Succession y el acierto de un pianito macabro
En casi diez años, cuenta la realizadora Lynn Novick, reunieron testimonios para complejizar un conflicto “convertido en clichés”.
¿Cómo se recuerdan la riqueza y el privilegio en una familia? ¿Al modo de un santoral almibarado o como una ronda infernal de zancadas y pactos mafiosos? Esas preguntas sintetiza la obertura de Succession, una pieza de relojería perfecta.
Los hijos de Logan Roy son cuatro, nacidos entre los 70 y 80, cuando las revistas ilustradas empezaban a ceder a manos de las cadenas televisivas y luego al cable. Llega el momento de delegar el conglomerado, eligiendo a un sucesor o entregándolo a la competencia.
La cortina de Nicholas Britell, de en 90’’, tiene complejidad de referencias y registros. La deconstruyó en un video para Vanity Fair. Sobre un frase de hip hop, agregó una orquesta de cuerdas que entra y sale en microclimas, dominada por un piano disonante. Hay algo ominoso en los acordes, es la clase de pianola que subraya la inminencia de una sorpresa escalofriante. Y en toda su duración, el detalle encantadoramente infantil de unos cascabeles, el trote de los caballos en la vuelta al Central Park.
Su autor ganó un Emmy. La cortina aparece en decenas de memes, fue adaptada a la danza del Guasón en la escalera. La celebración del sociópata, resentido contra la riqueza, porque en su biografía, como entre los Roy, hay un padre millonario y desdeñoso. Allí el pianito alcanza su literalidad macabra. Las imágenes cierran el círculo del oro devenido chatarra. Es el álbum en Super8, los hitos familiares. Solo queda nostalgia de una tecnología vetusta. Fabricar imágenes, ese privilegio de clase, quedó mejor distribuido una vez que nos pusieron un smartphone en la mano.
Se editaron miles de libros sobre la guerra de Vietnam (1955-1975) pero parece que no es posible aún ver allí la big picture. Sin embargo, una serie parece capaz de vencer ese desafío: La guerra de Vietnam, dirigida por Lynn Novick y Ken Burns. El estilo, reconocible por sus entrevistas en profundidad o el uso de fotos sobre los que suelen hacer zoom y panear, es fascinante y arroja nuevas luces.
Así habló Novick por teléfono desde Nueva York.
–El trabajo llevó casi 10 años. ¿Qué fue lo más arduo?
–Lo más estresante y excitante fue el proceso colaborativo entre Ken Burns, el guionista Geoffrey Ward, los montajistas y yo. Juntás un montón de ideas, de material, probás perspectivas.
Dice que sabían que querían reunir la mayor cantidad de voces posible. “Hablar con los soldados que bombardeaban la ruta de Ho Chi Minh y las increíbles mujeres vietnamitas que trabajaban por las noches conduciendo camiones allí”.
Las entrevistas son clases de periodismo. “Pasamos muchas horas entrevistando cara a cara y hablando por teléfono sin encender la cámara. Son temas dolorosos. Ganarse su confianza y que supieran cual iba a ser el tratamiento final de la serie era crucial”. –Gran parte de los excombatientes son profesores, poetas, historiadores. ¿La palabra puede salvar de la locura de la guerra?
–Sí, definitivamente. Entendemos quienes somos a través de la narración. Y nuestro “marco de supervivencia” es la narrativa: eso nos ordena. Algunos empezaron a escribir a partir del documental.
–Plantea la guerra como “una experiencia” sin caer en el chauvinismo o en una apología belicista de extrema derecha.
–No quisimos romantizar nada del conflicto bélico. Pero es una paradoja, y es muy vívido lo que pasa en la guerra. Y nosotros tratamos de relatar la guerra desde todos esos puntos de vista. Podés ir por la senda equivocada con facilidad.
–Crítícos subrayaron el peligro de la representación del conflicto en películas como Forrest Gump, en la que se proyecta un Vietnam de jungla deshabitada, que dispara contra buenos soldados. Esta serie se desmarca de una mirada típica del pensamiento de Marshall McLuhan resumible como “el pueblo reaccionó solo porque vio todo en la TV y no lo toleró”. –Vietnam se ha convertido en un montón de clichés y los norteamericanos lo poco que saben del conflicto es a través de fotos. Lo que tratamos de hacer es explicar que fue necesario mucho más que la televisión mostrando imágenes para detener y reaccionar contra la guerra. Se trata, básicamente que mucha gente se opuso a la guerra en un plano ya no mediático si no político: debido a un Poder Ejecutivo y Legislativo que no podía explicar que hacíamos allí y el por qué la matanza de millares de civiles. Tratamos de contextualizar la cultura mediática del momento pero sin que sea el factor principal.