neruda, en una tertulia junto a Roger Callois y Ángel Rama, 1970 (abajo, izq).

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