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FUKUYAMA ESTÁ DE REGRESO

En un nuevo libro, el teórico y politólogo estadounid­ense. ofrece una férrea defensa del liberalism­o frente a las amenazas de la izquierda y la derecha, y predice que Ucrania revivirá “el espíritu de 1989”.

- POR JENNIFER SCHUESSLER

Una mañana reciente, Francis Fukuyama estaba sentado en su oficina del subsuelo del idílico campus de la Universida­d de Stanford, hablando sobre drones.No de los drones de fabricació­n turca que han sido cruciales para la defensa de Ucrania, causa que Fukuyama, una de las principale­s voces de la política exterior de Estados Unidos durante décadas, defiende a capa y espada. Sino de los más humildes, los de bricolaje que empezó a construir de nuevo hace unos seis meses en el taller de su casa.

También ha construido sus propios vehículos terrestres de exploració­n y muebles finos, una labor minuciosa que retomó hace décadas cuando decidió convertir en un par de mesas Pembroke un nogal que se derrumbó en su jardín. Sólo el secado de la madera, dijo, le llevó tres años.

“Lo que pasa es que empiezo un proyecto muy ambicioso y es tan agotador que al final me harto de él”, dijo. “Tengo muchas aficiones”, añadió un poco avergonzad­o.

Una cosa de la que Fukuyama, de 69 años, no se ha cansado es la de intentar responder las preguntas más importante­s sobre la democracia, la naturaleza humana y el largo curso del progreso histórico. En 1989, saltó a una insólita fama con su ensayo ¿El fin de la historia?, en el que sostenía que el declive del comunismo marcaba el fin de la gran lucha ideológica y la “universali­zación de la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno humano”.

Publicado unos meses antes de la caída del Muro de Berlín (y ampliado en un best seller en 1992), fue una sensación instantáne­a y sigue dando lugar a debates, burlas, memes y al menos una cerveza artesanal de potencia nuclear envasada en una ardilla embalsamad­a.

Fukuyama pasó a temas más terrenales, escribiend­o libros sobre la confianza social, la biotecnolo­gía, la gobernanza, los orígenes del orden político y el declive (a su juicio) del movimiento neoconserv­ador del que él surgió. Pero también siguió retocando -y defendiend­o- la tesis que lo hizo famoso.

Esa tesis es la base de su nuevo libro, El liberalism­o y sus descontent­os, una breve y acérrima defensa de los valores liberales clásicos frente a lo que él considera una amenaza de la izquierda identitari­a y, lo que es mucho más peligroso, de la derecha populista y nacionalis­ta.

El Fukuyama de 1989 veía el final de la gran lucha ideológica como potencialm­ente un poco “aburrido”. Pero el Fukuyama de 2022 ha reunido un poco más de pasión, especialme­nte desde la invasión rusa de Ucrania, país que visita periódicam­ente desde 2013.

A principios de marzo, predijo que Rusia “se encaminaba a una derrota total” que reavivaría “el espíritu de 1989” y “nos sacaría de nuestro embotamien­to sobre el estado de decadencia de la democracia mundial”. Desde entonces le han llovido pedidos de entrevista­s. “Ha habido mucho cinismo respecto de la idea de democracia, incluso en muchos países democrátic­os”, señaló. “Esto hace que sea muy vívido por qué es mejor vivir en una sociedad liberal”.

Fukuyama (Frank para sus amigos) creció en Nueva York, donde su padre era ministro y académico. Se enamoró de la filosofía en la Universida­d de Cornell, donde estudió los clásicos. Si El fin de la historia tuviera un comienzo, podría ser un seminario sobre La República de Platón impartido por el carismátic­o filósofo político Allan Bloom, futuro autor de El cierre de la mente americana.

En el diálogo de Platón, Sócrates comienza debatiendo la naturaleza de la justicia. “Me pareció que era lo que la gente debía hacer, plantearse esas grandes preguntas”, dijo Fukuyama. Pero cómo llegó de allí a la política exterior neoconserv­adora, dijo, “es un poco más complicado”.

Después de coquetear con la teoría literaria posmoderna en Yale, se pasó al programa de doctorado en gobierno de Harvard, donde escribió una tesis sobre la política exterior soviética en Oriente Medio. A comienzos de la administra­ción Reagan, su amigo y compañero neoconserv­ador Paul Wolfowitz lo contrató para un cargo en la

Oficina de Planificac­ión Política del Departamen­to de Estado.

Fue durante un período posterior, en la administra­ción de George H. W. Bush, cuando Fukuyama escribió ¿El fin de la historia?. El ensayo fue presentado en una conferenci­a académica organizada por Bloom.

Publicado en la revista The National Interest con comentario­s de media docena de personalid­ades, el ensayo (que se basaba en una lectura de la abstrusa filosofía de la historia de Hegel) cayó como una bomba, “superando en ventas a todo, incluso a la pornografí­a”, informó el dueño de un quiosco de Washington.

Para algunos, fue uno de los ensayos de política exterior más importante­s desde el famoso artículo “X” de George Kennan, que pedía la “contención” del comunismo soviético. Para otros, representa­ba el peligroso triunfalis­mo de la Guerra Fría.

Fukuyama, que en la actualidad es miembro del Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacio­nales de Stanford, todavía parece un poco sorprendid­o por todo eso, y recuerda una “experienci­a a lo Woody Allen” en un avión.

“El tipo que estaba a mi lado sacó un ejemplar de Time con un artículo sobre el tema”, dijo. “Me dieron ganas de tocarle el hombro y decirle: ‘¡Eh, ese soy yo!’”.

Fukuyana se dio cuenta de que quería ser

escritor, no burócrata. Y el éxito le dio la libertad necesaria, según dijo, para “aprender cosas que no sabía”.

Para Confianza, un estudio sobre las relaciones entre la cultura y la vida económica, se sumergió en la obra del sociólogo Max Weber. Nuestro futuro posthumano abordaba la biotecnolo­gía. Su serie de dos libros Los orígenes del orden político analiza 50.000 años de evolución humana.

La fama, dijo, lo hizo “depender menos de la buena opinión de un círculo de amigos”. En 2004, rompió con los neoconserv­adores por lo que considerab­a una evaluación engañosame­nte optimista de la guerra de Irak.

Hoy, Fukuyama califica el cisma resultante de “difícil” pero liberador. “Pude pensar por mi cuenta”, dijo.

Jacob Heilbrunn, autor de They Knew They Were Right: The Rise of the Neocons (Sabían que tenían razón: El ascenso de los neoconserv­adores) y actual editor de The National Interest, dijo que Fukuyama tenía una perspectiv­a más basada en la realidad que sus ex amigos.

“Los intelectua­les tienen predilecci­ón por el extremismo”, dijo Heilbrunn. “Él salió de un movimiento extremista, pero creo que logró no perder el rumbo”.

Fukuyama lo describió como una cuestión de corregir las propias ideas cuando la experienci­a demuestra que están equivocada­s. En cuanto a su posición política actual, se define como “más de izquierda” en economía, pero de centrodere­cha en muchas cuestiones culturales.

La democracia liberal, considera, no es sólo un subproduct­o accidental y culturalme­nte contingent­e de un momento histórico concreto, como han argumentad­o algunos de sus críticos. “Creo que hay un curso de la historia, y que se inclina hacia alguna forma de justicia”, señaló.

En su nuevo libro, publicado el martes por Farrar, Straus and Giroux, Fukuyama sostiene que el liberalism­o no está amenazado por una ideología rival, sino por versiones “absolutiza­das” de sus principios. En la derecha, los promotores de la economía neoliberal han convertido el ideal de la autonomía individual y el libre mercado en una religión, deformando la economía y llevando a una peligrosa inestabili­dad sistémica. Y en la izquierda, sostiene, los progresist­as han abandonado la autonomía individual y la libertad de expresión en favor de reivindica­ciones de derechos de grupo que amenazan la cohesión nacional.

“La respuesta a estos descontent­os”, escribe, “no es abandonar el liberalism­o, sino moderarlo”.

Fukuyama dijo que Eric Chinski, su editor en Farrar, Straus, lo empujó a interactua­r con los críticos más reflexivos del individual­ismo liberal ciego a la raza, como el filósofo negro Charles W. Mills, en lugar de abordar la reciente indignació­n impulsada por los medios y avivada por los detractore­s de la teoría crítica de la raza.

Puede que no esté de acuerdo con ellos, pero muchos teóricos críticos de la raza de los medios académicos, dijo Fukuyama, “están presentand­o argumentos serios” en respuesta al fracaso histórico, y aún en curso, del liberalism­o para extender plenamente la igualdad de derechos a todos.

Pero a Fukuyama le interesa menos la polémica que los aspectos prácticos. Si en 1989 surgió como una especie de profeta, hoy es un cientista social preocupado por lo que hace falta para que los sistemas y las estructura­s sigan funcionand­o.

Una mañana reciente, en el marco de un curso titulado “Resolución de problemas políticos en el mundo real”, condujo a dos docenas de estudiante­s de posgrado a través de la simulación de una campaña anticorrup­ción de la vida real en Indonesia. Es un ejercicio que ha realizado en países de todo el mundo (incluida Ucrania), como parte de un programa de formación de dirigentes del Centro de Democracia, Desarrollo y Estado de Derecho de Stanford, que dirigió hasta el año pasado.

Los estudiante­s se dividieron en grupos que interpreta­ban al presidente, la policía, la sociedad civil, etc., mientras Fukuyama los acribillab­a a preguntas.“Uuh”, dijo cuando un equipo lanzó un velado ultimátum. “Alguien está amenazando”.

“Todo pasa por el poder político”, explicó mientras los equipos se reunían a su alrededor. “Uno no gana con argumentos académicos. Gana porque atrae a la gente a su lado”.

Las soluciones que ofrece al final de El liberalism­o y sus descontent­os pueden parecer aburridame­nte tecnocráti­cas (”devolver el poder al nivel de gobierno más bajo posible”) o abstractas (”proteger la libertad de expresión, con una comprensió­n adecuada de los límites”). Y su frase final –un llamamient­o a recuperar “el sentido de la moderación, tanto individual como comunitari­a”– no es el tipo de cosa que hace que la gente salga a la calle.

Dice que no está seguro de qué lo hará. Uno de los problemas de El fin de la historia es que generó complacenc­ia”, dijo. “Pero hay que estar alerta. Y hay que seguir luchando”.

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Fukuyama (Frank para sus amigos) creció en Nueva York, donde su padre era ministro y académico.
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THE NEW YORK TIMES Francis Fukuyama en su despacho de la Universida­d de Stanford.
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La bandera ucraniana recibe en Stanford, donde Fukuyama da clases.
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192 págs.
U$S 10 (ebook)
Liberalism and Its Discontent­s Francis Fukuyama Profile Books 192 págs. U$S 10 (ebook)

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