Revista Ñ

El sacrificio de Virtudes que se renueva del otro lado del mundo

- Débora Campos

Cuando llegó a Londres, para trabajar de mucama, a la abuela del periodista y escritor español Xesús Fraga casi la matan de hambre. No es una manera de decir. Tuvo que ser rescatada de la casa en la que la empleaban porque le limitaban el acceso a la comida, y necesitó tres semanas de hospitaliz­ación para recuperar algo de peso antes de lanzarse a otro puesto, en el que también limpiaba. Y a otro, al salir de ese. Y a otro más. Con esa historia, el reportero ganó el año pasado el Premio Nacional de Narrativa que concede el Ministerio de Cultura ibérico.

La novela se titula Virtudes (y misterios) (Xordica editorial) y Virtudes es la protagonis­ta: una mujer que justo antes de que llegaran los años 60 se había quedado en Galicia sola, con tres hijas a las que alimentar y un marido que no daba señales de vida. Porque vivir, vivía. En 1955, el hombre de profesión zapatero había emigrado a Venezuela con la promesa que hacen todos los que se van: mandar dinero, volverse ricos y regresar. Algunas veces, ese compromiso se cumple. Otras no. Y hay ocasiones en las que se cumple y es para peor.

El caso es que Virtudes trabajaba cuanto podía pero no alcanzaba a alimentar a las tres nenas. Espero algunos años, por ver si la historia puede mejorar. Pero como la historia suele ser coherente sobre todo con los pobres, cuando Virtudes no pudo más, decidió ir ella a buscar el dinero que les faltaba. A Londres, como una vecina, que le explicó lo que había que saber para cruzar el Canal de la Mancha. El resto era fácil: había que trabajar sin parar.

“La idea era hacer una novela sin ficciones, una novela de hechos reales”, explicó el autor cuando le concediero­n el premio y de nuevo por estos días, de visita en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Xesús Fraga nació en Londres en 1971 cuando sus padres, detrás de Virtudes, fueron a probar suerte. Allí vivió la primera infancia y, antes de empezar la escuela primaria, ya estaba de “regreso” en Betanzos, el pueblo familiar. Esa trama de idas y vueltas constituye­n la columna vertebral de su libro, bajo el mando de una abuela que podría ser, a fuerza de coraje, casi un personaje de Marvel.

“Mi abuela, como muchas otras mujeres de su generación, casi no tuvo formación, ni escolariza­ción. Se casó con 19 años y enseguida llegaron las tres hijas, mi madre y mis tías. Emigró ella sola, las hijas quedaron con la abuela”, sintetiza su biografía familiar pero también la trama de su libro.

Tras ser rescatada de la casa en la que la hambreaban, Virtudes limpió una residencia para enfermeras y luego un hospital, además de ocuparse de cuanta casa particular y oficina la convocara. Así, durante treinta años, cubrió las necesidade­s económicas de toda su familia. ¿Había que comprar una cama en Betanzos? La cama llegaba de Londres. ¿Alguien quería un electrodom­éstico? La caja llegaba de Londres. Y de Londres también venían los dineros para pagar carreras, ropa, la edificació­n o la mejora de una casa...

“Ella pensó que si todo ese sacrificio podía tener algún sentido era para que a su familia no le faltase de nada. Todo el dinero que ganaba allá iba destinado a ese fin, a asegurarse de que a la familia le fuese bien”, apunta Fraga.

Virtudes (y misterios) no es el primer libro que reconstruy­e el sacrificio de las mujeres españolas emigrantes. Pero la gesta protagoniz­ada por la abuela de Fraga actualiza una deuda que España tiene con el medio millón de personas que fue expulsado entre 1951 y 1975, y que se buscó la vida en Europa como pudo. El máximo premio oficial de literatura de su país a la novela, más allá de sus muchos méritos, también señala eso.

Menos visibles, claro, son otras deudas. Hay quienes creen que el lenguaje es capaz de reconfigur­ar a la sociedad. Si decimos ‘asistenta’ o ‘trabajador­a de casas de familia’, las emigrantes latinoamer­icanas que llegan a España tras la estela de la pobreza, tendrán condicione­s más favorables a las que conoció Virtudes en la Londres de los años 60. Porque ya no les dicen ‘criada’ ni tampoco les dicen ‘muchachas de servicio’.

La escritora compostela­na Cristina Sánchez-Andrade (hija de padre gallego y de madre inglesa, ya que de inmigració­n se habla aquí) es profesora de Literatura en la Universida­d Complutens­e. Pese a ser reconocida internacio­nalmente por su obra de ficción (fue finalista del Premio Herralde de Novela en 2014 y recibió dos premios PEN Award), su último libro podría ser un ensayo, o un relato biográfico, o un texto epistolar, o tal vez una serie de entrevista­s. O nada de todo eso.

Se titula Fámulas (Anagrama) y no narra sino que escucha. En esas 112 páginas, Joaquima, que nació en Portugal en medio de la pobreza, reconstruy­e la pesadilla que vivió cuando quiso abortar en España. Deybi Vanesa, nacida en Honduras, sueña que su vida mejora mientras levanta del piso las bombachas que su empleadora desparrama al vestirse. María Fátima, de Cabo Verde, fue amenazada por una empleadora de 80 y pico de años que creía que ella tenía un romance con su marido (un nonagenari­o y enfermo). Y a Rosario, nicaragüen­se, un empleador primero quiso obligarla a masajearlo y, como ella se negó, quiso violarla.

Son los peores casos. Pero no los únicos. Todas ellas llegaron a una España en la que las clases medias pueden permitirse una empleada que se ocupe de la basura y de la mugre. Algunas son empleadas en forma y cumpliendo la normativa. Otras (muchas) como no tienen papeles, terminan condenadas a la informalid­ad y a los abusos de todo tipo.

Es difícil leer Fámulas sin pensar en Virtudes (y misterios). Porque una pregunta gatilla con insistenci­a: ¿cuántas de estas empleadora­s y cuántos de estos empleadore­s son, ellos mismos, hijos o nietos de esta misma migración femenina de la pobreza?

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ARCHIVO DE LA FAMILIA FRAGA Virtudes, sentada en primera fila, en la residencia de enfermeras del Guy’s Hospital londinense.
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