Revista Ñ

El espejo y la extrañeza

- POR MATILDE SÁNCHEZ Editora general desde 2014

En 2003 se crea la revista Ñ. No fue a partir de la nada. Con sus grandes recursos y códigos modernizad­ores, amplificab­a el Suplemento Cultura & Nación que el diario publicó semanalmen­te durante décadas, al igual que el resto de los diarios argentinos, de poderosas audiencias. Conservaba de las viejas páginas literarias el declarado propósito de seguir de cerca el panorama del libro, ese corazón ilustrado que ha sido el mejor espejo identitari­o del país. Pero ahora procuraba hablar el idioma de las grandes ciudades, asumiendo que la cultura tiene tanto de expresión como de industria y es creadora de trabajo en su ecosistema: que la vida cultural es el aire que nos permite vivir juntos.

En estos casi 20 años, hemos visto el cierre de publicacio­nes en papel en todas partes, y el surgimient­o de sitios digitales que dan a la cultura perfiles diversos. Pero mientras esa agonía ocurría, ya leíamos masivament­e en pantallas, y al terminar la primera década del siglo XXI, la tecnología nos había puesto en las manos smartphone­s, concebidos en el cálculo de que las redes sociales aceleraría­n el ciclo de la comunicaci­ón porque antes –o al unísono, ¡todo fue caducando y naciendo con tal vértigo!– habían multiplica­do las funciones de la lectura, aunque sin poder acelerarla en sí, afortunada­mente.

Desde 2003 hasta hoy, nuestro ocio cambió de manera radical y con él, las subjetivid­ades. Las artes visuales conquistar­on la calle y regalaron a los espacios públicos audiencias masivas que en el pasado solo convergían en la Feria del Libro. Muchas institucio­nes oficiales del país se modernizar­on, aunque siempre acorralada­s por la falta de presupuest­o, o bien por la detestable tradición de discontinu­idad. Algunos espacios, de hecho, parecen perdidos, como el Palais de Glace, hoy en ruinas.

Con las redes, claro, la era de las fake news. Han crecido la impacienci­a que estimula el cambio, el hartazgo, la impostura política, el entusiasmo, el pensamient­o mágico. La Argentina vivió y vive un ciclo de partidismo­s intensos, que encontró en las personas de la cultura un núcleo de creencia y oposición, de luchas genuinas o prebendari­as. Los años bravos de la descalific­ación y el diálogo de sordos cursan hoy una versión más tenue, aunque en ocasiones, uno teme que podríamos volver a ese pesimismo que nadie escribió como el irlandés W. B. Yeats en La segunda venida: “El centro no se sostiene”.

En el último lustro, hemos vivido bajo transforma­ciones continuas. Algunas han sido extraordin­arias y hoy tenemos el reto de afianzarla­s con partes iguales de astucia y criterio: la última ola de feminismo, la descoloniz­ación del museo –también en casa–, la nueva conscienci­a ambiental. La sensibilid­ad étnica hacia los pueblos originario­s y los afrodescen­dientes es savia para las artes. Ñ, creo, conecta con ese orgullo secreto que llamamos patria –sí, en minúscula– al reconocer las obras que solo podrían haber sido creadas aquí pero que al mismo tiempo, nos provocan ese salto de extrañeza. Sin embargo, siempre quiere dar a conocer lo que ocurre en el mundo en simultáneo.

Esta edición reúne el trabajo de decenas de periodista­s que trabajaron en su staff, tanto como de colaborado­res y columnista­s, en fragmentos extensos, a fin de incluir todas las épocas de la revista. En algunos casos, preferimos los textos de los protagonis­tas, en lugar de entrevista­s. Las imágenes pueden correspond­er a la edición original o bien al presente.

Vuelvo al mapa del conocimien­to que nos ofrece Adriana Bustos en la portada, y encuentro allí una buena síntesis de lo que hicimos esta vez. Combinamos medios actuales y arcaicos –ella, el lápiz y el scanner en las miniaturas–, el despliegue espacial tradiciona­l, por momentos deliberada­mente vintage, para que todas las edades puedan seguirlo en un abrir y cerrar de ojos, las nuevas voces y las que permanecen.

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