ESA POÉTICA DEL COSMOS ÚNICA
Tucumano residente en Berlín, estrella mundial, conmueve por su subjetividad planetaria singular y su audaz escala. En el Moderno porteño, su instalación con una colonia de arañas, capaces de tejer catedrales, fue una apoteósis.
Entre la arquitectura y la astrofísica, entre los centros de arte contemporáneo y los más rigurosos institutos científicos, entre el polvo de estrellas que viaja por el universo desde hace milenios y las telarañas, Tomás Saraceno tejió su particular poética del cosmos. Nacido en Tucumán y criado en Italia, egresó de la Facultad de Arquitectura de la UBA y se instaló en Alemania, desde donde viene desarrollando hace más de una década –junto a un equipo que incluye expertos en los más diversos campos– una cuantiosa y versátil serie de proyectos, con un denominador común: la invitación a ampliar, a través de la propia experiencia, nuestra percepción del universo y así empezar a pensar cómo queremos vivir –y convivir– de cara al futuro.
Desde la creación de ciudades en suspensión –sus Cloud Cities o Ciudades Nube– hasta el desarrollo de transportes basados en energías alternativas al petróleo (su Aerocene logró en 2015 el vuelo más largo realizado con energía solar), sus proyectos han sido exhibidos en los espacios de arte más importantes. Y con dos inmensas instalaciones, Cómo atrapar el universo en una tela de araña, la muestra que podrá verse en el Museo de Arte Moderno (MAMBA), es la exhibición más grande suya en Buenos Aires. Cuenta con la curaduría de Victoria Noorthoorn y la colaboración del Museo Argentino de Ciencias Naturales Rivadavia. Y por supuesto, de muchísimas arañas. Es que si en la delicada complejidad de sus redes la ciencia encontró una analogía posible para especular qué pudo haber pasado en el universo después de la expansión del Big Bang, Saraceno halló una belleza inusitada, también sutil: la que conlleva descubrir que el universo entero, o como el mismo artista aclara, los multiversos, reverberan en el espacio de sus telas; que lo que en ellas sucede también es una analogía de nuestro propio comportamiento relacional, natural y mental. Pero sobre todo, la belleza que proviene del asombro, de recordar lo fascinante y misterioso que resulta que aquí nos encontremos, en un planeta entre planetas, junto a miles de otros seres.
–Muchos de tus proyectos señalan fenómenos que quedan fuera de nuestro campo cotidiano de percepción. ¿Qué no estamos viendo?
–Que estamos compartiendo el mundo con otras especies. Hay un tipo de vibración que nos resulta imperceptible, de lo que se trata es de expandir una especie de comunicación para la cual los humanos no estamos sensibilizados, porque los sentidos no nos lo permiten. Se trata de encontrar otras formas de percibir el mundo, pequeños puntos en común que nos permitan sensibilizarnos y recordar. En el caso del proyecto en el MAMBA, se trata de una especie de acústico, una improvisación, un ensamble entre las vibraciones de las arañas, las partículas de polvo cósmico y la respiración de los espectadores. Estamos todos en un cuarto tratando de improvisar una orquesta a ver qué sale, y preguntándonos dónde están los límites de lo que es animado y no.
–¿El arte puede ser un estímulo para la toma de conciencia, por ejemplo, en la ecología?
–Sí, muchas veces la gente cambia su relación con lo que la rodea después de ver los proyectos, porque uno percibe a partir de las cosas que le pasan. Siempre lo explico con un ejemplo simple: una vez me rompí el tobillo, estuve con muletas tres meses y a las dos semanas de que me dieran las muletas ya veía en todas las cuadras personas en la misma situación, ¡todo Berlín estaba llena de gente en muletas! A partir de la propia experiencia es posible expandirse.
–Al ver tus Cloud Cities es imposible no recordar la Ciudad Hidroespacial de Gyula Kosice... ¿Creés que vivir en Argentina de algún modo influencia la necesidad de desarrollar hábitats alternativos, aunque sean utópicos?
–Con Gyula tengo unos recuerdos muy lindos, cuando estuvo en Berlín asistió a mis clases, se interesó por los proyectos de mis alumnos, era una persona muy imaginativa, curiosa hacia otras disciplinas, compartíamos eso. Respecto a lo de los hábitats alternativos, me cuesta restringirme a un campo geográfico, pero es verdad que en Argentina hay cierta habilidad para transformarse a uno mismo a través de las problemáticas. La inestabilidad política nos hace
vivir siempre en un nivel de incertidumbre que estimula que uno deba reinventarse. –Es claro que la ciencia puede tener mucho para aportar al arte, pero ¿cómo puede el arte iluminar a la ciencia?
–No me gusta pensar las cosas en casillas cerradas: arte o ciencia. Pero en el caso de las arañas, por ejemplo, no había ningún museo de ciencias en el mundo que tuviera una colección de telas tridimensionales; nosotros tuvimos la primera. Hemos también desarrollado una técnica que permite digitalizarlas, y hemos formado colaboraciones, tenemos estudiantes de doctorado y postdoctorado, estudiosos y académicos del área de Comportamiento Animal del
Instituto Max Plank trabajando en nuestro estudio y a partir de nuestras investigaciones. Con nuestras observaciones y digitalizaciones de las telas tridimensionales también colaboramos con el MIT (Massachusetts Institute of Technology). Hay gente que empieza a estudiar a partir de nuestras contribuciones.
–Cómo atrapar el universo en una telaraña es tu muestra más grande en Buenos Aires…
–Es una locura total. En una de las salas se podrá ver una tela gigante, en la que miles de arañas de la especie argentina Parawixia Bistriata viene trabajando desde hace seis meses. La idea es observar las dinámicas que se generan a partir de la trama que han tejido, en relación con el espacio arquitectónico del museo. En la otra sala lo que va a suceder es una especie de sinfonía: por un lado, las arañas, cuyo movimiento será amplificado y generará una vibración que pondrá en funcionamiento al polvo cósmico, y por el otro, la gente que al ingresar, con su propio movimiento, también va a generar una cierta turbulencia; casi como un instrumento de comunicación para el diálogo interespecies.
–En un trabajo como el tuyo, que tanto tiene de experimental y que además está en gran parte determinado por el comportamiento de otros seres o materiales, ¿cómo se articulan el azar y el control?
–Demanda paciencia y la predisposición a lo inesperado. Los momentos inesperados son los de mayor belleza. Encontrar esa belleza donde no estamos acostumbrados aumenta nuestra percepción, te lleva a sintonizarte con frecuencias que no podemos entender, obliga a redefinir parámetros. El encuentro con otras especies te hace recordar que también formás parte de una especie, y del mismo ecosistema. A veces prácticas sencillas posibilitan tener encuentros más o menos espontáneos, experiencias más o menos orquestadas, que después se transforman en obra de arte. La pregunta es siempre hasta qué punto entramos en contacto con universos imperceptibles.