Sociología de lo vivido
¿Cómo tratar los temas culturales desde un medio masivo de comunicación, socializar el conocimiento con el lector de manera rigurosa y bella sin caer en la banalidad, el prejuicio de la Ilustración o el esoterismo? Hay voces en este país que aún explican la cultura como el espíritu conformador y se refugian alegremente en “las buenas artes” y “las buenas letras”. Otras voces hablan de la cultura como un orden social global, los valores y códigos compartidos por un grupo, una manera de pensar y de ser. También se oyen coros mínimos que siempre hablan de lo mismo, es decir, de sí mismos. Si todo es cultura y la cultura somos todos, ¿cómo transmitirla? Vaya desafío en estos tiempos vacilantes en los que se rehuye el debate, en los que sobreviven la concepción elitista de la producción restringida o la concepción neoliberal de la cultura a la que no le interesan asuntos tan críticos como la identidad y que reduce todo a un simple divertimento. ¿Cómo hacerlo sin caer en el aburrimiento que lleva destino de tacho de basura o rendirse al protocolo de lectura dictado por cofradías que hablan desde un lugar imposible, el Saber Absoluto? Estos son tiempos de incertidumbres, de procesos que han dejado de ser unívocos, que han perdido su vieja identidad ¿Es posible hacer hoy un periodismo cultural en el que los discursos no prevalezcan sobre los hechos, un periodismo capaz de registrar el cruce del saber especializado con el más espontáneo y difuso, transmitir los conocimientos y los gozos sin cortedad de oídos, crear un espacio para fomentar la estrecha relación que existe entre cultura, sociedad y persona? Hoy la gente vive en medio de un maremágnum informativo creado por la TV, Internet, las radios y los mismos diarios: La Gran Sociedad de la Información. ¿Se puede gestar allí un lugar de placer, debate y servicio, un sitio en el que haya más ventanas que espejos, una zona que acerque temas muchas veces complejos en forma inteligible a una masa de lectores de todo el país sin considerarlos sujetos inertes, cosificados en la relación con los productos culturales? Este es un país sitiado por una crisis socioeconómica, migraciones, fragmentaciones, nuevas formas culturales y fatigosas contradicciones ¿Cuál es, entonces, el compromiso que tienen los periodistas sino intentar discutir ese destino, asomarse a la ambigüedad, hacer recuentos con estilos, imágenes y diseños diferentes en un mundo cada vez más estandarizado y determinado por la cultura de masas que, irreversiblemente, compone una manera diferente de vivir la existencia? Una revista cultural puede ser un lugar privilegiado si funciona honestamente como puente entre los agentes culturales, las obras y esos lectores; sirve si su mirada es amplia y variada, si se abandona a la voluntad de escucha, si es capaz de registrar identidades colectivas, memorias y vanguardias, los fenómenos que no estaban ahí antes. ¿Cómo dar cuenta de los conocimientos acumulados sin los cuales las civilizaciones no existirían y, a la vez, leer los signos que están atravesando la época en términos culturales y estéticos, en clave de vida cotidiana, eso que se llama la “sociología de lo vivido”?
En este primer año, Ñ ha salido al cruce de esos interrogantes con más de 2.000 páginas de contenidos editoriales. Ustedes, los lectores, son los que tienen la última palabra y sabrán si esas preguntas han tenido buenas respuestas.