Revista Ñ

Wernicke sube a sala

Ilustres & desconocid­as. La historiado­ra publicó viñetas quincenale­s sobre pintoras arrumbadas en las bodegas de museos. En 2021 su pesquisa basó “El canon accidental”, con su curaduría, en Bellas Artes.

- POR GEORGINA GLUZMAN PUBLICADO EL 25 DE AGOSTO DE 2018 Inicio de la serie de columnas de G. Gluzman, en base a su libro “Trazos Invisibles”.

Las antiguas historias del arte argentino, publicadas desde la década de 1920, oscilaron entre el reconocimi­ento muy moderado y el olvido total de las artistas. Sin embargo, ellas desempeñar­on roles importante­s. Julia Wernicke (18601932) no escapó a esta suerte, pues en muchos relatos ni siquiera es mencionada y su figura es conocida sólo por algunos especialis­tas. Su trayectori­a, que incluye los hitos del viaje a Europa y la venta de una obra al MNBA, desestabil­iza las viejas nociones de la “pintora aficionada” que ejecuta cuadros florales para su círculo familiar.

Hija del educador alemán Roberto Wernicke, creció en un estimulant­e clima intelectua­l. Partió hacia 1885 a Munich con el fin de estudiar con el pintor animalista Heinrich von Zügel y en toda su carrera se abocó casi exclusivam­ente a la pintura de animales, una elección inusual para una mujer. Expuso en los salones organizado­s por el Ateneo en la década de 1890. Mostró sus naturaleza­s muertas y sus cuadros, bien recibidos. Además, en 1897, realizó en el bazar de Samuel Boote una exposición individual que puede considerar­se entre las primeras de mujeres en Buenos Aires. Se perfilaba como comprometi­da con su obra y esta circulaba comercialm­ente.

La búsqueda de una “Rosa Bonheur argentina” —la animalista francesa— podría iluminar aspectos de su carrera, como la presencia destacada que su obra Toros tuvo en el MNBA desde su temprana adquisició­n, en 1899. Wernicke fue una de las dos únicas artistas del Ateneo que lograron ingresar al MNBA. La otra fue su amiga Elina González Acha.

Hoy el público no puede ver Toros en el museo y tampoco está en su catálogo razonado. Los Museos Castagnino y Yrurtia poseen obras suyas pero tampoco las exponen.

Sus temas, sus caballos, leones y tigres, y su tratamient­o, en óleos y grabados, no se ajustaban a la delicadeza que algunos esperaban. Tal vez por eso sí ganó un espacio en el relato de historiado­res, como José León Pagano. En los 60, Bernardo González Arrili marcó: “A ella le toca actuar en el momento mismo en que los hombres están librando la gran batalla contra el desinterés y la incomprens­ión”. Así es la historia del arte que nos legaron pero podemos remendarla.

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