Mariano Llinás Contra las epopeyas
Antes de su primera ficción, se explayaba sobre cine político y los mitos griegos. Luego llegaría su filmografía más exuberante.
Mariano Llinás, que galopa siempre detrás de su verba incontenible. Mariano Llinás que, con su celebrado documental Balnearios (2002), es culpable no doloso de la obsesión publicitaria por las playas...
Escena 1. Café “La Mercería”. Exterior. Atardecer. Llinás, que levanta los ojos y que propone despojarse del disfraz de francotirador contra el INCAA al que el periodismo siempre recurre. Llinás, que el 15 de enero comienza a filmar Historias extraordinarias, su primera película de ficción. Llinás explica: “Son tres historias intercaladas. Una hiperficción de aventuras efusivamente de ruta. Su universo es el intermedio de la Provincia de Buenos Aires. Ni las estancias ni las villas, sino los pueblos y las rutas, los tractores y las estaciones de servicio. Es un filme chacarero”.
Historias extraordinarias también será una river movie a filmarse a lo largo del Río Salado. El director confiesa su ambición estética: el trabajo de los colores, la síntesis y la economía visual de Hergé (en su versión de la historieta Tintín); la manera de filmar de Truffaut (”sobre todo en Jules et Jim”) y toda la ficción de Chesterton (”pero con procedimientos borgeanos, llevados a ese género”).
“Aspiro más a un procedimiento que a la historia, aunque me gustaría que el argumento prime. Quiero decir, es una especie de gran novela.”
–¿Por qué el cine argentino no se ha metido con el gran relato político? No lo hace tampoco el último filme sobre los 70, Crónica de una fuga, de Caetano.
–El problema es la manera en que se retrata la historia en la Argentina. Después de Los Rubios, Caetano supuestamente tenía que hacer la primera película programática que mostrase de modo nuevo la historia argentina. Pero vuelve a filmar La noche de los lápices. No produce ninguna irrupción filosófica o social. Hay que ser muy ingenuo para no leer esa fuga como un gran triunfo de los ideales setentistas, sobrevolando los pesares y teniendo su culminación en el Museo de la Memoria. En definitiva, es organizar la historia para justificar a Kirchner. Y esto se cristalizó con ese programa payasesco que hizo Felipe Pigna. La Historia Argentina contada para “playmobils”. Ahí, el único impoluto es Mariano Moreno. Bajo el disfraz de lo novedoso se contribuye a cimentar visiones no conflictivas de la historia. Lo que debería hacer un verdadero ojo crítico es crear problemas, no establecer epopeyas. –¿Cómo fue su vida en los años ochenta?
–Una película de Cassavetes. Mi viejo (Julio, el escritor) todavía era un ejecutivo alienado de una agencia de publicidad internacional. Mi hermano –que luego murió– estaba en pleno problema con las drogas. Mi hermana (Verónica) en su Parakultural. Y yo era un chabón metido en los libros y en las historietas. Mi familia era una mezcla de Los excéntricos Tenembaum y Faces, pero sin la música de Stephanie, sin el tema de Nico, sin música. –De chico tenía a Tintín. ¿Tenía también al Eneas de la Eneida?
–No tanto a Eneas, pero sí a los griegos. A los 10 años descubrí la mitología griega. En algún cómic me topé con un personaje que decía: “Es tan horripilante como el grito de un hipogrifo”. Lo busqué en el diccionario Sopena. Me acuerdo de la definición exacta: “Animal fabuloso mitad caballo mitad grifo con alas”. Entonces la vieja me regaló un libro que se llamaba Monstruos, dioses y héroes de la mitología griega. Estaban todos los hits: La Odisea, La Ilíada, El vellocino de oro. En cada cosa que hago me interesa buscar algo de ese universo legendario.