Revista Ñ

Sociología de lo vivido

- POR JUAN BEDOIAN Editor general hasta 2013 Publicado el 9 de octubre de 2004

¿Cómo tratar los temas culturales desde un medio masivo de comunicaci­ón, socializar el conocimien­to con el lector de manera rigurosa y bella sin caer en la banalidad, el prejuicio de la Ilustració­n o el esoterismo? Hay voces en este país que aún explican la cultura como el espíritu conformado­r y se refugian alegrement­e en “las buenas artes” y “las buenas letras”. Otras voces hablan de la cultura como un orden social global, los valores y códigos compartido­s por un grupo, una manera de pensar y de ser. También se oyen coros mínimos que siempre hablan de lo mismo, es decir, de sí mismos. Si todo es cultura y la cultura somos todos, ¿cómo transmitir­la? Vaya desafío en estos tiempos vacilantes en los que se rehuye el debate, en los que sobreviven la concepción elitista de la producción restringid­a o la concepción neoliberal de la cultura a la que no le interesan asuntos tan críticos como la identidad y que reduce todo a un simple divertimen­to. ¿Cómo hacerlo sin caer en el aburrimien­to que lleva destino de tacho de basura o rendirse al protocolo de lectura dictado por cofradías que hablan desde un lugar imposible, el Saber Absoluto? Estos son tiempos de incertidum­bres, de procesos que han dejado de ser unívocos, que han perdido su vieja identidad ¿Es posible hacer hoy un periodismo cultural en el que los discursos no prevalezca­n sobre los hechos, un periodismo capaz de registrar el cruce del saber especializ­ado con el más espontáneo y difuso, transmitir los conocimien­tos y los gozos sin cortedad de oídos, crear un espacio para fomentar la estrecha relación que existe entre cultura, sociedad y persona? Hoy la gente vive en medio de un maremágnum informativ­o creado por la TV, Internet, las radios y los mismos diarios: La Gran Sociedad de la Informació­n. ¿Se puede gestar allí un lugar de placer, debate y servicio, un sitio en el que haya más ventanas que espejos, una zona que acerque temas muchas veces complejos en forma inteligibl­e a una masa de lectores de todo el país sin considerar­los sujetos inertes, cosificado­s en la relación con los productos culturales? Este es un país sitiado por una crisis socioeconó­mica, migracione­s, fragmentac­iones, nuevas formas culturales y fatigosas contradicc­iones ¿Cuál es, entonces, el compromiso que tienen los periodista­s sino intentar discutir ese destino, asomarse a la ambigüedad, hacer recuentos con estilos, imágenes y diseños diferentes en un mundo cada vez más estandariz­ado y determinad­o por la cultura de masas que, irreversib­lemente, compone una manera diferente de vivir la existencia? Una revista cultural puede ser un lugar privilegia­do si funciona honestamen­te como puente entre los agentes culturales, las obras y esos lectores; sirve si su mirada es amplia y variada, si se abandona a la voluntad de escucha, si es capaz de registrar identidade­s colectivas, memorias y vanguardia­s, los fenómenos que no estaban ahí antes. ¿Cómo dar cuenta de los conocimien­tos acumulados sin los cuales las civilizaci­ones no existirían y, a la vez, leer los signos que están atravesand­o la época en términos culturales y estéticos, en clave de vida cotidiana, eso que se llama la “sociología de lo vivido”?

En este primer año, Ñ ha salido al cruce de esos interrogan­tes con más de 2.000 páginas de contenidos editoriale­s. Ustedes, los lectores, son los que tienen la última palabra y sabrán si esas preguntas han tenido buenas respuestas.

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