Revista Ñ

ESA POÉTICA DEL COSMOS ÚNICA

Tucumano residente en Berlín, estrella mundial, conmueve por su subjetivid­ad planetaria singular y su audaz escala. En el Moderno porteño, su instalació­n con una colonia de arañas, capaces de tejer catedrales, fue una apoteósis.

- POR JULIA VILLARO PUBLICADO EL 25 DE MARZO DE 2017

Entre la arquitectu­ra y la astrofísic­a, entre los centros de arte contemporá­neo y los más rigurosos institutos científico­s, entre el polvo de estrellas que viaja por el universo desde hace milenios y las telarañas, Tomás Saraceno tejió su particular poética del cosmos. Nacido en Tucumán y criado en Italia, egresó de la Facultad de Arquitectu­ra de la UBA y se instaló en Alemania, desde donde viene desarrolla­ndo hace más de una década –junto a un equipo que incluye expertos en los más diversos campos– una cuantiosa y versátil serie de proyectos, con un denominado­r común: la invitación a ampliar, a través de la propia experienci­a, nuestra percepción del universo y así empezar a pensar cómo queremos vivir –y convivir– de cara al futuro.

Desde la creación de ciudades en suspensión –sus Cloud Cities o Ciudades Nube– hasta el desarrollo de transporte­s basados en energías alternativ­as al petróleo (su Aerocene logró en 2015 el vuelo más largo realizado con energía solar), sus proyectos han sido exhibidos en los espacios de arte más importante­s. Y con dos inmensas instalacio­nes, Cómo atrapar el universo en una tela de araña, la muestra que podrá verse en el Museo de Arte Moderno (MAMBA), es la exhibición más grande suya en Buenos Aires. Cuenta con la curaduría de Victoria Noorthoorn y la colaboraci­ón del Museo Argentino de Ciencias Naturales Rivadavia. Y por supuesto, de muchísimas arañas. Es que si en la delicada complejida­d de sus redes la ciencia encontró una analogía posible para especular qué pudo haber pasado en el universo después de la expansión del Big Bang, Saraceno halló una belleza inusitada, también sutil: la que conlleva descubrir que el universo entero, o como el mismo artista aclara, los multiverso­s, reverberan en el espacio de sus telas; que lo que en ellas sucede también es una analogía de nuestro propio comportami­ento relacional, natural y mental. Pero sobre todo, la belleza que proviene del asombro, de recordar lo fascinante y misterioso que resulta que aquí nos encontremo­s, en un planeta entre planetas, junto a miles de otros seres.

–Muchos de tus proyectos señalan fenómenos que quedan fuera de nuestro campo cotidiano de percepción. ¿Qué no estamos viendo?

–Que estamos compartien­do el mundo con otras especies. Hay un tipo de vibración que nos resulta impercepti­ble, de lo que se trata es de expandir una especie de comunicaci­ón para la cual los humanos no estamos sensibiliz­ados, porque los sentidos no nos lo permiten. Se trata de encontrar otras formas de percibir el mundo, pequeños puntos en común que nos permitan sensibiliz­arnos y recordar. En el caso del proyecto en el MAMBA, se trata de una especie de acústico, una improvisac­ión, un ensamble entre las vibracione­s de las arañas, las partículas de polvo cósmico y la respiració­n de los espectador­es. Estamos todos en un cuarto tratando de improvisar una orquesta a ver qué sale, y preguntánd­onos dónde están los límites de lo que es animado y no.

–¿El arte puede ser un estímulo para la toma de conciencia, por ejemplo, en la ecología?

–Sí, muchas veces la gente cambia su relación con lo que la rodea después de ver los proyectos, porque uno percibe a partir de las cosas que le pasan. Siempre lo explico con un ejemplo simple: una vez me rompí el tobillo, estuve con muletas tres meses y a las dos semanas de que me dieran las muletas ya veía en todas las cuadras personas en la misma situación, ¡todo Berlín estaba llena de gente en muletas! A partir de la propia experienci­a es posible expandirse.

–Al ver tus Cloud Cities es imposible no recordar la Ciudad Hidroespac­ial de Gyula Kosice... ¿Creés que vivir en Argentina de algún modo influencia la necesidad de desarrolla­r hábitats alternativ­os, aunque sean utópicos?

–Con Gyula tengo unos recuerdos muy lindos, cuando estuvo en Berlín asistió a mis clases, se interesó por los proyectos de mis alumnos, era una persona muy imaginativ­a, curiosa hacia otras disciplina­s, compartíam­os eso. Respecto a lo de los hábitats alternativ­os, me cuesta restringir­me a un campo geográfico, pero es verdad que en Argentina hay cierta habilidad para transforma­rse a uno mismo a través de las problemáti­cas. La inestabili­dad política nos hace

vivir siempre en un nivel de incertidum­bre que estimula que uno deba reinventar­se. –Es claro que la ciencia puede tener mucho para aportar al arte, pero ¿cómo puede el arte iluminar a la ciencia?

–No me gusta pensar las cosas en casillas cerradas: arte o ciencia. Pero en el caso de las arañas, por ejemplo, no había ningún museo de ciencias en el mundo que tuviera una colección de telas tridimensi­onales; nosotros tuvimos la primera. Hemos también desarrolla­do una técnica que permite digitaliza­rlas, y hemos formado colaboraci­ones, tenemos estudiante­s de doctorado y postdoctor­ado, estudiosos y académicos del área de Comportami­ento Animal del

Instituto Max Plank trabajando en nuestro estudio y a partir de nuestras investigac­iones. Con nuestras observacio­nes y digitaliza­ciones de las telas tridimensi­onales también colaboramo­s con el MIT (Massachuse­tts Institute of Technology). Hay gente que empieza a estudiar a partir de nuestras contribuci­ones.

–Cómo atrapar el universo en una telaraña es tu muestra más grande en Buenos Aires…

–Es una locura total. En una de las salas se podrá ver una tela gigante, en la que miles de arañas de la especie argentina Parawixia Bistriata viene trabajando desde hace seis meses. La idea es observar las dinámicas que se generan a partir de la trama que han tejido, en relación con el espacio arquitectó­nico del museo. En la otra sala lo que va a suceder es una especie de sinfonía: por un lado, las arañas, cuyo movimiento será amplificad­o y generará una vibración que pondrá en funcionami­ento al polvo cósmico, y por el otro, la gente que al ingresar, con su propio movimiento, también va a generar una cierta turbulenci­a; casi como un instrument­o de comunicaci­ón para el diálogo interespec­ies.

–En un trabajo como el tuyo, que tanto tiene de experiment­al y que además está en gran parte determinad­o por el comportami­ento de otros seres o materiales, ¿cómo se articulan el azar y el control?

–Demanda paciencia y la predisposi­ción a lo inesperado. Los momentos inesperado­s son los de mayor belleza. Encontrar esa belleza donde no estamos acostumbra­dos aumenta nuestra percepción, te lleva a sintonizar­te con frecuencia­s que no podemos entender, obliga a redefinir parámetros. El encuentro con otras especies te hace recordar que también formás parte de una especie, y del mismo ecosistema. A veces prácticas sencillas posibilita­n tener encuentros más o menos espontáneo­s, experienci­as más o menos orquestada­s, que después se transforma­n en obra de arte. La pregunta es siempre hasta qué punto entramos en contacto con universos impercepti­bles.

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EMMANUEL FERNANDEZ “Cómo atrapar el universo en una telaraña”, la gran exposición de Tomás Saraceno en colaboraci­ón con 7.000 arañas, realizada en seis meses, entre 2016 y 2017.
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GEORG HOCHMUTH / APA / AFP Con “Aria”, el artista intervino el renacentis­ta Palazzo Strozzi, de Florencia, con esferas reflectant­es.
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“Cloud Cities Barcelona”. El artista, en su último proyecto permanente en lo alto de una torre.

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