Zarandeos de la intemperie
Con su tono paródico magistral, miró el filo dramático de la crisis. Su obra se ofreció en Maman Fine Arts y luego, en una retrospectiva en el Malba.
Tal vez por el entusiasmo que siempre tuvo por la naturaleza, el campo y los horizontes inabarcables, Pablo Suárez necesitó un buen día mudarse a Colonia, Uruguay. Y desde esa perspectiva, razonablemente distante, contemplar el acontecer en este lado del Río de un modo prudente. Un modo a la vez burlón y descarnado, que le pertenece, pero que acentúa, cada vez más, su natural conmiseración por esos seres que se ven empujados más allá de los márgenes.
La muestra que abrió la temporada de la galería Daniel Maman reitera su visión paródica de las situaciones límite. La misma que plasmó con agudeza en Exclusión, la emblemática obra de los ‘90 que forma parte de la colección del Malba.
Apenas templada por ese tono caricaturesco que maneja como un bisturí, articula en sucesivas escenas una narrativa de la vida a la intemperie.
Agudo lector, este artista que se ha resuelto a escribir en los últimos meses, ha explorado como pocos los vínculos entre un relato y la imagen capaz de condensarlo en un momento. “Siempre me gustó Salinger”, dice, al evocar un fragmento de la novela Franny and Zooey. El chico está en la bañadera y mira unos frascos mientras escucha “las recomendaciones insoportables de su madre”, señala y se detiene en el punto en que se mezclan el plano visual y el narrativo.
Descalificado por el arte moderno, lo narrativo fue por mucho tiempo tabú en las artes visuales del siglo XX. Suárez, sin embargo, nunca reparó demasiado en esa interdicción. Más bien la ha desafiado, apoyándose en la tradición del Berni de Juanito y la Ramona Montiel, para construir una obra que, como pocas, refleja la debacle argentina, desde el lugar de sus personajes más débiles.
La muestra se presenta como una sucesión de escenas que recuerda los antiguos pasos religiosos, aquellas composiciones teatrales cuya intención era despertar en los fieles un sentimiento de piedad. Perodenuncian un estado de cosas en el que no hay lugar para ella.
No es casual que el artista convierta a El mendigo en una de las imágenes centrales. Su pose grandilocuente, remite al protagonismo que los mendigos tuvieron en la pintura y la literatura española del siglo XVII, pero fundamentalmente repara en la teatralidad que ese oficio demanda en el presente.
Su mendigo contemporáneo se presenta totalmente desnudo. Confinado al máximo despojo. “Quise hacer un mendigo porque me parecía interesante poner en escena esa generalización de la mendicidad. Aquello que dejó de ser una excepción para convertirse en regla”, dice.
Consciente de que en la tradición argentina la visión más aguda de la realidad fue aportada por la caricatura, Suárez se vale de sus recursos. Elige los aspectos más contundentes de lo que quiere contar y, como haría Salinger, funde lo narrativo y lo visual con un particular manejo de la forma y la materia, siempre a punto de desbordar.