BOLTANSKI, BRUMAS DE LA MEMORIA
Muntref. Con tres instalaciones iniciales en 2012, el genial artista francés participó del germen de Bienalsur, la iniciativa surgida luego en Untref, con auspicio de Ñ.
La obra de Christian Boltanski en Buenos Aires se reparte en cuatro sitios: el Museo de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) en Caseros, el antiguo Hotel de Inmigrantes en la Dirección de Migraciones, el Centro Nacional de la Música (antigua Biblioteca Nacional de la calle México) y Tecnópolis. El artista francés llega al público argentino con un conjunto de trabajos que habilitan una lectura bastante abarcadora de su producción, más allá de los altares intimistas con fotografías de desconocidos, cajas de hojalata, ropas usadas y melancólicas luces artificiales que lo identificaron desde principios de los años ‘80 y tantos ecos tuvieron en la producción del arte local.
Ya en 1999 una obra suya —el “Granero del Castillo”—en colaboración con Anette Messager para la colección del Castillo Rochechouart, se presentó en el Museo de Arte Moderno de Buenos. Aquel trabajo ya daba cuenta del carácter escenográfico que asumen sus intervenciones de sitio específico.
Punto culminante de su carrera en este sentido fue Personne, la intervención que realizó en 2010 en el Grand Palais de París. Gigantesca acumulación de ropas usadas. La enorme nave central del edificio de hierro y vidrio fue enteramente ocupada por montañas de viejas polleras, pantalones, zapatos, sacos y camperas que eran recogidos por una gran grúa que los acomodaba y reemplazaba con mecánica eficiencia. En el video de esa obra que se proyecta ahora en el Museo de la UNTREF, el artista refiere al aparato como una suerte de gran “dedo indiferente de Dios”.
Resultaba imposible no asociar esa escena a la historia de desapariciones masivas que han marcado la historia del siglo XX.
La muerte y el vacío constituyen una de las claves en este artista. Durante mucho tiempo su obra fue casi exclusivamente asociada a la memoria del Holocausto.
Allí, podría decirse, se encuentra la matriz de la iconografía que recrea en distintas obras adaptada al espacio del Muntref. Un total de nueve, nacidas casi todas de una inquietud autorreferencial —como Mon coeur y Le 6 septembre, que alude a su día de nacimiento— pero proyectadas en sentido universal. Lo que le otorga singularidad a la presencia de Boltanski, sin duda, tiene que ver con las intervenciones en el Hotel de Inmigrantes y la ex Biblioteca. En ambas, la sombra, la medialuz y la potencia del vacío han sido instrumentos para reflexionar sobre el devenir y la bruma de la memoria. Estrategias que expresan una posición filosófica frente al pasado.
“Un artista debe formular preguntas y proponer emociones”, dice Boltanski, apartándose de cualquier certeza. El Hotel es sin duda un espacio cargado de evocaciones. Su impronta decimonónica de edificio sanitario, con grandes pasillos y salas con azulejos blancos, constituye una escena formidable para ese ejercicio combinado de preguntas y emociones. No resulta extraño que este artista, que se presenta como filósofo, pintor o regisseur, pero cada vez más como esto último, lo haya elegido entre varias opciones que contemplaron a la ex ESMA.
En ese espacio recreó una suerte de túnel en penumbra para que el visitante se desplace silenciosamente hacia distintos escenarios. Sólo acompañado por voces que susurran nombres, edad, ocupación y fecha de llegada al país en distintos idiomas. Datos que surgieron de los archivos del Museo. Por años abandonado y casi en ruinas, la ocasión le ha sido propicia para que se anuncie que esta institución volverá a funcionar a cargo de la UNTREF.
Hace dos años esta universidad y su museo encararon el ambicioso proyecto Boltanski en Buenos Aires, que fue comandado por Diana Weschler.
Flying books es un homenaje a Borges en el mismo lugar donde trabajó durante años como su director. Suerte de cruce entre lo que el artista llama “pequeña memoria”, que es la que reconstruimos a partir de los pequeños hechos cotidianos, y “gran memoria”, que contienen los libros. Seiscientos fueron suspendidos en el centro de la antigua Biblioteca, ante sus anaqueles vacíos. Se suponía que un sonido de hojas amplificado, completaba la experiencia, pero al menos en los primeros días, no se oyó.
En tanto, Tecnópolis acompañó desde un stand, sumándose con otro proyecto, Archivos del corazón, que registra latidos que se van sumando a un archivo mayor radicado en la isla D’Ejima, en el sur de Japón.
Boltanski trabaja con los rastros y el olvido; lo que quedará de nosotros. Reclama en su obra una experiencia cercana a lo religioso. Y más que moderna o contemporánea, la define como humana. Así, en el uso que hace de fotos que nunca tomó, archivos, la luz o los objetos en desuso rescata el poder evocador. Pero aclara que en lo esencial no modifican la experiencia del arte, que debiera estar próxima a la vida.