EL MAGO DEL OBELISCO Y DE OTROS ESPEJISMOS
Al inaugurar en el Malba su primera antológica en América, reflexionó sobre su obra, que pone en duda la percepción de lo cotidiano. La muestra se convirtió en la más vista en las dos décadas del museo.
Quizá porque regresó de China unas pocas horas antes, Leandro Erlich tiene en su vestimenta un toque oriental —la gorra, el calzado, los pantalones— y la mirada algo cansada por las treinta horas de vuelo. Hace años que exhibe su trabajo en Asia. Y su agenda en la Argentina está apretada: cerró, en Córdoba, su exposición Real; inauguró Próximamente, con pinturas —totalmente inusual— en Ruth Benzacar; y trabaja en el Malba en el montaje de Liminal, su primera antológica en América, que reúne 21 instalaciones producidas desde 1996, seleccionadas por el estadounidense Dan Cameron. La elección del título es el tema de la primera pregunta: -Lo sugirió el curador. Jugábamos alrededor de conceptos, uno era umbral, y apareció liminal, un estado de anticipación frente a algo y de límite frente a otra cosa, un intermedio, un lugar que en general uno interpreta que es una transición.
–¿Reconocés en tu trayectoria un momento en que tu trabajo se convirtió en lo que es hoy?
–Sí, el proyecto del Obelisco, no el de 2015 sino en el ‘93 o ‘94: construir en La Boca un Obelisco, una réplica de tamaño real en acero. Significaba duplicar un ícono que —por esa condición— tiene que ser indivisible. Entonces, hay una acción de quiebre sobre un orden que tiene que ver con la cultura, con la representación. La idea era desplazar el centro hacia la periferia. El material tenía que ver con el puerto. Terminó siendo una utopía. Desde lo conceptual, es bastante liminal. Puede haber sido una instancia de tránsito importante hacia una obra que se transformó en puramente conceptual.
–No tenía nada de lo que hoy es habitual, la ilusión.
–Sí. Hay dos cosas: aquellos elementos ópticos que simulan en el caso de “La pileta” que está llena de agua o un edificio que se puede aparentemente escalar, y después hay muchas obras —quizá la mayoría— en las que no hay un truco en el ojo. Yo siento que esa trampa al ojo en general en mis obras es un punto a partir del cual pasa otra cosa que tiene que ver más con un concepto. Y entre estos dos potenciales obeliscos, mirado a la distancia, no había un espejo, pero estaba la duplicidad, la presencia de otra cosa que no es exactamente el reflejo de lo otro y que pone en aprietos y modifica a lo otro.
–¿Es importante la emoción? Tu trabajo parte siempre de una idea y espera generar otra idea en el espectador.
–Las emociones también están en el cerebro. Lo que pasa es que hay diferentes tipos de emociones.
–Claro, emoción puede ser sorpresa, risa. La gente se divierte con tus obras.
–Sí, la emoción es esencial. Lo que no nos emociona no nos modifica. Creo que las que despierta mi obra tienen que ver con la sorpresa pero también con el reconocimiento, no hay un truco que te engaña y te deja confundido. Quizá algo de eso sea lo que hace que a la gente le guste o participe...
–... más allá de que esté o no habituada al arte contemporáneo.
–Exacto.
–Mi impresión es que tu obra produce una sorpresa inicial, pero enseguida ves el truco y eso genera un nuevo interés, y cierta complicidad.
–Totalmente, me gusta esa idea de complicidad. En el Obelisco tapado, nos transformó ver que la punta no estaba. ¿Y cómo no estaba? Nos movilizó desde la sorpresa. Se materializó de esa forma, pero también se trata del vínculo de un monumento con la gente... Muchas ciudades tienen íconos a los que la gente puede acceder. Al Obelisco no se puede. Entonces, bajar la punta — por eso, ese proyecto se llamó La democracia del símbolo— era dar acceso a la gente a lo que antes no lo tenía.
–Tu trabajo pone en cuestión la percepción y ciertas certezas sobre la realidad. En Argentina las certezas están últimamente muy arraigadas, todo el mundo tiene ideas de las que no se mueve y va al choque. ¿Cómo juega este apego a la certeza con una obra que plantea permanentemente la duda?
–Creo que, al contrario, hay una enorme falta de certezas en la Argentina. Y creo que eso nos lleva a estados muy caóticos y de mucha angustia y, a veces, a asumir ciertas posiciones... Lo que describís, me parece, son más posiciones que certezas. Y esa posición es muy neurótica, estructurada en una gran incertidumbre. Es fulera esa parte. Creo que esto que planteamos va más allá de lo político y lo social, es como existencial. Nos estructuramos en la incertidumbre y tomamos posición.