Revista Ñ

Dandi en pose de combate

El crítico español Ignacio Echevarría repasa la trayectori­a del editor Claudio López Lamadrid.

- POR MAURO LIBERTELLA

La noticia de la muerte de Claudio López Lamadrid, el 19 de enero de 2019, tuvo el impacto existencia­l de lo inesperado. Corroboró la certeza siempre insoportab­le (preferimos no saberlo) de que un hombre en plena actividad, una especie de fuerza de la naturaleza, puede caer fulminado en su oficina de Director Editorial de Literatura Random House, en Barcelona, una mañana cualquiera de un día cualquiera. Quizás estos, los detalles siempre un poco impudoroso­s sobre cómo murió, son los únicos que Ignacio Echevarría decidió omitir en el retrato de su amigo Claudio, Una vocación de editor.

No debe haber sido fácil para Echevarría escribir este texto, porque su relación con el “objeto de análisis” fue tan cercana que carecía de uno de los grandes activos del género: una cierta distancia para poder ver la pintura con mayor nitidez. Por supuesto que la cercanía puede dotar a un retrato de un elemento intransfer­ible, eso que llamamos la intimidad. Sin embargo, quizás por su carácter de crítico literario, se despegó todo lo posible de la vía emocional y encontró en un tono ensayístic­o esa distancia improbable que le permitió al mismo narrar y pensar la trayectorí­a de Claudio López.

Una distancia imposible porque fueron amigos desde los 18 años y sus recorridos profesiona­les fueron análogos de un modo muy profundo: nacieron el mismo año, en la misma ciudad, y entraron a trabajar juntos a Tusquets a fines de los 70. Salieron, se diría, de la misma cantera, y luego sus senderos se bifurcaron: uno se convirtió en director editorial de grandes grupos y el otro en un crítico respetado y por momentos implacable; siguieron siendo amigos, siempre, pero sus posiciones en el campo literario llegaron a ser en algún momento opuestas, incluso, al punto de que Echevarría se vio en la ingrata posición, más de una vez, de tener que criticar duramente un libro editado por su amigo. Claudio siempre se lo tomó bien, asegura en este libro.

Por la densidad del personaje, Una vocación de editor es mucho más que un retrato, o es también el retrato de todo un oficio y de una industria que cambió de manera salvaje durante los años de trabajo de Claudio López. Nieto de Antonio López de Lamadrid, Claudio se crió en el corazón ardiente de esa “edad de oro” de los viejos editores de la alta burguesía catalana –Beatriz de Moura, Carlos Barral, Jorge Herralde– pero encarnó, cronológic­amente, un cambio de época, y la historia de su llegada a lo que hoy conocemos como Penguin Random House es la historia de cómo cambió, para siempre, el trabajo de hacer libros. Quizás no haya otro editor comparable, en lengua castellana, para dibujar el arco biológico de esa transforma­ción de luces y de sombras.

Uno de los aciertos de Una vocación de editor es que Echevarría se haya animado a abordar algunos puntos espinosos de su amigo, como su origen de clase (que facilita siempre las cosas) o la manera en que el trabajo editorial se fue precarizan­do en esos años de transforma­ciones, que coincidier­on con los de la llegada de Claudio a director. Sin esos pasajes, el texto pecaría de parcial y perdería autoridad. En algún momento, Echevarría habla precisamen­te de esa autoridad a la que tiene que aspirar todo crítico que vaya a pronunciar­se sobre un libro. Y la palabra autoridad –dura, antipática– aquí es pertinente, porque Echevarría habla de López Lamadrid desde todos lugares desde los que una persona puede hablar de otra (la amistad, el cariño, pero también las contradicc­iones e incluso la incomodida­d). Es un libro de crítico que deja la sensación inquietant­e de que Echevarría está escribiend­o una vida que podría haber sido la suya si en algún momento del camino decidía seguir derecho en vez de doblar.

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Claudio López Lamadrid murió en 2019 y era una de las referencia­s de la edición.
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Ignacio Echevarría Gris Tormenta
136 págs.
Una vocación de editor Ignacio Echevarría Gris Tormenta 136 págs.

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