Revista Ñ

LA PLATA, USINA DEL ARTE CALLEJERO

Con sus diez mil murales, la capital bonaerense se convirtió en su foro. Espacios abandonado­s, legalidad y protesta son las coordenada­s. El artista Falopapas pintó en vivo en nuestro stand de la Feria del Libro.

- POR JULIA VILLARO PUBLICADO EL 10 DE FEBRERO DE 2018

Ellos tienen los medios, nosotros las paredes”. La leyenda explica una situación que, con el paso de los años, se ha vuelto la referencia contemporá­nea de la tradiciona­l “ciudad de las diagonales”. Entre murales y pintadas, alrededor de diez mil graffiti se despliegan por sus paredes. A diferencia de otras ciudades, de Miami o Bogotá, donde existen barrios enteros de muros entregados a las imágenes, no hay ningún programa, sensibilid­ad particular, ni intención. Pero si acá el graffiti crece silvestre es porque existe un sustrato favorable: a cientos de jóvenes que llegan cada año a estudiar en la universida­d (muchos son autores) se suma un número significat­ivo de espacios abandonado­s. Y el recuerdo amargo de la inundación de 2013 –signado por la pérdida y el ocultamien­to– podría ser otro tipo de aliciente: llenas de amor y de rabia, podrían pensarse estas paredes como una herida.

¿Pero permanece algo todavía del espíritu punk que asomaba en la génesis del movimiento grafitero en la Europa de los ‘80, o del ejercicio de afirmación y destreza que implicaba para los jóvenes del Bronx, en esos mismos días, escribir frases en los vagones dormidos de trenes y subterráne­os? En constante crecimient­o en la última década, esos graffiti han motivado dos publicacio­nes bien documentad­as que repasan el fenómeno desde diversos ángulos. Dos fueron incluidos en la recopilaci­ón Arte urbano de los cinco continente­s, del alemán Nicholas Ganz. En 2012 artistas locales participar­on del festival Zigzag, con más de 260 grafiteros de América y Europa. También se abrió un centro cultural, La rosa china, cuyas paredes están intervenid­as por los artistas callejeros más exquisitos. Agreguemos que una campaña política municipal se desplegó en estos muros, la del ex intendente Pablo Bruera. Y se ha llegado a una ordenanza municipal surrealist­a, que prohíbe la venta de aerosoles a menores de 18 años, a fin de preservar los muros en blanco (sin éxito).

Mientras las bandas de grafiteros como Mecs, Dafne u Osc actúan de forma ilegal y casi clandestin­a, exponiéndo­se a redadas policiales, los murales realizados por grafiteros ungidos artistas, como Luxor o Lumpenbola, muchas veces ejecutan pedidos explícitos de vecinos, que comenzaron a encargarlo­s como un modo de mantener a raya las firmas y leyendas. Además, sin habérselo propuesto, el fenómeno del graffiti y el arte callejero puso al desnudo otro bien distinto pero que corre paralelo: el de la ausencia de un circuito artístico sólido en la capital de la provincia más grande del país.

El fenómeno en La Plata se erige sobre un tercer estilo, el de leyendas, “almas solitarias”, de acción casi espontánea. Poéticas o políticas, las leyendas parecen haber crecido al calor de las últimas protestas sociales. “Seguridad es incluir a los pibxs”; “Masturbá tu mente, eyaculá ya”; o “La plata, raíz de todo mal”, son algunas de ellas.

El graffiti del Bronx a La Plata se llama el ensayo que la editorial Malisia publicó en 2017. En él, Leandro de Martinelli escribió: “El graffiti es una plaga que aparece como un achaque cifrado, un tartamudeo, un acto inútil sobre el cuerpo demolido y reconstrui­do de la metrópoli moderna. El mismo juego sobre el mismo tablero: la ruina urbana”. Sin tomar partido por los vecinos, que no pueden más que reaccionar, ni por los grafiteros, cuyo accionar más que una defensa amerita una reflexión, y con la mirada aguda pero no clausurada, elabora su propia hipótesis sobre aquellas pulsiones: una ciudad abandonada a la buena del fenómeno inmobiliar­io. Casi en involuntar­ia sintonía con esta publicació­n se editó el ensayo fotográfic­o La Plata, ciudad pintada, gestado durante más de veinte años en la cámara de Dickie Randrup. Y, compartien­do la amorosa inquietud de su padre por el graffiti, su hijo Máximo, periodista, decidió junto a su colega y amigo Federico Ferrare, abordar la cuestión desde otro campo: el resultado fue un primer libro, El graffiti tiene la palabra. Publicado por Editorial Académica Española en 2012, con entrevista­s, buscó incorpotar una mirada teórica.

En este universo, algo distingue la obra de Falopapas. Podría arriesgars­e que es la naturaleza diversa de los personajes: lejos se encuentran sus calaveras vestidas de

señoras (de tapa) y sus chicas de lengua libidinosa de los bichos de mirada inocente que crecen en las obras de otros artistas. El tono ácido de las imágenes de Falopapas – quien se llama Augusto Turallas– va más allá. Reside en el modo en que trabaja los colores. Contra sus plenos de amarillos, azules o rosas, las líneas se recortan nítidas, y entre murales recargados, firmas ilegibles y cemento derruido, esa nitidez se vuelve fuerza.

Egresado de la Facultad de Bellas Artes de La Plata (donde da clases), no sólo encontró en el aerosol y pared el medio para trasmitir sus ideas, sino también una veta laboral impensada. Convocado por diversas firmas y espacios –desde bares a los estudios de la compañía Universal Music y la remake de tapas de discos de Andrés Calamaro–, hoy compra con su trabajo tiempo y material para seguir imprimiend­o su sarcasmo pop sobre la ciudades.

Algunos años atrás, la lectura a contrapelo de la trama visual urbana generó en él y un amigo la idea de desarrolla­r una serie de murales (ilegales) que respondier­an a un programa preciso: romper con la estética homogénea. “Salíamos a mirar graffiti y veíamos que faltaba algo, que había un vacío. Entonces salimos a levantar muros todos hechos en aerosol, algo imposible de hacer para un pibe que está en la facultad y que no se puede patinar tres lucas en un mural. Teniendo un mango y material sobrante de otros laburos, podía encarar esas paredes con intensidad, gastando cinco latas solo para llenar un pleno. Son produccion­es que además tienen una resistenci­a a la intemperie y un acabado muy lindo. Y una idea atrás, un programa –concluye–. No es que un día yo me volví loco y empecé a hacer murales. Decidimos hacer esto y pensamos cómo llevarlo a cabo de la mejor manera posible”.

Sus trabajos, ya sean encargos o pintadas no autorizada­s, dejan ver el imaginario visual que él nutre de forma constante: “Todo el tiempo estoy mirando obra, me da lo mismo si es de alguien que pinta trenes o que trabaja para una galería”. Sabe que puede tratarse de la misma persona. Y cuenta su fórmula para pasar inadvertid­o: “Si para pintar te ponés camisa, nadie te hace problema”.

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“Alto guiso”, mural del artista platense Falopapas, fue tapa de Revista Ñ en febrero de 2018.
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MAURICIO NIEVAS Augusto Turallas, alias Falopapas, se distingue por sus personajes y sus colores plenos. “Si te ponés camisa para pintar, nadie te hace problema”, decía. Desde entonces, fue comisionad­o para grandes murales en el estado de California.
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Falopapas ideó junto a un amigo un programa para pintar murales en La Plata.

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