“Todos están en el mismo trance: quieren aprender algo manual”
En una analogía entre el saber ancestral del artesano y la transformación propia en el devenir de la naturaleza, Ana Teresa Barboza, sostiene su punto de observación entre el arte y el entorno. Y, al mismo tiempo, aborda su obra, con énfasis en la génesis de las fibras de origen animal y vegetal. La artista nacida en Perú, comenzó a interpelar el textil, en coincidencia con el duelo por la muerte de su madre. Y fue en el reverso de esa ausencia que los hilos, las telas y las fotos halladas, aparecieron para enriquecer sus expresiones. Doce piezas producidas durante el último lustro, trabajadas con miembros de poblaciones originarias de la franja costera y la zona andina, son las que componen su primera muestra individual en Argentina, Tejer las piedras.
–¿Cómo se dio la dinámica de trabajo?
–Fui a visitar comunidades que preservan estas prácticas de textil tradicional, que todavía usan el hilado a mano y tiñen con plantas y minerales. Todo se dio de a poco: conocerlos, aprender, conversar, contarles lo que hago, y en ese diálogo comencé a encargarles parte de los materiales que uso para hacer estos tejidos.
–Al tratarse de habilidades domésticas asociadas al mundo femenino, ¿hay una revalorización al llevarlas al ámbito de un museo?
–Sí, lo pensé hace varios años, e intenté mostrarlo en distintas exposiciones. Al inicio, hice un paralelo entre la transformación de las plantas y los procesos detrás del tejido y bordado. Es algo de mi trabajo que me parece importante porque al usar estas técnicas y también al trabajar con estas personas traigo a mis obras el esfuerzo y la energía de ellas, junto con los tintes que utilizan y la esencia del paisaje donde viven. Por ejemplo, las piezas de fotografía y tejido que hago intentan acercarnos a esos entornos y esa imagen abstracta que hago en textil guarda relación con lo que sucede ahí, detrás de lo que se ve en la fotografía impresa. Es como una huella de todo lo que se está transformando. Me interesa crear una relación de esa transformación que no vemos.
–También hay una cercanía con el entorno al no tener marco o directamente al salirse del mismo.
–Esa es un poco la idea, que el que ve las piezas pueda detenerse a mirar el detalle, la textura, esa tactilidad y que eso invite a acercarse a ese entorno.
–Volviendo a las habilidades “femeninas”, la idea de llevar esas tareas al mundo del arte se da en el contexto de la cuarta ola feminista. ¿Se puede leer en ese registro?
–Mi trabajo muchas veces fue relacionado con eso. Soy feminista pero no lo veía así, para mí es más que nada revalorar el trabajo artesanal que no solo fue hecho por mujeres sino también por hombres, como los realizados en cestería o con piedra. Llevarlo al arte contemporáneo, para que haya una visibilización sobre eso y cómo estos trabajos se están perdiendo.
–La utilización que hace de las fibras y tintes naturales, y el hecho de retomar los oficios, ¿puede tener que ver con el arte asociado a lo sustentable?
–Totalmente, porque al trabajar con estas fibras a una le da la curiosidad por entender de dónde vienen, y cómo los artesanos tienen esos conocimientos acerca de la práctica que hacen: sobre los animales, las plantas, el clima y el agua. El tejido, al final no solo es una imagen, sino que también habla de todo lo que se desarrolla alrededor de una fibra en un lugar específico.
–¿Hay una emergencia del arte textil?
–Sí, claro, está en todos lados. Todo el mundo quiere aprender algo manual, hay una necesidad de hacer cosas con las manos.
–Al estar atravesando la revolución tecnológica, ¿a qué lo atribuye? ¿es la contracara de las pantallas?
–Sí, es la respuesta, y cuando lo hacés, te desprendés un poco del tiempo. Estás concentrada con lo que estás haciendo y no estás pensando en otras cosas. Por eso a la gente le gusta hacerlo, porque es como una especie de meditación.
–Y no se intelectualiza, en algún punto iguala a las personas.
–Si, claro, porque todos están en el mismo trance.