Una exploración por el interior oscuro
Filosofía. De Ballard a Althusser, la académica Silvia Schwarzböck enlaza una red de “malpensantes”: expedicionarios de la subjetividad monstruosa.
Cuando el pensamiento trata de explicarlo todo, el yo espera decir ese todo, o vuelve sobre sí mismo para “malpensarse” y autoexponerse y explicitarse en su propia monstruosidad. Apertura del cauce reflexivo de Materialismo oscuro de Silvia Schwarzböck, ensayo filosófico publicado por editorial Mardulce, en su colección Philos (2021).
Schwarzböck es doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, autora también de Los monstruos más fríos. Estética después del cine (Mardulce, 2017); Adorno y lo político; o Los espantos. Estética y la posdictadura.
El pensar del exponerse en la propia subjetividad monstruosa es “malpensar”, inversión de la andadura del “bienpensante”; movimiento hacia sí mismo de los “materialistas oscuros”, que saben que la maldad no es solo ajena, externa fealdad frente a una imagen idealizada de sí, sino la realidad visceral que también lo incluye: “Solo quien se cree ideológicamente bueno –no importa si eso lo hace ser (o no) más justo con el prójimo– estaría en posición de aprender, en beneficio de la sociedad, y no solo de sí mismo, lo que el malpensante le quiere enseñar: no a ser malo sino a cuidarse de la maldad, también de la propia”.
Pero el materialista oscuro tiene un horizonte propio en el que, desde su malpensar, esculpe una teoría de la aristocracia que responde a la traducción de un secreto. La aristocracia “se traduce”, por ejemplo, a través del asesinato de Louis Althusser de su esposa, el 16 de noviembre de 1980; o el erotismo de Bataille, la aspereza de Céline; o Osvaldo Lamborghini y Rodolfo Fogwill, Masotta y Correas; o “la monstruificación del mundo de J. G. Ballard, la sociedad de los demonios de Patricia Highsmith, las posdatas de Gretel Karplus, el anarquismo protofeminista de la joven Beauvoir, o el devenir mal feminista de Chris Kraus”.
El materialista oscuro se sumerge en su teoría de la aristocracia y, a la vez, en la Medusa como figura propiciatoria, flujo de explicitación de su propio yo, “el yo monstruo”, de “los mismos materialistas oscuros, y las mismas materialistas oscuras que disfrutan de teorizar la aristocracia”.
Ejemplo transparente de este procedimiento de auto oscurecimiento, el de Althusser que, tras el asesinato de su esposa, y de un tiempo de reclusión en una institución manicomial, escribe El porvenir es largo no para justificarse, para alejarse de su culpa, sino para inculparse y lacerarse, para “escribir como asesino y no como loco”.
Entre muchas otras de sus muchas referencias, el análisis en el rastro de un materialismo oscuro se desliza también hacia Milenio negro, de J. G. Ballard, y su estética de la cámara omnipresente. El sacrificio de lo secreto en un Estado de control estatal policial deviene absoluto. La vigilancia total, garantizada por cámaras por doquier, inocula terror. Esos ojos-cámaras ubicuos podrían inhibir la violencia, o generarla por el saberse, justamente, frente a la cámara.
Si el exponerse del yo monstruoso es traspuesto a un modo de la filosofía, el materialismo oscuro se aleja entonces de la filosofía institucionalizada, la de los ritos académicos que convierten a sus practicantes en criaturas obedientes de una forma estandariza de saber, desde el estudiante hasta el profesor titular o el investigador experimentado.
“El yo académico antes que para la guerra de un solo hombre (la del materialista oscuro), se prepara para concursar y revalidar sus cargos, para competir por un ascenso o para aplicar para una beca, siempre contra otros yoes”. Remisión a la competencia, al ansia del cargo ambicionada entre la necesidad y un blasón a exhibir. Lo contrario a la subjetividad del materialista oscuro, ebrio de coraje y autodesprecio.