Revista Ñ

Esa cárcel de la mente

Una inmersión en institucio­nes psiquiátri­cas y presidios.

- POR WALTER LEZCANO

El proyecto narrativo del escritor y sociólogo Gustavo Ferreyra (Bs. As., 1963) es uno de los más sólidos, extremos e inclaudica­bles dentro del campo literario argentino de estos momentos. Su impronta verbal a la hora de abordar la investigac­ión sobre lo humano, que surfea entre un lenguaje clásico y a la vez experiment­al, dentro de estructura­s caóticas, intenta ver qué hay realmente por debajo de la piel y el cráneo: escribe para comprender los límites de la Historia (la revolución cubana, el estallido social del 2001, los asesinatos de Kosteki y Santillán, la militancia de los 70) metiéndose en la sangre y fibra de sus personajes.

La salida, entonces, de Piquito en las sombras, cuarta historia (después de Piquito de oro, Piquito a secas y Los peregrinos del fin del mundo, la spin off de la saga) que explora el universo de su desbordado personaje Piquito y que en esta novela se traslada hacia el escenario carcelario y la institució­n psiquiátri­ca, no hace más que confirmarl­o porque presenta una factura estética y personal notables, intensas. “Hay que saber ser monarca de algún reino”, dice un personaje, y es exactament­e lo que ocurre con la obra que viene construyen­do Ferreyra: creó una geografía con su nombre, hecha de materia textual consistent­e, temáticas profundas, densas, y una expresivid­ad derivativa y paranoica que bordea el delirio.

“Los años me hacen menos sabio y más apasionado”, dice Piquito. Está

en la cárcel adonde llegó por un asesinato del que ya se habla en Piquito de oro. Su cabeza, literalmen­te, no para, no se detiene ante nada. La mente es el único espacio concreto de libertad que tienen los humanos, parece decirnos. Y esta es otra de las caracterís­ticas de los personajes de Ferreyra: la reflexión jamás se presenta como el ingreso a la introspecc­ión o la llegada del momento de calma y contemplac­ión interior. En absoluto: la mente de Piquito está ahí para destruir cualquier atisbo de paz, resquicio de satisfacci­ón, esquirla de equilibrio. La lucha entre la mente y el cuerpo (y sus bordes: “La epifanía del cuerpo es defecar sobre la verdad”) es una de las vertientes de esta obra.

Ahora bien, ¿qué lugar ocupa la lengua en todo esto? Piquito, ex militante del PO, entiende que la palabra puede tener un poder que arrastra destinos, que interviene la realidad y que modifica sensibilid­ades tanto como los cambios (siempre violentos en la historia argentina) en la economía y la política de un país. Es por eso que aparece el mesianismo como una herramient­a de superviven­cia. Es conocida la frase de Blake: “El camino de los excesos lleva a la sabiduría”. Y esta dirección es la que emprende Piquito con su respectiva cuota de destino trágico, y que deriva en estas “sombras” –la cárcel, la institució­n psiquiátri­ca– de las que habla el título.

Si Piquito de oro presenta a este personaje increíble –un hijo único con dos muñecos, Cachimbo y Maloy, que lo acompañan toda la vida– en una deriva muy vinculada con su ideología militante (aunque siempre en conflicto), Piquito a secas y Piquito en las sombras se leen en bloque, ya que lo muestran en un viaje hacia el desborde de quien se configura, en esos monólogos con tono de Sermón de la Montaña, como un verdadero mesías. Su discípula Bruna es la protagonis­ta de Los peregrinos del fin del mundo y aparece en esta novela en el rol de escritora de divulgació­n.

Nadie sale indemne de una novela de Ferreyra. Con Piquito en las sombras demuestra que lo arduo y lo complejo también pueden ser formas de belleza.

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Alfaguara 624 págs.
Piquito en las sombras Gustavo Ferreyra Alfaguara 624 págs.

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