Albertina Carri Dolor sin golpes bajos
Los rubios. Reflexiva e intimista, su ópera prima documental logró un nuevo lenguaje para abordar el tema de los desaparecidos.
Tras estrenar su largo No quiero volver a casa (2000), Albertina Carri (Buenos Aires, 1973) quiso reconstruir su historia como hija de desaparecidos filmando un documental sobre sus padres, secuestrados durante la última dictadura.
El largometraje resultó tener como tema la realización de un documental a base de “No sé”, “más o menos” o “Ni”. Ella misma lo explica en el filme: “La familia, cuando puede sortear el dolor de la ausencia, recuerda de manera tal que mamá y papá se convierten en dos personas excepcionales: lindos, inteligentes y geniales. Los amigos de mis padres estructuran el recuerdo de forma tal que todo se convierte en un análisis político. (...) Tengo que pensar en algo que sea película. Lo único que tengo es mi recuerdo difuso y contaminado por todas estas versiones”. Si el pasado no se puede recobrar como unidad o verdad, el programa de
Los rubios será “exponer la memoria en su propio mecanismo”, en toda su complejidad.
Los rubios es cine de denuncia: revela que el documental es una forma que indefectiblemente miente, una ficción verosímil que, cuanto más se acerca a lo que todos suponemos que es la realidad, más se aleja de la verdad. Además de contar con una actriz (Analía Couceyro) que interpreta a la directora y de auto denunciar sus procedimientos, Los rubios ofrece un cartel donde se lee “mecanismos de distanciamiento identificación”, por si hiciera falta exponer la filiación con Bertolt Brecht y el cine de J.-L. Godard. Pero Los rubios no es Irma Vep –un ejercicio de deconstrucción para el paladar cinéfilo. Carri inaugura una revisión histórica a riesgo de ser políticamente incorrecta.
Lo logramediante una insolencia que está absuelta por la garantía de su dolor autobiográfico. Esto es lo que el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la Argentina) no entendió cuando, al evaluar el guión de Los rubios, exigió más rigor documental para reconstruir mejor la vida y la lucha del matrimonio Carri. En la misma película, vemos al equipo de filmación discutiendo este dictamen del INCAA y ahí queda en evidencia que Albertina y los suyos no sólo no comulgan con el modo de representación que sugiere la institución, sino tampoco con una manera de reevaluar aquel “proyecto revolucionario de los 70” y sus protagonistas.
En otro documental sobre hijos de desaparecidos dirigido por una chica bordeando los 30, Che Vo Cachai, de Laura Bondarevsky, se oye decir “El proyecto de nuestros padres no ha muerto” y allí mismo una joven chilena admite tener una “imagen superidealizada” del padre a quien no le dejaron conocer. La película de Carri, en cambio, se anima a discutir con la visión de mundo de sus padres (”Me cuesta entender la sumisión de mamá. ¿Por qué no se fue del país?”, se reprocha en Los rubios), insinuando que si uno los idealiza no podrá crecer. Pero claro, esta rebeldía tardó en articularse por temor a alimentar la teoría de los dos demonios, que aún sostiene la derecha.
La de Carri es también resistencia generacional en el plano estético: Couceyro habla a cámara conunafiche camp de fondo de John Waters y narra fantasías infantiles con animaciones en Playmobil y citas al cine B. En sus testimonios de vecinos, Los rubios exhibe ese cortocircuito ideológico entre gente común y militantes radicalizados que ayuda a entendermejor qué pasó allá por el 76. Como valor, Carri prefiere rescatar la “otredad” que representaban sus padres frente al resto de la sociedad (en el barrio los llamaban “los rubios” justamente por ser diferentes) que su ideario montonero. De ahí que al final la películamuestre al equipo de filmación completo convertido en “rubios” bajo extravagantes pelucas.
Tras los títulos, cuando la canción “Influencia” (Charly García) ya pasó, hay una coda. En la escena, la directora le enseña a mon tar a caballo a su actriz, quien lo intenta sin demasiada suerte. Cuando Albertina sube al lomo, en cambio, lo hace con una naturalidad gozosa donde reactiva una infancia feliz en el campo. Sabiendo que nunca podrá revivir lo mismo que ella, lo único queladirectoralepidealaactriz es que se ponga un ratito en su lugar. Y acaso a nosotros, a cada espectador, nos toque hacer de Couceyro lo que dura la película.