La madre-araña nos cuida desde la vereda
Louise Bourgeois. Proa y su inolvidable muestra sobre la relación de su obra con el psicoanálisis.
Nueve metros de altura, veintidós mil kilos de bronce, acero inoxidable y mármol, millones de dólares. Con esas cifras y su presencia contundente, pero al mismo tiempo y paradójicamente con su extraña, delicada calidad etérea, la araña “Maman” (mamá, en francés) se posó ante la fachada de Proa para convertirse en el emblema de la muestra Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido —apoyada por Tenaris/Techint de Brasil y la Argentina—. Además de belleza, la obra tiene la potencia de un ícono, pero no disminuye la fascinación que produce ingresar en las salas donde se despliegan los otros 85 trabajos e ir encontrando en el conjunto y en cada uno lo que el curador, Philip LarratSmith llama “equivalentes plásticos” de los “estados psicológicos” de la artista. Es ella misma —sus pulsiones y temores más primarios, las sensaciones que no pueden ponerse en palabras porque son anteriores a la lengua, las figuras de la madre y el padre, el falo, el género, el hambre, la culpa, la frustración, el abandono, la muerte, el vacío en el estómago— lo que hay en cada pieza. Louise Bourgeois se expone. Y conmueve.
La segunda obra, única pieza en una sala en semi penumbra, es una instalación donde otra araña cubre con su cuerpo y rodea con sus patas una especie de gran jaula cilíndrica que encierra pedazos maltrechos de vida doméstica, un sillón desvencijado, tapices, mantas deshilachadas, gobelinos apolillados; un vaso, unos huesitos. De alguna manera vaga, inexplicable, esa obra es la sensación de la muerte o la muerte misma. O un recuerdo débil, ya fantasmal, eternamente a punto de apagarse como las formas de una habitación cerrada, iluminada apenas por una lamparita temblorosa.
Cómo no vincular esta obra, de 1997, con la escena de los Bourgeois reunidos en casa un sábado a la tarde cuando Louise tenía diez, doce años, y dibujaba muy bien, empezó, por pedido de su madre, a ayudar en el negocio familiar reparando tapices. “Los tapices —recordó en 1988 al crítico Donald Kuspit— siempre estaban dañados en la parte inferior (...) De ahí que a las figuras en general les faltaran los pies. Dibujé el primer pie a pedido de mi madre y me volví una experta (...) Me sentía muy satisfecha con los pies que dibujaba para mi madre. Era una gran victoria. Y eso también me enseñó que el arte es interesante y puede ser muy útil, algo que hoy ya no se aprecia. El arte puede reparar.”
Es curioso: la araña de esta obra —las arañas (”tejedoras, inteligentes, protectoras”) siempre son símbolos de su madre— se para milagrosamente sobre ocho puntas que tienen apenas milímetros de superficie de contacto. Novecientos kilos sostenidos en el aire a varios metros de altura y en un perfecto equilibrio. La araña de Bourgeois es capaz de pararse aunque le faltan los pies. El arte puede reparar.