El engaño sin fin de la libertad de elección
Análisis. El mantra de la época asegura que podemos elegir nuestra vida a voluntad, pero la eslovena Renata Salecl revela en su libro la trampa.
La primera escena del libro La tiranía de la elección de la filósofa y teórica jurídica eslovena Renata Salecl transcurre en la sección de autoayuda de una librería neoyorquina donde la autora se topa con un libro titulado All About Me (Todo sobre mí): “Por dentro estaba casi todo blanco. Cada página ofrecía al lector apenas una o dos preguntas sobre las cosas que le gustaban o le desagradaban, los recuerdos que tenía, sus planes para el futuro. Nada más”. Salecl lo sigue hojeando solo para comprobar que, lejos de ser una excepción, el libro forma parte de una regla o del modus operandi de una época donde, en apariencia, podemos elegir y escribir nuestra vida a voluntad. La clave es la supuesta “libertad de elección”.
Lo curioso, o no tanto, es que la eficacia y la vigencia de este razonamiento reside, paradójicamente, es que estas promesas nunca se terminen de cumplir. Después de todo, nada más conveniente que perseguir un deseo incumplido. Salecl advierte que esta lógica, que no es nueva, se torna especialmente efectiva en una época donde el teléfono celular nos hace creer que tenemos el mundo a nuestra disposición con las aplicaciones disponibles.
La frase que mejor definiría este estado podría resumirse en “para tus necesidades está esto, pero también esto y esto otro y los modos de pago podrían ser este, también este y por qué no, un tercero”. Pero la hiperestimulación que se da desde la pantalla es solo el primer eslabón de una cadena narcotizante.
El segundo es la contradicción que existe entre la impronta de “ser, hacer y elegir lo que quieras ser” y la evidencia de que en cada elección estamos siendo mirados y evaluados por los demás. La pantalla funcionaría en un doble flujo donde ofrece productos a condición de que luego sean exhibidos por sus consumidores. No es casual que el verbo clave en este proceso sea el de invertir (en su doble acepción económica y afectiva.
Las ideas de transacción en los distintos niveles de vida son solidarias, también, con las formas del capitalismo tardío que permite “elegir primero y pagar después” al tiempo que oculta, a la manera de una negación, que se trata de un intercambio material. No llama la atención que el dinero, en este caso, se vuelva una especie de tabú. Es por eso que muchos cursos de autoayuda o de coaching ontológico publicitan sus costos como, justamente, inversiones.
Todo apunta a que cada gasto que se hace, cada deuda que se toma, es por el propio bien y en función de cultivar una identidad más consciente.
La contradicción es tal que no se advierte que mientras se trabaja para ser la mejor versión de uno mismo, ese mismo trabajo implica y demanda de la mirada aprobatoria de los otros que con sus corazones o dedos pulgares levantados, tendrán el veredicto final.
Las nuevas sociedades del espectáculo, que se jactan de no depender de nadie, se constituyen, no obstante, en la mirada ajena. La teoría lacaniana del espejo aparece con la fuerza de la evidencia que, paradójicamente, se niega en estas teorías sostenidas en la voluntad más absoluta y en las buenas (o malas) intenciones conscientes.
Los efectos sobre la subjetividad son variados y en todas las instancias rebotan sobre la autoestima. Cuando el fracaso, en cualquier instancia, queda asociado a las malas decisiones, no queda más opción que la frustración. Si el éxito depende de uno mismo, el fracaso también. No es casual que las redes sociales sean un enorme reservorio de odio porque, de alguna manera, se vuelven el lugar donde se canaliza la bronca por las promesas incumplidas ante las mismas audiencias que las aprobaron o desaprobaron.
Y en esta instancia, cabe preguntarse si es posible salir de ese círculo, elegir no decir y mostrar cosas constantemente; elegir no rellenar las hojas del libro en blanco. No escribir, en este caso, también podría ser una elección, ¿podría?