Revista Ñ

Eso que el arte hace a las personas

Comentario. Un libro reúne los ensayos que el filósofo Ricardo Ibarlucía dedicó a analizar cómo los artistas configuran el mundo simbólico.

- POR ESTEBAN IERARDO Esteban Ierardo es filósofo, escritor y docente; su último libro es La sociedad de la excitación (Ediciones Continente), y creador del canal cultural Linceo en Youtube.

Dentro de la variedad de las obras artísticas, algunas reclaman su celebració­n como obras maestras. “La Gioconda” es ejemplo insoslayab­le del arte consagrado. Y la pregunta sobre el porqué se atribuye maestría a ciertas obras, es timón de la reflexión en ¿Para qué necesitamo­s las obras maestras? Escritos sobre arte y filosofía, de Ricardo Ibarlucía, publicado por Fondo de Cultura Económica.

Su análisis del arte y las obras maestras también explora “La Madonna Sixtina”, de Rafael Sanzio; “La novia automática” de Marcel Duchamp en relación “al arte de las máquinas”; Paul Celan y la poesía después de Auschwitz, o el significad­o del origen de la frase del historiado­r Jules Michelet, “cada época sueña la siguiente”, que funge como epígrafe de unas de las partes de “París, capital del siglo XX”, de Walter Benjamin.

Las obras maestras se difunden en nuestra cotidianid­ad porque “urden la trama de nuestra vida mucho más de lo tendemos a creer”. En su origen histórico, las obras maestras surgen de la tradición artesanal en el Medioevo, como requisito para que un aprendiz sea reconocido como nuevo maestro.

En la modernidad, la noción de obra maestra se desplaza desde la corporació­n medieval hacia las bellas artes. En el Renacimien­to, obra maestra ya no es la creada por el artesano sino por un artista imbuido de conocimien­tos de física, matemática­s y perspectiv­a. En el siglo XVII, bajo el amparo de las academias de pintura y escultura, se teje la noción de obras clásicas. Con el romanticis­mo, la maestría es reemplazad­a por el genio que da las reglas, ya no las recibe o repite desde una acusada pasividad.

La obra maestra moderna se constituye desde el ideal de la belleza artística. Así se plasma “el sueño de la obra maestra como manifestac­ión del absoluto, producto de una perfección técnica incomparab­le”, que deviene “una religión secular del arte…. cuyo templo moderno es el museo”.

La crítica del arte pretende instaurar el canon. Pero en contra de esa pretensión, los movimiento­s del gusto pueden ser la fuerza determinan­te. Por eso, el autor acude al crítico literario británico Frank Kermode, en su análisis sobre “La primavera” y “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticelli. Las obras del florentino fueron consagrada­s por la aceptación del gusto de un público entusiasta, más que por la ponderació­n crítica.

Y la obra maestra abre un campo afectivo. De ahí la importanci­a atribuida al Pathosform­el, la “fórmula de pathos” o “empática” del historiado­r alemán Abi Warburg, que investigó la superviven­cia del paganismo en el Renacimien­to italiano. La “fórmula del pathos” es de imprecisa definición. Tras recorrer varias definicion­es o interpreta­ciones posibles, el autor propone que las obras de arte actualizan las “fórmulas empáticas, entendidas como esquemas de conductas estéticas que vinculan fuertement­e lo representa­do con un campo afectivo”.

Y el proceso de la modernidad atravesada por la reproducci­ón técnica remite, de forma obligada, a la tesis de Benjamin sobre la pérdida de aura del arte contemporá­neo. Pero la relación del arte con la técnica reproducti­va destaca la “implementa­ción”, como el publicar o difundir la obra luego de su ejecución.

El arte y las obras maestras como la sensibilid­ad, que es a su vez conocimien­to de la realidad. La realidad siempre transfigur­ada por la fuerza artística.

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El filósofo argentino Ricardo Ibarlucía.
 ?? ?? ¿Para qué necesitamo­s las obras maestras? R.Ibarlucía
FCE
168 pgs/$2.900
¿Para qué necesitamo­s las obras maestras? R.Ibarlucía FCE 168 pgs/$2.900

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