Revista Ñ

FOTOGRAMAS DEL OTRO LADO DEL OCÉANO

Con grandes nombres y la juventud como uno de sus ejes, la nueva edición del Encuentro de Cine Europeo nos trae lo más destacado de la región en 20 películas.

- POR DIEGO MATÉ

Durante todo mayo, la XVIII edición del Encuentro de Cine Europeo ofrece un panorama del cine con veinte filmes de dieciséis países; podrán verse de manera tanto presencial como online. El espectador argentino, acostumbra­do a esta clase de ciclos desde hace tiempo (el Festival de Cine Alemán o Les avant-premieres ya forman parte del calendario) sabe que puede encontrar allí algo diferente de las seleccione­s que realizan festivales de fuste como el Bafici o Mar del Plata: mientras que estos suelen privilegia­r películas independie­ntes con búsquedas singulares y riesgosas (a las que muchas veces se accede en ese circuito internacio­nal), ciclos como el Encuentro de Cine Europeo ofrecen una muestra condensada de la producción de una región, con filmes que ya dieron pruebas de eficacia en sus países.

El programa 2022 incluye grandes nombres como los del turco alemán Faith Akin y Jonás Trueba, algunas comedias que oscilan entre la candidez y el humor negro (la finlandesa Damas de acero), un roce con el cine experiment­al (la irlandesa The Silver Branch) y una buena cantidad de filmes en los que emerge uno de los ejes principale­s del Encuentro: la juventud. Son varias las películas de esta edición que giran alrededor de la crisis que suponen la adolescenc­ia y el ingreso a la adultez, pero cada una trabaja con recursos propios, inscribien­do el tema en el espacio de búsquedas estéticas distintas.

El fin del mundo, del suizo portugués Basil da Cunha, transcurre en Reboleira, un barrio demolido en 2013. Allí vuelve Spira tras pasar ocho años en un centro de detención juvenil. Da Cunha narra el regreso siguiendo los códigos del caper film y, por añadidura, del western: el retorno al lugar de origen no depara ninguna promesa de felicidad o de futuro posible, y el protagonis­ta encuentra en el crimen la única salida. Pero no hay que mirar las películas como El fin del mundo solo a la luz de los vínculos que traman con la historia del cine sino de todo aquello que no hacen. El director elude cualquier complacenc­ia sociológic­a o sordidez calculada que pudiera movilizar la representa­ción de la marginalid­ad: la película y los personajes viven más allá de esas trampas moviéndose cómodos entre el artificio de la ficción y la observació­n cruda del documental.

Al maestro con cariño

austríaca Fox in the Hole transcurre enterament­e en un reformator­io juvenil. Otro universo distinto al del filme de da Cunha. O, a fin de cuentas, el mismo. La película cuenta la historia de Fuchs, un joven profesor que funciona como el punto de vista del filme, se introduce en la prisión, descubre un orden singular y aprende sus reglas para cambiarlo desde adentro. La clase del protagonis­ta reúne toda clase de orígenes y credos que pueden encontrars­e en Austria: hay chicos austríacos, bosnios, serbios, turcos o africanos, pero también católicos y musulmanes. La maestra a cargo encauza las peleas, burlas y caos generaliza­do tratándolo­s como iguales y cree que la única salvación reside en el contacto con las artes plásticas. Fuchs debe ganarse el respeto de la maestra y de sus alumnos mientras se enfrenta con los guardias y el jefe del reformator­io. Arman T. Riahi manipula nada menos que el drama carcelario, un género difícil que en la historia del cine se movió entre los extremos de la fábula edificante y el sexplotati­on, y traza allí un relato cuya potencia reside en el choque entre el silencio y la impotencia de Fuchs y los estallidos emocionale­s de los chicos.

La francesa La última lección también cuenta la historia de un profesor que debe hacerse un lugar ante unos alumnos y una institució­n que le son hostiles. La situación narrativa es parecida a la de Fox in the Hole, pero los caminos del relato son otros. Después de que su predecesor se arrojara por la ventana en plena clase, Pierre asume a un grupo reducido de estudiante­s de avanzada. El misterio del sucidio se ramifica hasta contaminar­lo todo: el protagonis­ta descubre que hay algo más que soberbia en la altivez de su clase de elite. Un pequeño grupo se reúne en sus tiempos libres para someterse a sesiones de masoquismo en las que se golpean, asfixian o ahogan bajo el agua. Devenido investigad­or involuntar­io, Pierre descubre unos DVD con videos en los que los chicos filman cortos que alertan sobre el peligro al que se encamina la sociedad moderna y anuncian un hecho terrible que los tendrá a ellos de protagonis­tas.

Sébastien Marnier conduce su película al terreno incierto del thriller con el tema de la secta como horizonte. El nervio constante que Laurent Lafitte le imprime a Pierre es el principal catalizado­r de la trama y de la conspiraci­ón que consume al profesor. Pero el filme de Marnier trabaja también en otras áreas: el director se pliega sobre el final a la preocupaci­ón ecológica de los chicos, y además critica abiertamen­te la tendencia global de las institucio­nes educativas que consiste en ajustar su propio funcionami­ento al deseo y capricho de los estudiante­s.

Los chicos terribles

La película estrella de esta edición es la española Quién lo impide, el magnum opus de Jonás Trueba de cuatro horas de duración, que sigue a un puñado de chicos de secundario y los vuelve protagonis­tas de historias, sean del orden de lo documental o de la ficción. En varios casos ellos mismos diseñan y planifican. La película no se parece a nada, aunque sus antecedent­es incluyan referencia­s tan disímiles como Boyhood, de Richard Linklater, y el clásico Cero en conducta, de Jean Vigo. Ya desde el comienzo, Trueba exhibe el sistema un poco anárquico que guiará el filme: los chicos y chicas tienen sus propias ideas respecto del mundo y del cine, y lo que sigue es de alguna forma el resultado de la colaboraci­ón con el director, que muchas veces parece ceder el control creativo a los jóvenes.

Los segmentos que componen la pelícuLa la barren los conflictos que supone crecer y hacerse un lugar en el mundo: la relación con los otros, el compromiso, la política, la discrimina­ción, el amor o la soledad, todo es absorbido y refractado con una luz impresiona­nte por el dispositiv­o creativo dispuesto por Trueba y por sus jóvenes colaborado­res. Las entrevista­s alternan con debates públicos en la escuela, donde se discute con una madurez infrecuent­e, y esos momentos de registro dialogan con otros abiertamen­te ficcionale­s en los que se traman romances, aventuras y viajes. Trueba y sus chicos terribles filman algo parecido a un Aleph juvenil, objeto inabarcabl­e que se propone contener todas las experienci­as, placeres y tristezas del crecimient­o.

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El fin del mundo, de Basil da Cunha, parte del retorno de su protagonis­ta al lugar de origen.
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El thriller comanda La última lección, de Sébastien Marnier, que arranca su recorrido con una secta.
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La obra maestra de Jonás Trueba, Quién lo impide, tiene cuatro horas de duración.

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