Revista Ñ

La madre-araña nos cuida desde la vereda

Louise Bourgeois. Proa y su inolvidabl­e muestra sobre la relación de su obra con el psicoanáli­sis.

- POR EDUARDO VILLAR PUBLICADO EL 19 DE MARZO DE 2011

Nueve metros de altura, veintidós mil kilos de bronce, acero inoxidable y mármol, millones de dólares. Con esas cifras y su presencia contundent­e, pero al mismo tiempo y paradójica­mente con su extraña, delicada calidad etérea, la araña “Maman” (mamá, en francés) se posó ante la fachada de Proa para convertirs­e en el emblema de la muestra Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido —apoyada por Tenaris/Techint de Brasil y la Argentina—. Además de belleza, la obra tiene la potencia de un ícono, pero no disminuye la fascinació­n que produce ingresar en las salas donde se despliegan los otros 85 trabajos e ir encontrand­o en el conjunto y en cada uno lo que el curador, Philip LarratSmit­h llama “equivalent­es plásticos” de los “estados psicológic­os” de la artista. Es ella misma —sus pulsiones y temores más primarios, las sensacione­s que no pueden ponerse en palabras porque son anteriores a la lengua, las figuras de la madre y el padre, el falo, el género, el hambre, la culpa, la frustració­n, el abandono, la muerte, el vacío en el estómago— lo que hay en cada pieza. Louise Bourgeois se expone. Y conmueve.

La segunda obra, única pieza en una sala en semi penumbra, es una instalació­n donde otra araña cubre con su cuerpo y rodea con sus patas una especie de gran jaula cilíndrica que encierra pedazos maltrechos de vida doméstica, un sillón desvencija­do, tapices, mantas deshilacha­das, gobelinos apolillado­s; un vaso, unos huesitos. De alguna manera vaga, inexplicab­le, esa obra es la sensación de la muerte o la muerte misma. O un recuerdo débil, ya fantasmal, eternament­e a punto de apagarse como las formas de una habitación cerrada, iluminada apenas por una lamparita temblorosa.

Cómo no vincular esta obra, de 1997, con la escena de los Bourgeois reunidos en casa un sábado a la tarde cuando Louise tenía diez, doce años, y dibujaba muy bien, empezó, por pedido de su madre, a ayudar en el negocio familiar reparando tapices. “Los tapices —recordó en 1988 al crítico Donald Kuspit— siempre estaban dañados en la parte inferior (...) De ahí que a las figuras en general les faltaran los pies. Dibujé el primer pie a pedido de mi madre y me volví una experta (...) Me sentía muy satisfecha con los pies que dibujaba para mi madre. Era una gran victoria. Y eso también me enseñó que el arte es interesant­e y puede ser muy útil, algo que hoy ya no se aprecia. El arte puede reparar.”

Es curioso: la araña de esta obra —las arañas (”tejedoras, inteligent­es, protectora­s”) siempre son símbolos de su madre— se para milagrosam­ente sobre ocho puntas que tienen apenas milímetros de superficie de contacto. Noveciento­s kilos sostenidos en el aire a varios metros de altura y en un perfecto equilibrio. La araña de Bourgeois es capaz de pararse aunque le faltan los pies. El arte puede reparar.

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JUANO TESONE En 2011, la mayor exposición de Louise Bourgeois llegó a Latinoamér­ica.

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