Fabián Bielinsky Suspenso y moral
El aura. El director presentaba su segunda película, un thriller psicológico protagonizado por un taxidermista, como el reverso de la exitosa Nueve reinas.
Formular las preguntas es tan sencillo como complejo resulta intentar algunas respuestas sin caer en el voluntarismo. O en la falsedad. ¿Es posible, en nuestro país, pensar en una industria de cine donde el éxito de público vaya acompañado del talento y de cierto riesgo estético? Si los cineastas de la última generación demostraron que las búsquedas temáticas y estilísticas no están reñidas con el profesionalismo, ¿podrá imaginarse un cine masivo que abandone los facilismos a la carta? Hace ya cinco años, Nueve reinas demostró que un film de género con actores populares hecho en la Argentina no es sinónimo de escasa calidad artística. Sin embargo, la opera prima de Fabián Bielinsky no parece haber dejado descendencia, solitaria y final. O no tanto: el realizador entró en la recta final de los procesos de imagen y sonido –la colorización y lamezcla de audio– de su segundo film, El aura, cuyo lanzamiento está previsto para comienzos de setiembre.
En palabras de su creador, este film –protagonizado por Ricardo Darín, Dolores Fonzi y Pablo Cedrón– se resiste a las definiciones de manual. “Cuando se estrenó Nueve reinas, me costaba definirla en términos de género; recién ahora me doy cuenta de que no era tan difícil. Ahora tengo problemas para definir El aura, que tiene claros elementos del thriller, del policial negro, pero que a la vez desnaturaliza esos elementos. Traté de desestructurar esos elementos: hay suspenso, violencia, inquietud, pero surgen de la historia”. Para Bielinsky, se trata de un ejercicio “absolutamente opuesto” a su film anterior, donde había “manipulación de la información para generar reacciones específicas” en el espectador.
–¿La historia y el guión son creación suya?
–Sí, más allá de un par de pequeñas colaboraciones. Es una idea original de hace unos veinte años; la primera sinopsis data de 1983. Cuando volví sobre la idea, vi que mi mirada sobre la historia, en particular sobre sus aspectos morales, había cambiado radicalmente. Había un grado de heroísmo y redención en el personaje central que en el guión final desapareció, reemplazado por la falta total de conciencia moral. Busqué experimentar con cada elemento de la historia, con los riesgos que eso conlleva. Y a conciencia creé un personaje que no tiene nada demaquillaje para generar empatía con el espectador. Lo interesante es que si el punto de vista está bien trabajado, son los mecanismos narrativos los que terminan generando la empatía con el personaje, y por ende no es necesario adosarle características secundarias.
–¿Qué papel hace Darín?
–Su papel está en las antípodas de los que suele encarnar: un taxidermista obsesionado con la idea de cometer un crimen, y que además sufre de epilepsia, lo que de algún modo condiciona su personalidad. El título del film remite a un proceso que la gran mayoría de los epilépticos transita antes del ataque, donde aparecen ciertas sensaciones físicas y mentales conocidas clínicamente como aura, y que se puede definir como una gran distorsión de la percepción, donde se ven, oyen o huelen cosas que no están. Muchos pacientes tienen una relación ambigua con ese proceso, una mezcla de espanto y cierto extraño placer. Este taxidermista es un tipo reservado y seco a quien en determinado momento le surge la posibilidad de cometer ese delito que lo obsesiona.
–Eso recuerda La llamada fatal, de Alfred Hitchcock, donde el personaje que interpreta Ray Milland prepara el homicidio de su mujer durante 90 minutos. Y el espectador, sin dudar, desea que ese crimen se lleve a cabo.
–Sí, o Psicosis. Cuando Norman Bates empuja el auto con el cadáver en el río y éste no se hunde, el espectador se pasa al bando del asesino. Alguna vez imaginé una película narrada toda en primera persona donde el papel central fuera el personaje más desagradable jamás imaginado, un experimento para investigar los límites de la empatía con el espectador. En los términos del cine comercial es bastante complicado de hacer, pero creo que El aura, donde pude trabajar con absoluta libertad artística, se acerca bastante a esa idea: el taxidermista no hace nada para caerle mejor a nadie. El film está narrado en primera persona y no hay una sola secuencia donde el taxidermista no esté en escena.
–El inesperado éxito de Nueve reinas lo convirtió en una rara avis del cine nacional. ¿Cómo influye esto ante su segunda película?
–El azar me puso en un lugar casi único, privilegiado, un lugar al que uno se acostumbra rápidamente. Hay una razón por la cual no hubo una segunda película en estos cinco años: evitar la presión que generan las expectativas. Me dediqué a disfrutar de mi familia, a acompañar a Nueve reinas por el mundo, a trabajar por primera vez en mi vida en algunos comerciales.
–Hacer películas “para el público”...
–La idea de hacer películas “para el público” es una frase con un rango muy grande de interpretaciones. Una de ellas sería pensar: “A ver, ¿qué le gusta a la gente. Bueno, hagamos eso”. Un espantoso punto de partida. Por otro lado, negar que el circuito se completa con el espectador en la butaca es un acto de solipsismo absurdo. Me gusta la sensación de que tu película se conecte con la gente, pero de ahí a cambiar tu mirada por la cantidad de espectadores hay una gran distancia.