Revista Ñ

Es miga de pan

Un solo animal, una sola obsesión, le basta a Sandro Barrella para crear un mundo alerta, elegante, sofisticad­o, y a la vez escrupulos­amente tangible. Acompañan su libro La liebre dibujos de Eduardo Stupía.

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La liebre del desayuno

Veo una liebre esta mañana, no perseguida, no en fuga.

Una liebre al paseo de las formas, esbelta como ramo de endivias sobre porcelana blanca. Canta en una lengua que a poco comprendo, canta en italiano una melodía cierta una verdad musical como una fila de hormigas a las puertas de Santa Chiara. No advierte mi presencia detrás del vidrio la taza de té, el vapor ascendente, el pan cortado en dos mitades. Bajo la radio para mejor sentir la canción con esmero escucho que dice Gesuiti euclidei

Vestiti come dei bonzi per entrare a corte degli imperatori

Della dinastia Ming.

La liebre de la poesía

Lo advirtió Pablo de Tarso al afirmar que este mundo tal como lo vemos está sucediendo. Poesía eres tú pregunta la liebre a la luna del armario. Con un solo movimiento de cabeza niega y afirma mientras hace la mímica de una canción italiana que llega desde el combinado. Luz entre los postigos, música ligera, la imagen de la liebre se deforma en el bisel, su apariencia variable la vuelve una experta del escapismo. Al borde de la risa repite la pregunta.

Una corriente de aire. Se cierran las ventanas. La cinta corre prófuga. Rayas verticales en continuo. La liebre desaparece.

La liebre joven

La sombra echada a un lado apenas posa. Una mancha de liebre aun es liebre. Luz que parece provenir desde otra estancia; una ventana, afuera el sol, una puerta común, el mediodía.

La claridad derrama sobre el animal un cerco, su efecto rivaliza con el tema principal del cuadro borra la idea del entorno. Una casa, el taller, la ciudad donde nació Durero.

La liebre ocupa el centro de una idea musical en el espacio suspendida. El blanco concentrad­o en el flanco derecho justo sobre una pata, el ojo izquierdo oscurecido, vistos desde la perspectiv­a del modelo. ¿Es algo más que puro oficio? La mano del pintor ejecutó con maestría una partitura largamente estudiada. Liebre joven, una forma desplazada, no envanecida del autorretra­to.

La liebre de la teología

Parece hecha de piedra, es miga de pan.

¿Elude el ansia de quienes van hasta el andamio donde descifra los enigmas como si fuese el envés de la Esfinge?

Rígida calma simula, nieve disuelta en la gravedad. A los fieles que detienen su paso y mentan frases sobre el mal los expide como el último suspiro de un bonzo.

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