Soplo de viento en la tierra roja
Chango Spasiuk. El eximio acordeonista misionero, cuyo repertorio se nutre del folclore del Litoral, repasa sus cruces con géneros y artistas del mundo entero.
Del Festival de Jazz de Montreal a la fiesta del Chamamé en Corrientes, los recuerdos se amontonan, las intenciones musicales se cosechan y la imagen de un hombre firme, en paz y de melena rubia, se eleva entre el sonido de piso. Ahí está Chango Spasiuk con treinta años de música encima tocando su acordeón. Parece estar en la tercera dimensión del Litoral, en la calma del río, en la historia de la tierra colorada. Músico y compositor ubicable solo a través de su instrumento pero escurridizo entre la música popular más regional.
En el pasado inmediato, el músico ganador de varios premios Gardel, Konex de Platino y de los World Music Awards de la BBC sigue intercalando ideas e inquietudes con artistas tan disímiles entre sí que solo su maestría hace que sean posibles.
–Has incluido en tu repertorio temas de Otras músicas (2016), tu disco de composiciones para películas. ¿Cómo hacés convivir esa calma sonora con la opulencia que nos rodea?
–La música es la música, no importa dónde ande. Es como una herramienta para buscar lo que hay para decir. Generalmente uno quiere decir muchas cosas pero a veces el disparador son las preguntas que uno se hace. Otras veces, como para el cine, aparece la oportunidad de correrse y ponerse al servicio de lo que está necesitando la película. De todas formas, tampoco eso quiere decir que uno se convierta en una máquina. Uno siempre trae lo que es: su tradición. Uno siempre escribe de lo que está hecho. Vivir en la ciudad, o vivir en un lugar más calmo, no creo que esté relacionado con que tu música sea más tranquila.
–Tus contactos más importantes en la música van de las referencias tradicionales como Tarragó Ros pero también con artistas contemporáneos con cierta disrupción, como Chancha Vía Circuito.
–De alguna manera uno quiere decir algunas cosas y se desprende de un pensamiento estético. Es lindo pensar hasta dónde puede resistir una textura folklórica. Uno puede andar cerca del violín, la guitarra o el bombo pero después no estoy nada cerca de esas tecnologías, no las conozco, nunca trabajé ni tuve contactos con esas herramientas. Entonces a veces mirás a la distancia y te preguntás hasta dónde se puede ir. Y a veces te planteás esos desafíos para verqué pasa. Hay que probarlo para no quedarse con el cómo sería. De todas formas, lo pienso mucho antes de hacerlo; analizo las maneras.
–Volviendo a tu repertorio y a los cruces que tuviste en tu carrera, ¿cómo nació la idea de reproducir la voz de Mercedes Sosa en vivo?
–Uno toma una distancia y a la hora de pensar este repertorio actual, obvio que era una imagen simbólica, no me podía escapar de la experiencia de Mercedes. Son muchos esos momentos: cuando ella me invitó a sus vivos, cuando fui a grabar en sus discos y después en el último tramo, cuando ella grabó en mi disco Chamamé crudo, en 2001. Y más allá de la experiencia, cuando te ponés a pensar en el repertorio y querés incluir las canciones donde participó ella, y encima querés reemplazarla, te das cuenta de que la extrañás un montón. Es bastante irreemplazable su voz y entonces me pregunté por qué no intentar con estas cuestiones digitales. Es un pequeño regalo, porque no soy yo solo el que extraña su voz, el público también la extraña.